PESCUEZOS DE POLLO

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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- El domingo estuve en Publix, vi unos paquetes de pescuezos de pollos y pensé: “contra, nunca los he probado, deben saber bien porque a mami les encantaba”…
Los compré, esa misma tarde los puse en el “barbecue” y me los comí. No sabían mal,
pero dije: “Esto es una mierda, ni tienen carne ninguna”…
De pronto, me asaltó un recuerdo que hizo correr lágrimas por mi rostro…
A principio de 1962 ya comenzaba a escasear todo en Cuba, tras hacer largas colas se lograban cuatro o cinco pedazos de unos raquíticos pollos.
Recuerdo que mi hermano Carlos Enrique, de burlón, me preguntó : “¿Esto será pollo o aura tiñosa?”
Se trataba siempre de una alita, un pedacito de pechuga, un muslito y el pescuezo…
Desde la cocina mi madre decía: “Sírvanse ustedes, a mi solo déjenme el cuello que ustedes saben que me gusta”…
Los tres zangaletones de la casa (papi, mi hermano y yo) nos fajábamos por la pechuga y no tocábamos el pescuezo porque ese era el “delirio” de mi madre.
Pero el domingo me di cuenta de algo: “El pescuezo es una basura, hay que comerse 50 para llenarse”… Me quedé petrificado.
Desmesuradamente abrí mi ojos humedecidos, “se me iluminó el bombillo” y casi grité: “Ño, Estebita, qué clase de comemierda fuiste. Ana María solo estaba expresando su amor por nosotros en uno de sus acostumbrados gestos estoicos y bellamente maternales”.
Estaba sacrificándose para que nosotros comiéramos mejor.
Miré al cielo miamense y dije: “¡Gracias, mami, ahora es que me doy cuenta por qué lo hacías.»

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