EL SOCIOLISMO, LA BRUCRACIA, LOS ASESORES

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Por Ernesto Ramón Domenech Espinosa ()

Toronto.- La burocracia teje sus redes en todos los campos de la actividad humana. La cultura, la economía, el deporte, la ciencia, la agricultura no escapan a los viscosos tentáculos de la papelería inútil, de las sillas giratorias, de oficinas adormecidas. Hasta en la NASA debe haber un par de escritorios reservados a algún chupatinta espacial.

Sin embargo, el terreno preferido, el lugar ideal al que van a parar toda clase ineptos, tarados y cretinos, gente sin talento para nada, parlanchines y simuladores de alto rango, es la política.

Mucho más que antes, en sus amplias redes de manipulación y servilismo, la política acoge una variadísima fauna de imbéciles ideológicos y enchufados. Lo peor es que esos imbéciles, ya sea por mañas propias, favores ajenos, golpes de suerte o toques electorales, terminan siendo presidentes, primeros ministros, ministros, congresistas, gobernadores, alcaldes y senadores. Son ellos los que determinan el rumbo de nuestros países, por tanto, el destino de nuestras vidas.

Llegado el momento del trabajo, y demostrar habilidades y conocimientos concretos resulta que estos “Elegidos” no tienen la más puta idea de cómo hacer bien el trabajo para el que fueron designados. Entonces recurren a un ejército personal de colaboradores, gestores, secretarios, subsecretarios, asistentes, ayudantes, agregados: los asesores. Y claro, un idiota con corbata termina incorporando a su equipo a jugadores de su mismo nivel profesional: incompetentes pero leales. El problema entonces se duplica, o triplica.

Ejemplos sobran, y a todas las escalas. Así, en la España del narciso Pedro Sánchez se ha formado un gobierno de 22 ministros, 4 vicepresidentes y alrededor de 700 “asesores”, cada uno de los cuales se embolsa anualmente entre 80 000 y 120 000 euros. En la lista de oficinas del ejecutivo sobresalen por su inutilidad los ministerios de Consumo, de Igualdad, Cultura y Memoria Democrática.

Si queremos tener una idea del mastodóntico gobierno español basta una simple comparación con Alemania, Japón y la Argentina de Javier Milei y sus 15, 11 y 9 sillas ministeriales respectivamente.

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Entre los sociolistos ibéricos hay especímenes notables al estilo de la exministra de Igualdad Irene Montero, en cuya hoja de servicios resalta la Ley del Sí es Sí, que ha sacado de las cárceles o reducido condenas de pedófilos y agresores sexuales y la vicepresidente Yolanda Díaz, una chavista que propone cambiar el concepto de Patria por “Matria” (feminismo trasnochado) y una justicia climática que adapte las condiciones meteorológicas a los puestos de trabajo.

Cerrando el desfile de burócratas en La Moncloa un gamberro ibérico como Oscar Puente: ministro de transporte, especialista en twitter y exabruptos mientras desconoce el número de provincias de su país y la red ferroviaria que supervisa baja la calidad y cantidad de sus servicios.

La lista de inútiles y Bien-Pagados en la política es larga y variada. En el Reino Unico, el renunciante Boris Johnson se ha hecho notable no por ser un buen discípulo de Margaret Thatcher sino por sus absurdos escándalos; Macron en Francia, siempre vacilante e indeciso, no sabe bien si tiene más miedo enfrentarse a los comunistas radicales de Mélenchon, a los barrios musulmanes de París o a la Rusia de Putin.

Al otro del Atlántico Justin Trudeau, un fan del Castrismo, se empeña en romper todos los récords de la criminalidad y la inflación en Canadá, y el dúo fantasmagórico Biden-Kamala Harris asume con renovado entusiasmo el papel de marionetas de Barak Obama y compañía.

Letrinoamérica es tierra fértil para arribistas, demagogos e imbéciles de alcurnia. El catálogo es casi infinito, pero no pueden faltar López Obrador, decidido a terminar con la violencia dando besos y abrazos a los criminales; Evo Morales y su teoría sobre el homosexualismo y el consumo de gallina; Hugo Chávez, encargado de la destrucción de la industria petrolera venezolana; Nicolás Masburro y sus cinco puntos cardinales; Pedro Castillo, una cabeza con sombrero pero sin cerebro; Alberto Fernández, triste testaferro de Cristina de Kirchner, y Gabriel Boric, el sietemesino chileno que se hizo presidente luego de confesar su inexperiencia para el cargo.

En Cuba tenemos nuestra ración de idiotez oficial. Castro I, el cretino en jefe que planeó disecar la Ciénaga de Zapata, y que a su vez colocó a dos militares en puestos claves: el general Ulises Rosales del Toro al frente del Ministerio del Azúcar, y el esbirro Ramiro Valdés en el área de la Informática y las Comunicaciones.

Por eso no es de extrañar que la producción de azúcar en Cuba esté en el mismo nivel de 1864 o que en la Internet de la Isla se priorice el control y la censura antes que la variedad de ofertas y la velocidad de conexión. El modelo cubano de estupidez se ha actualizado con las apuestas a la Limonada y el cultivo extensivo de la Moringa del payaso Díaz-Canel.

Los políticos no producen riqueza alguna, antes dilapidan los escasos recursos de las naciones e inducen al empobrecimiento continuo con el aumento de la corrupción, la permanente subida de impuestos, las subvenciones y la estafa de la inflación. A la lista oficial de puestos públicos hay que sumar esa otra oscura lista de asistentes, ayudantes y asesores de todo tipo con sueldos exagerados y cuyas obligaciones no están definidas.

Que tanto bribón e inepto ocupen una silla administrativa en una Dictadura es inevitable dada la naturaleza corrupta y poco transparente del Poder, que suceda lo mismo en Democracia es culpa de nosotros, los ciudadanos. En Occidente se ha forjado la creencia dee que el Progreso, la Libertad, y el respeto a los Derechos Humanos están garantizados para la eternidad, error que nos puede costar muy caro.

Nos toca ser claros y contundentes a la hora de exigir gobiernos reducidos y eficientes, centrados en la Justicia, Defensa y Seguridad Nacional. Precisamos de gente capaz y experimentada en esos cargos públicos que todos pagamos, sino que renuncien, que se vayan al carajo. La estupidez, la falta de escrúpulos, la cobardía y la mediocridad son la ruina de las naciones, y de nosotros mismos.

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