VENDO MI CASA

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Por Glenda Boza Ibarra ()

Madrid.- En un grupo de Revolico un amigo publicó las fotos de su casa en venta. Hermoso apartamento. Meses antes su esposa me había contado cuánto dolor le daba deshacerse de ella. En unas de las maletas con que viajó al extranjero traía adornos de la casa que quería conservar, incluso unos utensilios de cocina. No hacía falta pero era lo único que le quedaría de aquel apartamento que compraron, amueblaron y decoraron a su gusto y del que hoy tienen que deshacerse a la mitad del precio de toda su inversión. Tienen no, tratan, porque tras dos años en venta aún no logran venderla.

Otra amiga, también en Revolico, ha cambiado tres veces el valor de su casa en venta. Como es lógico, me salen sus publicaciones. El dinero, aunque siempre es bienvenido, sé que no significa mucho para ella, pero no tiene sentido mantener cerrada una vivienda a la que no va a regresar. Mi mayor deseo en la vida siempre ha sido tener una casa propia. Después de 35 años no poder siquiera abrir un hueco en la pared para colgar un cuadro, sin antes pedir permiso al propietario, es algo frustrante. A pesar de tres años y tres casas en España, sigo acumulando cosas.

Por más que me dicen que pocas cosas hacen más fácil las mudanzas, yo me encariño con los lugares donde vivo y trato de expresarlo en cosas “desmontables”: cuadros, adornos, menaje de cocina, lencería. En Cuba nunca tuve casa propia y me tocó adecuarme a los gustos de otros. Aún así, sin importar el tiempo de alquiler, en casi todos sentí que tenía un hogar. Pero ver a mis amigos con casas propias reformando cocinas o baños, armando las estructuras a su gusto, preparando el cuarto de sus hijos, me hacía la boca agua. A no ser que fuera por un milagro, yo sabía que para tener una casa tendría que heredarla, y si hay una muerte de un ser querido de por medio no me interesa ser propietaria de nada.

Por eso me duele ver a mis amigos vendiendo sus casas en las redes. En varios casos, son mucho más lindas y mejores que esas que alquilan hoy en algún país del extranjero. Puedo entender su rabia, su frustración y hasta su odio por un país que los obligó a empezar de cero después de los 30 años y tener que deshacerse de uno de sus bienes más preciados sin que ni siquiera les sea rentable. Nadie quiere casa en Cuba. Ni siquiera un amigo con dinero que hace unos años me decía que la mejor forma de invertir era comprar inmuebles.

Él tenía fe en un futuro para el país. Hoy puso su dinero en otro lugar. No cree que ni siquiera comprando varias casa al precio “de gallina enferma” que hoy se venden, pueda recuperar la inversión. Ni siquiera a largo plazo. Cuba no va a cambiar, me dice. O sí, a peor, probablemente. Ese cambio a peor, esa falta de esperanza en algunos cubanos es lo que hace que hoy vendan sus casas. Da lo mismo si es para usar el dinero para una travesía o para recuper algo de dinero tras hacerse ido. Pasará, en muchos casos, mucho tiempo para que vuelvan a tener casa propia, si es que lo logran.

En el extranjero, mucha gente pasa parte de su vida pagando una hipoteca. Hipoteca que hay que pagar sin contratiempo, pero que al menos no suponen el hueco en el bolsillo que sí supone un alquiler. Hipoteca que puede suponer una utopía a corto y mediano plazo para quienes emigramos tarde y nos toca empezar de cero, lograr una estabilidad monetaria y entonces dar el primer pago de una casa. Se logra, porque a muchos amigos los veo feliz en las redes con la llave gigante simbólica de su caso, pero como todo lo que se publica en Facebook e Instagram, fácil solo ha sido la foto.

Vuelvo a Revolico y me aparece la foto de la casa de mis amigos. Se me hace la boca agua como antes en Cuba y hasta pienso que hoy ese precio sí puedo pagarlo. Yo quiero una casa propia para mí… pero no en Cuba. A mis amigos les pasa igual: ya tienen una casa propia, pero está en Cuba. Y en Cuba ya no quieren vivir.

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