ASTILLAS

LECTURASASTILLAS
Por Tania Tasé ()
Berlín.- Hay una mujer que odia los espejos. Tiene una relación difícil con ellos. Por lo que muestran y por lo que ocultan.
Ella quiere saber qué hay detrás de ellos, en el reverso pegado a la pared. Le va peor con los espejos dobles, los que suelen ser redondos y aumentan su imagen por un lado, por si sentiera demasiado pequeñita a escala normal. Corre todos los riesgos y observa sus imperfecciones agrandadas: arrugas profundas hasta lo imposible, granos enormes, poros que semejan cráteres y las manchas de la edad y de algunos vicios.
Se demora poco en su examen. Realmente necesita saber qué hay entre las dos caras de los espejos cosméticos.
Los ha tapado con trapos para disminuir su frustración. Descubre que los tapados siguen reflejando la fealdad de un mundo que ella obstinadamente encuentra bello. Busca más, abre gavetas y sigue tirando trapos encima de todos los espejos. Una capa, dos, tres… diez.
Empiezan a saltar los monstruos guardianes de los espejos. Disparan reflejos que todos los trapos de la existencia no logran burlar. El pavor la paraliza, mas esa mujer no atina a cerrar los ojos.
Ha entrado al décimo círculo del Infierno.
Ahí están las gargantas desaforadas alimentando el fanatismo en cualquier dirección.
Ahí están las lágrimas por los ahogados, por los violados. Por los presos que son más libres que sus carceleros, prisioneros eternos de su propia oscuridad.
Esa mujer espera que haya un resto de humanidad, algo que se parezca a alma, hasta en el último de los sicarios.
Se espanta ante la cuota tan alta de coraje que hay en las señoras de blanco que todos los domingos se empeñan en el acto simple de en llegar y entrar a las casas de Dios.
Cuál es el lado oscuro de alguien?
Qué tan oscuros han de ser los espejos que ven un niño morir, un hombre partir, un país desaparecer, la impotencia reinar?
Qué distancia hay entre un acto de fe de una nación y su muerte autoprovocada por la resignación?
De qué lado de los espejos está el valor?
La mujer no lo sabe.
Esa mujer se observa y teme más el olvido que su muerte. Las luces azules parpadeantes y los aullidos de sirenas también las reproducen los espejos. Se ve a sí misma cuando murió, ve también a su pequeña riendo de los pelos del bigote de un extraño, que la mira espantado tras el parabrisas donde se estrelló su cara.
Todas las pesadillas en la luna tranquila, inmutable y tozuda de un espejo. Siente mucho frío y lo rompe con sus puños. Acto inútil de impotencia sublevada: las astillas siguen tercamente reflejando cosas.
Y ella no puede cerrar los ojos ni desviar la mirada. No sabe. No aprendió nunca el arte infame de la ceguera voluntaria.
Ha visto tristes seres que no saben abrazar. Quiere salvarlos pero no la dejan llegar los letreros de acceso prohibido en sus ojos. Se les desbordan la envidia y el odio por un descosido del saco vacío de sus buenas vidas.
Extraños entrañables que no se libran de veneno ni en sus momentos de gloria. Seres que muestran su pequeñez a gritos. Siente pena por ellos porque al final todos los animales son necesarios para el equilibrio.
Los añicos también reproducen los sonidos de una rumba de cajón flamenquita. La transportan a los palenques de tambores lejanos de los alzados. Los escucha, sabe que para muchos son aún inaudibles.
Ella ve cómo tú tiendes en el suelo un trapo grueso, acolchado para que deje de aplastar cristales con sus cansados pies desnudos. La ternura del acto la hace llorar y suplica: no pertenezcas al coro de los que la aplauden borrachos de admiración ante su fuerza. Te ruega que la dejes subir esa escalera y colgar en el aire hasta que cambie la luz.
No quiere ser rescatada, entiende que no será astilla de ningún espejo. Se sabe acompañada por ti, anda todos los senderos de tu mano, porque no entiendes de comienzos ni finales. Sólo amas los procesos, explicas mientras te desnudas deliciosamente ante sus ojos atónitos.
Hay un sacerdote del amor que en tiempos oscuros, tañe furiosamente las campanas cada vez que el mundo se queda sin luz.
Ahora que andan cotizando su cerebro, que los postores elevan sus apuestas, esa mujer está desnuda, descalza y limpia ante todos los espejos que sus puños romperán. Está entrenada y sabe correr las fronteras del final. Huye de la hipnosis idiota y alucinante que provocan las reacciones digitales. Se refugia en tu pecho que huele a lavanda.
Es su manera de mantenerse viva. El único modo de hacer las paces de una vez con todos los espejos de su vida finita. Sabe que no vivirá para siempre.
Ha encontrado el Tiempo y se parece mucho al mar.
Lo abraza.

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