La Habana.- En el año 2006 me mudé a la casa donde vivo. Hace 18 años vivo en el mismo lugar del municipio Playa, en La Habana, un lugar donde, en ese tiempo, el agua nunca ha llegado con presión y siempre la han puesto a la misma hora de la madrugada.
Jamás han dado un respiro. Nunca han cambiado el horario. Han sido 18 años levantándome a la una de la madrugada, un día sí y uno no, a encender una bomba para «halar» agua.
Muchas veces, incluso, uno se levanta y, como a las tres o las cuatro de la madrugada, descubre que no habrá agua.
Luego hay que volver a levantarse a las seis a apagar la bomba, porque si cortan el agua, con total seguridad se quema la bomba. ¡Se me han quemado muchas en 18 años!
Es un panorama muy curioso, porque a esa hora, a la una de la madrugada, descubres que ni siquiera eres tú solo, sino que todos tus vecinos también están despiertos para hacer lo mismo e iniciar la competencia tan pronto caiga la primera gota de agua. Y lo que más desconcierta es que mientras tú batallas junto a tus vecinos por recolectar algo del referido líquido, por la calle pasa un río que brota de un sinnúmero de salideros que nunca reparan.
Hoy pensaba, todo somnoliento después de la última madrugada de desvelo por agua, en ¿qué haré si algún día logro salir de este infierno inhabitable? ¿Cómo me voy a despojar de tantas costumbres, tantas mañas a las que nos ha llevado la «justicia social» y el «bienestar» en Cuba? ¿Qué pasará cuando despierte algún día a la una de la madrugada en Miami, en Nebraska o en Berlín, y descubra que no hay una bomba para «halar» el agua?
