Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- En Cuba hay madres presas por marchar por las calles y gritar libertad y otras malas palabras.
En Cuba hay madres que vieron a sus hijos irse del país después que a esas mujeres que gritaron libertad y otras malas palabras las llamaron sediciosas y las condenaron a nuestra indiferencia.
En Cuba hay mujeres que no pueden regresar a Cuba porque sus perseguidores y jueces confían en lograr que ellas – y nosotros – en uno, dos, tres o quizás cuatro ejercicios, crean que la patria es el olvido, un simple gesto de olvido.
En Cuba hay madres que no pueden escribir que el infinito es un junco, ellas oponen al dolor la misma proporción de amor y silencio.
Por ahora callan pero su voz llegará a ser un torrente ensordecedor y temible cuando cada una de ellas y sus voces se junten.
En Cuba hay madres que la noche antes de la mañana de mañana que es ahora, sobre sus hijos e hijas se preguntan: ¿los veré?
¿Los abrazaré?
¿Los besaré?
¿Por cuánto tiempo?
¿Qué dice el reglamento penitenciario para estos días?
Uno puede suponer que estas preguntas – y otras – son el pasto de la incertidumbre de ellos, o saber que se hacen de ambos lados de los barrotes. Lo difícil es, al menos para nosotros, saber a qué lado de ellos están las madres, hijos e hijas que se hacen éstas preguntas.
No son interrogantes sin importancia, interpelan nuestra felicidad, porque la certeza de la libertad es siempre un cuestionamiento: ¿quién está realmente preso?
En Cuba hay también otras madres. Algunas nos siguen hablando desde ese territorio sereno que es la memoria o aún desde la ternura y cobija noble de sus abrazos.
Como éstas, aquellas le hablan en Cuba a nuestra vergüenza.
