ARAMIS DE LOS AÑOS DE HARINA CON HUEVO

DEPORTIVASARAMIS DE LOS AÑOS DE HARINA CON HUEVO

Por Gustavo Borges ()

México.- Gloria, tu mujer, me vio entrar a tu cuarto junto al traumatólogo y bajito para no asustarte, te dijo: «Viejo, ahí te busca un periodista».

Más que periodista, yo era un niño de 19 años con un cartón que decía corresponsal voluntario. El carnet me abrió la puerta del hospital de Matanzas donde, según los rumores mentirosos, tú estabas a punto de morirte, consecuencia de un accidente. Traumatismo raqui-medular cervical, decía la historia clínica.

El doctor Milian me explicó con palabras raras como subclavia y cayado (de la aorta) que te ibas a poner bien y remató con una de las preguntas más hermosas en mis 41 años en el oficio: ¿quieres verlo?

Félix Isasi Mestre, te re…conocí aquel viernes, día de San Lázaro de 1982, cuando tu familia encomendó tu salud al viejo milagroso. Diez años antes te había conocido sin verte, la noche cuando mi viejo se fue de la casa. El 1 de diciembre de 1972 mi padre se despidió y debe haber sido uno de los días más dolorosos de mi niñez, no por causa del trauma familiar, sino porque Cuba perdía con Estados Unidos en el Mundial de Managua y yo agonizaba: «Con ellos no», mami, le decía a Minerva con mi voz de alevín del hombre nuevo.

En la madrugada del día 2 pegaste hit, te robaste segunda y después del ponche de Capiró, Marquetti bateó jonrón. 5-3 ganó Cuba y yo salí a unirme a la gente que estaría celebrando a esa hora el título mundial. Lo que siguió fue una decepción sin importancia; minutos antes de la una de la mañana nadie festejaba nada en la calzada General Betancourt y fui a refugiarme en el abrazo de mi madre, que había estrenado aquella noche su condición de mujer abandonada.

En el hospital estabas en una cama con una cuerda que te estiraba el cuello. Gloria, la esposa eterna, te sacó de tu entumecimiento, y me hizo sentir un hombre importante con aquello de: «Viejo, ahí te busca un periodista».

Con los labios casi cerrados me dijiste que agradecías a la gente de Matanzas la preocupación y al otro día Girón publicó la nota que fue la decimoctava de mi vida, editada por Jorge Cantero, aquel negro bueno con anatomía de boxeador de peso welter, uno de los seres más capaces, nobles y de corto ego que he conocido.

Nos hicimos amigos, Félix. En tu casa te di un abrazo el día cuando ibas a viajar como entrenador del equipo Cuba y te bajaron del avión porque tenías en tu maleta la dirección de un amigo en Estados Unidos. Tú, Félix, que rechazaste millones de dólares, aguantaste la humillación y ni en ese momento tuviste rencor.

Yo emigré en 1998, te busqué y sólo te vi una vez más, en un restaurante por la playa Allende, donde ocupaste una mesa a cinco metros de la mía. Entonces verte había vuelto a ser poco importante; habías vuelto a ser un habitante de los sueños de mi niñez.

Isasi, a mis siete años escondiste la bola de manera pícara y yo empecé a soñar con un día ser como tú, sin darme cuenta que era imposible porque era tamaño bonsai y estaba manco.

Armando Ferrer, mi maestro de educación física del pre, llevó a los cocodrilos al título hace unos días y cerró un círculo alrededor de ti, abierto con aquellos Henequeneros, campeones en 1970, cuando los 10 millones no fueron.

Mosquetero, Aramis de los años de la harina con huevo y los zapatos plásticos con huequitos; prestidigitador del juego más hermoso. Agradecido, en tu muerte me inclinó ante ti como me inclinaría ante Jean Valjean, o ante Ana K, la que se tiró a las vías del tren, si los tuviera delante.

Fui un niño más feliz desde aquel día cuando de la mano de José Antonio pisé el Palmar de Junco por primera vez y vi aparecer tu elástica figura segundos después de que el mulato Manolito anunciara como si llamara a misa: «Número 12, Félix Isasi, segunda base».

Gracias, brujo de mis días de inocencia.

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