Por Manuel García verdecia ()
La Habana.- Hay un excelente cuento de Anton Chéjov, «La sala número 6», que trata de un grupo de locos internados en un destartalado y precario hospital de pueblo. El médico que atiende a los pacientes es un hombre inteligente y honrado, pero carece de voluntad para mandar, ordenar, insistir.
En sus inicios fue un celoso cumplidor de sus deberes, pero la desidia y precariedad general lo fueron reduciendo, hasta hacerlo sentir que nada de lo que haga valdrá la pena. Nunca es suficiente y son muchos los necesitados.
Así que piensa que la mayoría de aquella gente enferma debía haber ingresado en el hospital, aunque fuera para recibir las atenciones mínimas, pero no era materialmente posible y el hospital estaba en muy malas condiciones. Así que llega a una terrible conclusión: «Puesto que no tengo para cambiarlo todo -se decía el doctor- mas vale no ocuparse de ello.»
Es así, a veces la excesiva magnitud de la difícultad nos lleva a la parálisis o la resignación.
Creo que es la peor de las actitudes. Hacer algo para deshacer la dificultad, por poco que sea, es mejor a no hacer nada. Reduce en cierto grado el problema y nos da un sentido de realización que nos mantiene conscientes y activos.
Si la mayoría lo asumiera de este modo, proporcionalmente la dificultad perdería en dimensión, hasta deshacerse. Es lo que pienso.
