SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: LOS SECRETOS DE SU FAMILIA Y SUS DESEOS DE SABIDURÍA

CURIOSIDADESSOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: LOS SECRETOS DE SU FAMILIA Y SUS DESEOS DE SABIDURÍA

Tomado de MUY Interesante

Adentrarse en los orígenes de Sor Juana es un misterio debido a la escasez de datos.

México DF.- Los anhelos de la Décima Musa no pasaban tan sólo por lo divino. En lo terreno, Sor Juana Inés de la Cruz, la monja que enterneció a América y Europa con sus versos, suspiraba por alcanzar el paraíso de la sabiduría. Un mandamiento que siguió con la ayuda de su abuelo materno desde la infancia y que su alter ego, doña Leonor, ensalzó en la comedia Los empeños de una cosa: “Inclíneme a los estudios/ desde mis primeros años/ con tan ardientes desvelos/ con tan ansiosos cuidados/ que reduje a tiempo breve/ fatigas de mucho espacio”. Por desgracia, este es solo uno de los pocos detalles que conocemos de su niñez y su familia. El resto se agita en la bruma de la incertidumbre; aunque, en los últimos años, han sido muchos los investigadores que se han zambullido en los archivos para desvelar quiénes eran sus ascendientes, de dónde provenían y la influencia que tuvieron en su educación.

Mapa antiguo de la Ciudad de México refundada por los españoles, la cual se basó en el trazo azteca original.

Mapa antiguo de la Ciudad de México refundada por los españoles, la cual se basó en el trazo azteca original.Shutterstock

De canarias a México

El germen más remoto de la rama paterna de Juana Inés hay que buscarlo a muchos, muchísimos kilómetros, de su tierra natal. Sus bisabuelos, el capitán Francisco Núñez de la Peña y la doncella María Ramírez, estaban avecindados en Gran Canaria a finales del siglo XVI. Y vaya, si vivían bien: “Es la gente más principal que ha habido y hay en esta isla, y han tenido sus abuelos y sus padres, mucha riqueza y descanso”, escribió un amigo de la pareja. Pero la parca truncó su destino llevándose al otro mundo al oficial. Sin esposo que la sustentara, la mujer se vio privada de dinero, trabajo y futuro. Por no tener, no tenía liquidez ni para mantener a sus dos hijas: Francisca Ramírez de la Peña, viuda, y Antonia Laura de Mayuelo, madre de dos pequeños, Pedro y Francisco de Asuaje.

Desesperada, la mujer dirigió sus ojos hacia el otro lado del Atlántico, en Ciudad de México, capital del virreinato de Nueva España. No fue casualidad; allí contaba con un hermano que había hecho fortuna tras emigrar y que, después de una serie de misivas, se ofreció a acogerla. La viuda no necesitó mucho tiempo para tomar la decisión y, en 1598, solicitó permiso para viajar al Nuevo Mundo: “Yo, Doña María Ramírez […], digo que tengo en la ciudad un hermano llamado Alonso Ramírez de Vargas, administrador general de la imprenta de los naipes de todo aquel reino, el cual por ser muy rico y haber entendido la pobreza grande con que he quedado […], me ha enviado a persuadir me vaya a vivir con él con toda mi casa”. Los cinco cruzaron el charco en agosto y se asentaron en su nuevo hogar. Tuvieron suerte, pues la isla fue atacada en septiembre por piratas holandeses.

La familia vivió feliz en Ciudad de México y los años fueron propicios para los más pequeños: Pedro, de 10 primaveras, y Francisco, de siete. Cuando crecieron, ambos se trasladaron hasta la región de Chalco, ubicada en la zona más oriental de la ciudad. Allí, cada uno halló su propio camino: el menor no tardó en sentir la llamada de la fe y se ordenó como fraile dominico. Por su lado, el hermano, del que apenas existe información, mantuvo un amasiato relación fuera del matrimonio en la que ambos cónyuges son solteros con una doncella criolla conocida como Isabel Ramírez, y fue de esta unión de la que naciera nuestra Juana Inés, segunda de varias hijas; entre tres y cuatro, según las fuentes a las que se acuda.

Salvoconducto para doña María Ramírez (oriunda de Canarias y abuela de Sor Juana) y sus hijos, donde se les concede permiso de ingresar a la Nueva España.

Salvoconducto para doña María Ramírez (oriunda de Canarias y abuela de Sor Juana) y sus hijos, donde se les concede permiso de ingresar a la Nueva España.ARCHIVO GENERAL DE INDIAS/ ARCHIVOS ESTATALES (ESPAÑA)

Enigmas y errores

Sobre el papel, poco más hay que decir de este árbol genealógico, está tan cristalino como el agua. Sin embargo, la realidad es que la familia paterna de Juana Inés atesora mil y un enigmas que siguen sin resolverse en la actualidad. La grafía correcta de su apellido es lo más recurrente, y la versión que aceptan los historiadores es que era Asuaje. Ella misma lo escribió de esta guisa en su profesión religiosa el acto con el que se consagró a Dios y así quedó sobre blanco en el libro que acreditó su entrada y salida de la iglesia de Santa Teresa la Antigua de las Carmelitas. Aunque tan cierto como esto es que varios de sus parientes firmaban como Azuaje; un error normal en una época en la que los escribanos y los miembros de la administración pública se dejaban guiar por la pronunciación en los documentos oficiales. Cosas de hace nada menos cinco siglos.

Tampoco parece muy claro que su apellido fuera Asbaje, aunque es la segunda opción más utilizada en los libros de historia. El investigador Guillermo Schmidhuber, quien desveló en 2016 más de medio centenar de documentos inéditos sobre la familia, sostiene que el fraile Diego Calleja fue el primero que los denominó así. El error se produjo cinco años después de la muerte de Juana Inés, cuando el religioso introdujo una biografía sobre la monja en una edición de una de sus obras. Desde entonces, lo han arrastrado otros tantos autores hasta el punto de generalizar la duda. Aunque, en palabras del experto, quien más colaboró en el fallo tiene nombre y apellidos: Amado Ruiz de Nervo. En 1910, tras empaparse de los escritos de Calleja, el poeta impartió unas conferencias en Madrid sobre la Décima Musa que tituló “Juana de Asbaje”. Y de aquellos polvos, los lodos actuales.

El segundo gran misterio de los Asuaje es la procedencia del padre de Juana Inés. Schmidhuber es partidario de que, al menos por el momento, resulta imposible señalar la región de España en la que nació. Lo único documentado es que el pequeño se hallaba en Canarias junto a su madre cuando María Ramírez solicitó viajar a la Ciudad de México. A cambio, lo que sí existen son muchos indicios sin contrastar, tal como miguitas de cuento en el camino hacia la verdad histórica. Una de ellas es que la monja aseguró en sus textos que era de la “rama de Vizcaya” y que soñaba con que sus obras “no avergonzaran a muestra nación vascongada”. Esa afirmación le valió al fraile Diego Calleja para aseverar que Pedro había nacido en la localidad guipuzcoana de Vergara.

Exconvento de San Vicente, Ozumba.

Exconvento de San Vicente, Ozumba.CARLOS ALONSO MEDINA/ SECRETARIA DE TURISMO DEL ESTADO DE MÉXICO

Una larga familia materna

La familia materna de Juana Inés es mucho más extensa que su contraparte. La estirpe la iniciaron los bisabuelos de la monja, Diego Ramírez e Inés de Brenes, en el extremo sur de la vieja España: Sanlúcar de Barrameda. Poco se sabe de la pareja, más allá de que vivieron toda su vida en el pozo de Marquillos y que allí fueron enterrados. El peso de la historia recae sobre su hijo, Pedro Ramírez Cantillana (escrito también Santillana). El abuelo de la Décima Musa le puso arrestos y, a finales del siglo XVI y principios del XVII, se embarcó en una flota rumbo al Nuevo Mundo. La decisión era difícil, pues el viaje estaba plagado de fatigas, padecimientos y peligros. Ya lo escribió la misma religiosa en uno de sus poemas: “Si los riesgos del mar considerara/ ninguno se embarcara, si antes viera/ bien su peligro, nadie se atreviera, ni al bravo toro osado provocara”.

Se desconoce si Pedro conoció a la que sería la abuela de Juana Inés, Beatriz Ramírez Rendón, antes o después del viaje. Y tampoco se sabe el año exacto en el que pisó México. En 1604, sin embargo, se había establecido como tratante de ganado mayor y, ese mismo año, los novios contrajeron matrimonio. La mujer debía tener un carácter fuerte, pues, cuando entregó la dote, incluyó una anotación en la que exigía que el dinero no fuese malgastado. Él, a cambio, demostró ser un tipo culto, con sed de conocimiento y gran capacidad para el trabajo. Así lo atestigua el que contara con una amplia biblioteca con libros de todo tipo no solo religiosos y que, al final de su vida, hubiera atesorado tierras y viviendas. Su mayor orgullo fue la adquisición de una hacienda de labor en San Miguel Nepantla, donde la familia se asentó en 1635.

Pedro y Beatriz tuvieron toda una extensa descendencia: nada menos que 11 retoños. Y entre ellos se hallaba la ya mencionada Isabel Ramírez de Cantillana, madre de Juana Inés. También de ella existe nula información, aunque la académica e historiadora mexicana Sara Poot Herrera la ha definido en sus obras como una mujer muy trabajadora, inteligente, libre y que, a pesar de ser analfabeta, administró bastante bien las haciendas de su padre.

Detalle del acta bautismal de Sor Juana, año de 1648.

Detalle del acta bautismal de Sor Juana, año de 1648.BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

Adelantada y revolucionaria

Sin embargo, el enigma que aún estremece a los expertos no gira en torno a Pedro e Isabel, sino a su hija. Hoy, más de tres siglos después de que Juana Inés de Asuaje y Ramírez de Cantillana atravesara las puertas del Paraíso, todavía se desconoce la fecha exacta en la que fue alumbrada. Y no parece que el misterio vaya a resolverse en un suspiro. Lo que se ha conseguido es reducir las posibilidades a dos; menos es nada. Por un lado, los investigadores Guillermo Ramírez España y Alfredo G. Salceda sostienen, desde mediados del siglo pasado, que nació en 1648. Para ello, se basan en la supuesta fe de bautismo de la monja, la cual hallaron en la iglesia de Chimalhuacán, en Chalco. Por otro, Calleja, el que fuera el primer biógrafo de la religiosa, defendió que ella salió del vientre de su madre el viernes 12 de noviembre de 1651. Historiadores afines a una y otra versión los hay por decenas.

Lo que sí está más claro es cómo fueron sus primeros años de vida, pues ella misma los narró en uno de sus textos: Respuesta a sor Filotea de la Cruz. La pequeña pasó su infancia entre las haciendas de Nepantla y Panoaya, y siempre de la mano de su abuelo materno, un hombre que, hasta su muerte, cultivó sus inquietudes intelectuales. Porque, si algo tuvo la peqeña, fue una mente privilegiada: “No había cumplido los tres años de mi edad cuando, enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer, […], me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban lección, […] nació en mí el deseo de leer. […] Me dieron lección, y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuándo lo supo mi madre”, escribió en la conocida carta. Juana Inés estaba obsesionada con el conocimiento. Era, como ella misma explicaba, su golosina infantil: “Podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, siendo este tan poderoso en los niños”.

Ese fervor lo apagó en principio con la biblioteca de Pedro. “Despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo”, desveló. Aquellas páginas la iniciaron en los clásicos españoles, a los que admiró con devoción, y la empujaron a escribir sus primeros poemas. Con esos pilares pidió a su madre estudiar en la capital, vestida de hombre. “Teniendo yo como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir, […] oí decir que había Universidad y Escuela en que se estudiaban las ciencias, en México; y apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con ruegos sobre que me enviase allí”, recordaba. Para su desgracia, no se lo permitieron.

Ni eso detuvo su avance en el mundo de las letras. Muy niña, a los ocho años, compuso una loa al Santísimo Sacramento que mereció los aplausos de varios frailes y fue representada en el atrio de la parroquia de Amecameca. Fue la primera de muchas. Por entonces, no obstante, nació un nuevo misterio en la vida de Juana Inés: el año en el que se trasladó a la Ciudad de México. Calleja dejó escrito que viajó a la capital cuando apenas sumaba ocho años. Los documentos, por el contrario, parecen indicar que fue durante su adolescencia. En todo caso, fue en su nuevo hogar, junto a su tía materna María y Juan de la Mata, donde comenzó a recibir sus primeras clases al calor del bachiller Martín Olivas. “Empecé a depender gramática, en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé”, dejó escrito. No necesitó más para conocer a la perfección la lengua de Horacio. Tenía un reto: se cortaba el cabello y, antes de que creciera, debía “aprender tal o cual cosa”.

Chalco en el siglo XIX, en segundo plano la parroquia de Santiago Apóstol, siglo XVI-XVIII.

Chalco en el siglo XIX, en segundo plano la parroquia de Santiago Apóstol, siglo XVI-XVIII.ALBUM

Resulta poco fiable manejar fechas en la infancia de Juana Inés, pero parece ser que fue hacia 1664 cuando entró al servicio de la virreina Leonor Carreto. Allí relumbró en una corte llena de ignorantes y se ganó los favores y la protección de aquella noble recién ascendida a la poltrona. Ella fue quien fomentó el talento poético de la niña y también impulsó su pasión por las obras de teatro. Fue una buena mentora hasta que, en 1667, su pupila sintió la llamada de la fe y se unió a las carmelitas descalzas de San José. Aunque, por una grave enfermedad, profesó en otro convento. “Entréme religiosa porque […] era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación”, confirmó. Con todo, durante toda su vida siguió sometida al estudio constante. El resto, como se suele decir, ya es historia.

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