LO MÍO SIEMPRE FUE EL GALLINERO

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Por Gretell Lobelle ()
Matanzas.- El gallinero, ese siempre fue mi sitio. Nunca permití que el imaginario de una facultad me limitara, por eso tenía mi silla en aquella mesa del té de la UPEC. Ahora que lo pienso, ¿cómo cabía tanta gente en aquella mesa?
El mejunje que bebíamos y la señora que soportaba las peroratas interminables de aquellos vejigos que creían que iban a cambiar el mundo. Había y hay un grupito sostenido en el tiempo que se fue juntando y hasta hoy queda un cariño que no cambia. A pesar de los rumbos, de las visiones y las realidades de cada uno, aquella mesa reunió a gente buena.
Los icetebeanos, siglas estrambóticas de mi especialidad, éramos vistos de manera diferente. Era un hecho, hasta hoy lo es. Los periodistas nos miraban por encima del hombro y yo decía cuando cualquiera me preguntaba: «¿Tú estudias?»,  mi respuesta siempre fue la misma: «Para bibliotecaria».
Me encantaban las caras que ponían al escuchar esa respuesta. Lo hacía y hago particularmente para molestar: «Yo molesto». En aquellos años de los 90 llegó la comunicación social y de pronto había un puente entre dos dominios del conocimiento que en puntos creaba un término medio donde te podías sentir cómodo.
Las dinámicas en los dominios del conocimiento, lo simbólico y gremial marcan distinciones, es un hecho. A mí me tocaba el gallinero, pero me hice mi silla en la UPEC, me sobé con algún muchachito periodista y discriminé a la propia discriminación.
Tengo amigos entrañables de aquellos años, gente linda que nunca caminó pisando huevos. Temprano aprendí a identificar a ciertos personajes, eso no falla. Los tipos que destacan desde la egolatría saltan desde que son verdecitos.
Lo mío fue el gallinero, no me gustaba la platea. Desde el gallinero se observa mejor el panorama.

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