Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)
Mis amigos saben que me gusta el fútbol. El fútbol y la mayoría de los deportes en los que se usa una pelota, que son muy diferentes a esos donde predominan los golpes: puñetazos, patadas, codazos, donde a veces corre la sangre y alguno queda inconsciente y hasta otros mueren, como ha sucedido en la última semana con un boxeador de nombre desconocido.
Desde que Ray Mancini golpeó hasta dejar grogy a Duk-koo Kim, en algún momento de 1982, dejó de interesarme el boxeo. Por entonces me las arreglaba para recibir, de manera clandestina, algunas publicaciones deportivas de Estados unidos y Argentina. Y me hice fan de Mancini, un blanco loco que no creía en rivales. Y esperé con ansiedad, sin saber cuándo tendría noticias, por aquella pelea con el coreano Duk-koo Kim, que había nacido casi en la frontera entre las dos coreas y que se había buscado la vida de niño en Seúl de limpiabotas.
La bolsa para Boom Boom, como llamaban a Mancini, era de unos 250 mil dólares, más una parte de lo que se recogiera en las taquillas. Para Kim era mucho menos. Pero no pudo verla. Murió unos días después del combate, sin lograr salir del coma que le provocaron los golpes del estadounidense. Nunca más vi boxeo, salvo algunos carteles amateurs a los que me enviaban cuando era reportero.
La pasión de niño por el boxeo se esfumó y me enganché con el fútbol. Con un viejo radio ruso y una antena inventada, escuchaba cada fin de semana, cuando salía de pase de la escuela, las noticias del fútbol español. Quería que ganara siempre el Real Zaragoza, o el Real Madrid. Pero en aquellos años dominaba la Real Sociedad, el Athletic Club de Bilbao, incluso el Barcelona, hasta que llegó el Real Madrid de la Quinta del Buitre.
Entre el Real Madrid y los Yankees, cuando comenzaba la temporada de las Grandes Ligas, gasté cientos de juegos de pila para mi viejo radio. Nadie sabe cuánto trabajo pasaba para encontrar en las noches alguna emisora que transmitiera el partido de los Mulos. Y de los del Madrid, ni hablar. A veces solo me enteraba de los resultados una semana después.
Era fan de Cabalgata Deportiva, un segmento de noticias deportivas que daba La Voz de América cada noche, pero la prioridad era siempre el tenis: Ivan Lendl, Jimmy Connors, Joe McEnroe, y de fútbol y béisbol muy poco. Y casi nunca del Real Madrid y los Yankees. Era así.
Ahora es muy fácil seguir una liga cualquiera de fútbol, a un equipo de Grandes Ligas, o a todo el campeonato, pero hubo tiempos en los que era muy difícil, extremadamente difícil, porque los medios cubanos, los que leíamos o escuchábamos, jamás hablaban de deporte profesional. Cuando lo hicieron, en aquellos tiempos de los Bulls de Michael Jordan y Scottie Pippen, parecía que se iba a caer una estrella, y se cayó porque luego de un par de años dejaron de poner aquellos partidos.
De fútbol, a veces ponían algún partido de Argentina, algún resumen de España 1982, y varios partidos de México 1986. Y luego siempre la televisión ponía los Mundiales, y llegó la hora de arreglársela para no perderse un partido grande.
Acá, en Moscú, había comprado los derechos de la Liga Española, y veía free la Champions, pero después de la guerra tuve que volverme un mago, porque no se podía ver nada, a menos que entraras a una de esas páginas que llenan las PCs de virus y mensajes pornográficos. Hasta que apareció Carballido y me permitió ver todo lo que quisiera. Ni un partido más del Madrid me perdí, y de los Yankees solo dejaba de ver aquellos que se juegan en el Oeste, como los de esta semana en San Diego o Anaheim, porque comienzan cuando acá son las cuatro de la madrugada.
Y si llegaste hasta acá, y aguantaste toda la muela, debes saber que voy con el Madrid el sábado ante el Dortmund. ¿Puede perder el Madrid? Claro que puede caer, porque es fútbol y, además, una final de Champions, y no olvidemos aquello de que «las finales no se juegan, se ganan». Pero creo que va a ganar, que lo hará una vez más, pero qué manera de demorarse este sábado.
¡QUÉ MANERA DE DEMORAR EL SÁBADO!
