CUBA, LA CRUELDAD DE ESTAR LEJOS

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Por Hermes Entenza ()
Núremberg.- Es cruel estar lejos de Cuba con las necesidades básicas ya resueltas, y ver en las redes sociales y en mensajes de WhatsApp, el sufrimiento de todo un pueblo.
La isla está viviendo una nueva ola de cortes de electricidad que supera con creces todas las que padecí.
Tengo el presentimiento de que en breve me voy del Facebook. Los que están dentro de ese infierno no imaginan que los que llevamos Cuba por dentro, aunque estemos en lugares confortables, el suplicio es similar, y el hambre, la miseria, los apagones, el dolor, podrían ser historias de un terrible pasado, pero no sucede así, al menos en mi caso.
Yo nunca voy a sugerir que el pueblo se tire para la calle, eso es algo muy personal, y no soy el más indicado para decirlo, viviendo en un país libre. En Cuba, cuando comenzaba la movida de gente a protestar, un tipo se parqueaba en la puerta de mi casa o en la puerta de la iglesia, que son idénticas, y hasta que no se calmaba temporalmente la situación, no se largaba.
Fui citado muchísimas veces por la SE, específicamente por el comando que se ocupa de mantener «a raya» a los intelectuales. Fui amenazado, ofendido, controlado, agredido hace unos años, cuando la cosa no estaba ni siquiera la mitad de lo caldeada que está hoy. Fui expulsado par de veces de mi trabajo como profesor de artes plásticas, solamente porque estuve tres años fuera del país en la década del 90, y casi una década después, fue que vine a enterarme de la causa de todo, pues nunca me lo dijeron.
Mis amistades, tanto las que continúan en Cuba, como las que están fuera, no me dejarán mentir. Todos los lunes cuando el timbre sonaba temprano en la mañana, mi familia decía: Hermes, te vienen a buscar para llevarte a prisión. Es terrible sentirse controlado, vigilado.
Digo todo esto porque el miedo es un arma del régimen, y nunca diré que el pueblo tiene que salir a inmolarse.
Yo creo en la eficacia de ese miedo colectivo cuando veo a cientos de cubanos que viven fuera y callan también. Estos me molestan un poco; muchos me escriben al privado, asintiendo, confirmando mis palabras, pero son incapaces de producir por ellos mismos algún grito de apoyo a nuestro pueblo. A veces también los entiendo; es otra estrategia del régimen el inocular terror a los que vivimos fuera, para que no hablemos en contra de la barbarie, temiendo que el gobierno nos prohíba entrar a Cuba y perdamos alguna propiedad, o no veamos nunca más nuestros sus familiares, a alguna novia o novio, o nos quiten la posibilidad de una semana a «to´ tren» en Varadero.
Yo no tengo el antídoto para curar el sufrimiento de nosotros los cubanos, y aunque tengo la esperanza de que Cuba se libere de tanto dolor, cada vez que entro a las redes, deseo romper mi cabeza contra la pared, porque, coño, ya ni sé, aquello no es vida, es un calvario, y vivir en un país libre, con inmensas posibilidades de ser feliz, no implica para mí absolutamente nada cuando leo a gente que amo, amigas, amigos, colegas, gente buena, mala, niños, ancianos, todos, sufriendo un castigo que no merecen, sin poder gritar para cambiar las cosas, porque les echarán los perros de pelea.
Cuando voy a degustar un simple plato bien servido, desayunarme con un buen pan, o un simple croissant, cuando veo leche de vaca barata y de mil marcas diferentes, o una familia paseando con sus niños felices, sin ser millonarios ni lejanamente ricos, se me desgracia el día, y no tengo consuelo pensando en mi isla envuelta en la miseria por la ineficiencia de un gobierno corrupto.
Yo le pido a todos los dioses, los antiguos y modernos, que ilumine mi pueblo, porque cada día el país se hunde más en el lodo. Mañana es el día de las madres, pero ¿Cómo rayos voy a felicitar a esas mujeres que necesitan un monumento en cada plaza, en cada pueblo cubano? Son las luchadoras, las destrozadas psíquicamente por tantos años buscando un pancito, un delicioso refresco, una chuchería para que sus niños, aunque sea por una vez, sonrían de placer.
Un día cualquiera, sin dudas, habrá un despertar colectivo, pero el gobierno obsesionado con el poder, nunca va a ceder ni un ápice, y la orden de combate será dada nuevamente; entonces, para mi congoja, habrá un baño de sangre, porque el odio de los gobernantes elimina el amor.
Venga la felicidad para la isla, carajo; venga ya la hora en que podamos decir que Cuba es un país de gente feliz.
Tendrá que suceder, pues los cubanitos somos gente buena.
La noche es oscura, pero el amanecer llegará, y los gallos ya están cantando.

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