Por Manuel Viera ()
La Habana.- El Nicho es un lugar muy bonito donde me ocurrió algo curioso pero que para nada empañó la experiencia de recorrer una parte del país.
Después de bañarnos en la piscina natural, fuimos a comer a un pequeño emprendimiento que se llama «La Cascada». Le pregunté a la dependienta si tenía algún jugo natural y me dijo que no, que sólo refresco de lata.
Unos 10 minutos más tarde en la mesa vecina se sentaron unos rubios rosaditos y les servían jugos de piña y papaya.
Aunque mi madre no me enseñó a eso y ella jamás lo hubiese hecho así, yo preferí callar y tomarme mi latita para no empañar el momento. Pero no deja de ser triste y hasta humillante que sucedan estas cosas.
Tal cual hago la promoción a quien lo merece, en este caso recomiendo que si vas a El Nicho elijas cualquier otro sitio donde comer y donde la dependienta que te atienda lleve una sonrisa en el rostro, aunque no seas un turista extranjero.
II
Para mí es un honor que muchos cubanos me hayan reconocido y saludado a lo largo del trayecto, lo mismo en la Ciénaga, que en Cienfuegos, en Trinidad o en San Diego del Valle. Sin embargo, lo de este amigo rebasó todos los límites.
En medio de la nada, en el camino de Topes de Collantes a La Sierrita, cuando más asustado estaba, mientras esperaba a que los frenos humeantes de ‘palmiche’ se enfriaran, este cubano que practicaba ciclismo regresó, se bajó de su bicicleta y me dijo: «Ehh, Manuel, ¿que haces aquí tan lejos?».
Por poco reviento de la emoción. Durante varios kilómetros viajamos juntos, incluso me indicó dónde existía un manantial para coger agua y enfriar las ruedas. Son estas las cosas que me aferran a Cuba.
