SANCTI SPÍRITUS

Por Hermes Entenza ()
Núremberg.- La ciudad que nos vio crecer es como la almohada de la madre, el sitio de referencia cuando estamos lejos, nuestra mejor canción.
La ciudad tiene entre sus brazos el corazón de sus hijos, y nos sentimos complacidos con las lecciones de vida que nos da. Es como un coro de espíritus antiguos que canta la memoria de los que nunca se arrodillan ante la soberbia del poderoso.
Debajo de las piedras salen historias de amores olvidados, pasiones ocultas, desdichas y atavismos aderezados con miel, y casi siempre con alta dosis de angostura. También aflora el odio, la sinrazón y el ángel del caos que gobierna el día y la noche. La ciudad está viva, su vitalidad sobrevive cada siglo; por eso tanta sed y tanto polvo.
Puente Yayabo, Wahrzeichen von Sancti Spíritus foto de Stock | Adobe StockEl caminante dejará sus pasos por cada rincón, esperará el amanecer a la vera del río y llegará a su destino más comprometido con la memoria de ese polvillo lleno de poderes que trae el eco de cinco siglos, y allí recordará los días felices cuando los jardines florecían y el agua era realmente pura.
Hay un parque central donde antaño los jóvenes giraban como en un carrusel para probar los primeros besos y perfumes sutiles. Hay un puente tan antiguo como las divinidades que viven en el río a la sombra del almendro, y las aguas están cargadas de sortilegios y oraciones nocturnas a pesar del fango, la pestilencia y el hambre que nos causa esa extraña sensación de locura y desesperanza.
En la ciudad, donde casi todos se conocen, y los asientos del parque siempre esperan por las nalgas de cualquier visitante, han sucedido cosas muy extrañas:
A todos los espirituanos les falta el dedo meñique del pie derecho; ese es el método idóneo para identificar a un habitante de la villa. Cuentan que fue un castigo en el siglo XVIII, cuando una deidad africana encarnó en un negro liberto que llegó a la ciudad una noche para lavarles los pies a todos los habitantes, y al terminar pidió aguardiente en una taberna de la Calle Real, pero le dieron par de tragos aguados.
Visit Sancti Spiritus, Cuba | Sancti Spiritus Holidays | Beyond The OrdinaryHay una iglesia con su torre majestuosa, donde el reloj, envidia de los piratas del pasado, sigue siendo el sueño de los corsarios de hoy, de manera que el tiempo se ralentiza, y cuando creemos que son las tres de la tarde, ya es madrugada lunera, y los espirituanos nos confundimos y nos desvelamos, con deseos de largarnos para siempre de ese pueblito que posee calles llenas de puntillas y hormigas de plomo que en la sequía marchan con tambores en busca de húmedos cántaros.
La ciudad es medieval sin serlo. Sus cinco siglos han creado el olor de los antiguos caballeros con armaduras plateadas, y cuando llega la noche, se pueden escuchar los ecos de increíbles cruzadas, el grito de las damas cautivas reclamando un brazo salvador, y el martillazo del inquisidor demasiado claro, a la vuelta de la esquina.
La ciudad tiene pozos tan profundos que llegan al centro de la tierra, donde se mezclan las palabras dichas hace cientos de años y luego suben como un susurro para alojarse en la mente de sus ciudadanos. Hay casas tan vetustas que es imposible dormir sin el eco de fantasmas. Hay otras redentoras, como la de Serafín, el caballero mayor, poeta y mambí.
Hace tres décadas se fabricó vino en la ciudad, elaborado con uvas de Cabaiguán y agua de la cañada Mataburro, añejado en los tubos de pantalla de los televisores Krim-218; desde entonces los bebedores adquirieron visión nocturna, y se pasan las noches cazando cocuyos y mofándose de los chivatos y lameculos que salen con linternas en busca de trabajo.
En la ciudad no hay aviones, pero cada habitante pasea los sábados a cinco metros del suelo, montados en globos fabricados con canzoncillos en desuso y fibra vegetal, descendiendo en la Plaza Mayor con la añoranza de irse lejos, bien lejos de la aglomeración de tejados rojizos y lamentos modernos que se juntan con los ecos del pasado.
Sancti SpíritusDicen que una vez un rayo cayó frente al viejo convento, y desparramó sobre las calles un sentimiento abrazador para que el caminante tenga la curiosidad de mirar por las ventanas donde habitan viejos llorosos dándose sillón, niños pidiendo un caramelo y un pan con mantequilla para irse felices a la escuela, y mujeres con las tetas al aire, embarradas del detergente líquido que venden en moneda libremente convertible.
Hoy Sancti Spíritus cumple 510 años, creo que es la única ciudad en Cuba con un nombre en latín que le da esa sonoridad señorial.
El efecto que hizo en mí el vino añejado en televisores soviéticos, ha sido repasar sus calles desde muy lejos. Los domingos en la tarde pienso en la lejana villa, y siempre veo una vaca flaca llegar hasta mi ventana como un ente absurdo y alado. Yo sé que es el espíritu de un pueblo cansado de apagones, hambruna y dictaduras, que a pesar de tantas heridas, quiere vivir con sus globos, sus pozos y su tímido río.
Mi mejor homenaje es pensarla con la sonrisa a veces amarga de las tantas veces que registré sus vericuetos, y desearle un futuro luminoso y lleno de felicidad, donde cada madrugada sea el verdadero comienzo del amanecer.
Feliz cumpleaños, Sancti Spíritus.

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