Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Acabo de ver, con un poco de retraso, la segunda entrega de «Desde la Presidencia», el podcats del impuesto presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y si no fuera porque vivo acá desde hace 50 años, dos meses y 23 días, pensaría ahora mismo que los cubanos somos un pueblo bendecido y que este señor es un benefactor.
Podría, incluso, pensar que solo algunos contratiempos generados por el inhumano e injusto bloqueo de Estados Unidos y esa persecución implacable a todo lo que huela a Cuba, por envidia, tal vez, generada por la eficiencia de los dirigentes cubanos, o por la vida de lujo de todos los hijos, no solo los de los que dirigen, impiden que Cuba sea el paraíso terrenal, el edén soñado.
Canel estuvo acompañado por la locuaz e incoherente ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, algo así como de la encargada de garantizar que cada cubano reciba en tiempo y forma lo que necesita para ser un hombre -o mujer, niño o anciano- alimentado, sin necesidad de protestar, a no ser que en algún momento se confunda por los medios alternativos, o lo confunda el enemigo, con esas grandes cantidades de dinero que envía a la isla con la intención de provocar la subversión interna y la caída del mejor sistema que ojos humanos hayan visto.
Cuando hablo de ese dinero que envían desde Estados Unidos, siempre me asaltan dudas, entre ellas los motivos que tendrían quienes lo reciben, porque, al final, lo tienen todo garantizado. No importa que haya crisis con los combustibles en Cuba, porque Comercio Interior se encarga de poner en la puerta de la casa de cada cubano, ya sea en un envío o dos, todo lo que se necesita para llevar una vida placentera, digna, tranquila y feliz. ¿Qué más pueden pedir los ingratos habitantes de esta isla?
El Hombre de la Limonada y Díaz Velázquez hicieron alarde de un lenguaje ampuloso, chocante, pobre, más digno de una de sus reuniones habituales con subordinados que de un podcast de youtube que, como era de esperar, justificó hasta lo injustificable, y dejó muchas pinceladas con las cuales escribir centenares de líneas.
El que escuchó a Canel -y no vive en Cuba, por supuesto- cree que todo está resuelto, que no hay hambre, que los habitantes de la isla reciben siete libras de arroz digno -y cuando digo «arroz digno» no me refiero a un tipo o a una marca, sino a uno que sea comestible para una persona y no que parezca para pollos o cerdos- aunque en Cuba aún las personas tienen que escoger el referido cereal, que suele llegar con gorgojos, piedras y hasta gusanos.
Siete libras de arroz es una cantidad considerable, no lo niego. La mayor parte de las personas de este mundo no necesitan siete libras de arroz para un mes, pero ese es un problema suyo, sobre todo porque viven en países donde hay otras opciones. En Cuba no hay ninguna otra. Se trata de arroz, arroz y arroz. Un día con un pedacito de perro, otro con unos frijoles o con un tomate y nada más.
Pero Canel y su acompañante lo dijeron como si lo del arroz fuera pan comido. Cumplimos con la entrega y punto. Y también hablaron de los granos. Lo dicen así: «los granos», como si eso incluyera frijoles de tres o cuatro tipos, garbanzos, chícharos, lentejas, y apenas se trata de unos granos -literalmente hablando-, que se pueden contar, por unidades en unos segundos.
Los granos que te venden dan, si acaso, para un congrí. O un potaje y nada más. Pero hay que escuchar a la ministra hablar, y al Limonardo corregir. Y cuando hablan del café o el aceite, uno se puede imaginar que están tan preocupados como el gallo del patio por los pollitos de todas las gallinas. Y ni hablar de cuando tocan el tema del azúcar, de la sal y aquella única salina en Guantánamo, o de las compotas para los niños que solo produce Sancti Spíritus.
Un extranjero imaginaría una enorme planta procesadora de frutas, a donde llegan a cada instante camiones cargados de plátanos, mangos, manzanas -sí, un extranjero imaginaría manzanas y hasta peras y melocotones, porque se pueden importar en todas partes-, guayabas, y hasta anones y caimitos, para que la enorme industria no pare y pueda garantizar que las tiendas estén llenas todo el tiempo de las más disímiles compotas, al alcance de cualquier niño.
Pero no. No es así. Se trata de una planta mugrienta, que produce una compota que a veces no se puede consumir, o que a muchos padres les inspira respeto, y que venden tan limitadas a pequeños de hasta tres años, y a veces hasta cinco, en dependencia de la disponibilidad. Así funciona la isla y no como intenta hacer ver el presidente, auxiliado por una ministra y un viceministro.
Ustedes, si llegaron en la lectura hasta acá, pensarán que soy un loco por haberme disparado semejante programa, y lo admito, pero a mí me gusta tener elementos a la hora de hablar, y disfruto de las barbaridades que dicen, como hicieron, por ejemplo cuando hablaron del «producto huevo» -así porque le enganchan la palabrita producto delante de todo- y dijeron que tenían problemas con los piensos y no sé qué más. Entonces Canel dijo, textualmente que «se están haciendo muchos estudios para lograr producir el pienso».
Y juro que salté del sillón y casi me doy en el techo de mi barbacoa. Porque es increíble que a estas alturas alguien diga que estudia cómo producir pienso para aves. Cuando en realidad lo que tiene que hacer es producir la materia prima y hacerlo, porque en este mundo todo está estudiado, a menos que quieran introducirle un seis por ciento de moringa y un 23 de leucaena para que los niveles proteicos suban y no reciba la población huevos con la yema blanca, como sucedió hace poco en Santa Clara, o Camaguey, creo.
Esos estudios son para producir pienso con productos cubanos, según Canel, quien admitió que «siempre habrá alguna sustancia que habrá que importar». Y yo me pregunto qué sustancia.
En fin, no les recomiendo que vean el podcast, porque sería como volver a soñar con un país normal, donde haya pan, aunque sea el de la bodega, porque, según el supuesto jefe de Estado, «tenemos dos barcos de harina y estamos buscando el dinero para financiarlos y que a partir de dos semanas volvamos a tener el pan con normalidad».
Esto dice mucho, pero contradice una información anterior de la ministra de Comercio Interior, quien dijo que el único molino de trigo del país está en Cienfuegos y solo muele unas 200 toneladas, de las 700 y tantas que se necesitan para el pan normado de cada día.
A mí, como siempre, nada de esto me sorprende. Y cada día me convenzo más de que si no echamos a estos del gobierno, cambiamos la constitución, llamamos a elecciones libres y Cuba se abre al mundo, vamos a ir muriendo uno a uno de inanición, hasta dejarlos a ellos solos como dueños de todo. ¡Increíble!
