VENDER CANCIONES

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Por Héctor Miranda ()

Moscú.- Una mañana de marzo de 2009 andaba por el Distrito Federal de la capital mexicana. A una cuadra de la calle Insurgentes fui a coger un pesero, como le decían a los microbuses porque cobraban un peso, al menos por entonces. Me recordaron, por el nombre, a las Cuarentiñas, aquellos camiones que inundaron La Habana para los Juegos Panamericanos de 1991 y que desaparecieron unos meses después, como por arte de magia.
Yo iba a Tepito y pude haber optado por el Metro, porque llegaría más rápido, pero si mi estancia en la ciudad era por poco tiempo, mejor viajar por arriba, para ver, aprender, porque el DF es lindo, o al menos eso me creí siempre. Y Tepito, aparte, es espectacular. Tal vez nunca haya visitado ningún lugar con tanto embrujo como ese enorme mercado a cielo abierto, con sus calles infinitas llenas de bisutería, perfumes, discos, olores…
Subí al pesero y me senté detrás, en lo último, justo en el asiento posterior a la puerta de salida. En una parada cualquiera subió un joven con una guitarra, y cuando el conductor arrancó de nuevo soltó un discurso espectacular:
«Soy un vendedor de canciones. Pero no soy uno cualquiera. No lo hago por placer, sino por necesidad. Soy el mayor de cinco hermanos. El más grande de mis hermanitos tiene 10 años. Somos huérfanos de padre, y mi madre y yo nos las arreglamos para que tengan pan, carne, leche, tacos… Por eso vendo canciones.
«También estudio en la Universidad y me pago mi carrera. Yo no quiero que me regalen nada, solo quiero que me compren una canción y que ustedes pongan el precio».
Busqué en mi billetera y saqué un viejo billete de dos dólares que me acompañaba desde hacía años.
-Si me cantas Nosotros, la canción de Pedrito Junco, es tuyo -le dije.
Lo tomó, se lo puso en el bolsillo de la camisa… Pasó luego los dedos por las cuerdas de la guitarra, como templándolas y dijo:
-Pedrito Junco es de los grandes compositores cubanos. Y está canción que me compraron es un himno en muchos países… -y cantó. Lo hizo precioso. Una mujer que iba delante se levantó, lo abrazó y le dio unos billetes. La inmensa mayoría puso alguna plata en una gorra que movió a un lado y otro mientras caminaba por el pasillo.
Unos días después, tras acabarse la parte mexicana del II Clásico Mundial, salía yo del hotel Grand Prix e iba para Insurgentes y O’sullivan. Tomé un pesero, otro, y casi después de mí subió el mismo muchacho de la guitarra. Cuando el chofer arrancó, él inició su discurso:
-Perdí a mi familia en un accidente. Solo me quedó mi abuelita, a la que cuido aún y no tengo donde vivir. A pesar de eso, estudio en la Universidad. No quiero que me regalen nada, solo que me compren una canción. Nada más. La que ustedes quieran.
Me levanté, fui hasta él, saqué unos pesos mexicanos del bolsillo y le dije:
-Quiero que cantes Nosotros, de Pedrito Junco…
Me miró por unos segundos. Agachó la cabeza, cogió el dinero, lo guardó e hizo sonar la guitarra.
-El amigo, que es cubano, quiere escuchar Nosotros. Y le regalaré, además, Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig, y la Guantanamera.
Tres veces pasó la gorra y tres veces la casi totalidad de los pasajeros le dio algún dinero. Un rato después y luego de escuchar otras canciones, pagadas por otros, llegó mi parada. Agarré mi maleta y mi mochila y me bajé. El cantor bajó conmigo.
Aquella tarde nos tomamos unos tequilas juntos en un bar y por primera y única vez en mi vida canté en público. A duras penas encontré el lugar donde me hospedaba en la noche. Y si mal no recuerdo, el vendedor de canciones ni era huérfano, ni tenía hermanos, pero cantaba bien y hablaba mejor.
PD: Hoy me encontré un post en el muro de Facebook de Yordanka Cuza, a quien no conozco, que me hizo recordar aquel momento. La historia que ella cuenta es genial. No dejen de leerla. Acá les dejo el link: https://www.facebook.com/yordanka.cuza/videos/942376227502507

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