REPUDIO O LA NIÑA LÁZARA

ARCHIVOSREPUDIO O LA NIÑA LÁZARA

Por Tania Tasé
La Habana.- (Hay textos que no se dejan escribir así de fácil. Cuesta domarlos como a los potros salvajes: cuando crees que lo tienes dominado, vuelve a revirarse y es entonces que tienes que cambiar el método. Conocí un guajiro en Pinar del Río, en una de las escuelas al campo que tenía una yegua que era muy mansa y se volvió jíbara recién parida. No se dejaba montar y el guajiro sudaba a mares mientras trataba de embridarla, una vez perdió la paciencia y le dio con un gajo. Vi que salió una anciana de la casa de tabaco y le dijo: prueba con la ternura, háblale y trátala como lo hacías antes, cuando era mansa. El hombre refunfuñó algo que no alcancé a oír, pero probó y resultó. Después andaba él muy orondo montado en su yegua. Eso mismo he tratado de hacer con este texto: después de tratar de domarlo con rabia y con fuerza, he probado desde la ternura y me he montado sobre él. Y cabalgo. No sé si está ya manso del todo este potro o se ha hecho más jíbaro. Ustedes dirán).
*****************
El año 1980 fue muy ruidoso. Así lo recuerdo al menos, por la bulla. Tenía yo 11 años y cursaba el sexto grado en la escuela » Mártires Latinoamericanos», creo que está en 42 y 35 en Playa, si la memoria no me falla. Fue el año en que 10 mil cubanos se metieron en la embajada del Perú. El año del éxodo masivo del Mariel. Y también el año donde escuché por primera vez la palabra escoria.
Después de hacer los cinco primeros grados de la primaria en Ciudad Libertad, esa escuelita pequeña no me gustaba nada, pero me enamoré de la maestra de Ciencias. Se llamaba la seño Mirta. No era joven y no era linda, pero me fascinaban sus clases de Matemáticas. De todas maneras, me acostumbré rápido y en un par de semanas tenía muchos amiguitos nuevos. Había una niña rara de la que se burlaban todos, alumnos y maestros. Siempre andaba sola, tenía un aspecto un poco desaseado, no es que anduviera sucia, pero era la impresión que daba. Yo creo que era por su pelo corto rizado y despeinado que siempre tenía mucha grasa. O tal vez porque se bajaba constantemente los tirantes de la saya del uniforme y se quitaba la pañoleta. Cuando las maestras hablaban de ella no decían la pionera, decían: la niña Lázara o «esa niña». Los niños sentían de alguna manera lo despectivo y se mofaban de ella. Y yo también, para mi vergüenza. Hasta el día que la vi llorar y me acerqué. Me dijo: mi abuela se murió ayer, no te burles. Y había tanta tristeza en su voz y en su cara, que me quedé todo el receso junto a ella. A partir de ahí nos hicimos amigas. La niña Lázara sabía el nombre de todas las flores y podía decir cuando una lagartija era hembra o macho. Y sabía darle moscas a las ranitas para que se las comieran. Lo juro.
Vivía en mi cuadra y jugábamos en el parque que estaba detrás de la farmacia, en 33 y 44. O bueno, mataperreábamos y siempre discutíamos con los varones porque no nos dejaban jugar pelota. Y cuando se burlaban porque éramos niñas, les tirábamos almendras.
Fue mi amiguita preferida durante unos meses. Un día no fue a la escuela, ni el siguiente, ni tampoco el tercer día. Y a mí ya no me gustaban las clases. Un jueves de espanto, recuerdo muy bien que era jueves, no sé por qué; entró la seño Mirta al aula y nos dijo a todos que la niña Lázara se había convertido en una escoria, junto a sus padres. A mí me dio frío, mucho frío. Es lo que me sucede siempre que me domina la rabia: tengo frío y tiemblo. Y grité: ¡Eso es mentira! Y me llevaron a la dirección y llamaron a mis padres. Lo que pasó ahí ya no es de interés para esta historia, ni siquiera lo recuerdo. Pero lo que se quedó para siempre en mi cabeza fue el abrazo que me dio mi padre en la casa cuando me dijo: has hecho bien, siempre debes defender a tus amigos, estoy orgulloso de ti. Y yo lloraba a mares porque no entendía nada.
Pero esa noche entendí. Estaba en el portal de mi casa cuando oí un escándalo enorme a media cuadra (yo vivía en la esquina), salí a la acera y vi a mucha gente, los vecinos y también mis maestras gritando fuera de la casa de la niña Lázara y tiraban piedras y huevos. Estaban todos como locos y reían. Yo tuve mucho miedo y entré corriendo a casa y le grité a mis padres: ¡hagan algo! Mi madre lloró (ella, que nunca lloraba) y mi padre me dijo: no podemos hacer nada, solo no vamos a participar. ¡No vamos a participar! Yo seguía gritando como loca que ahí era la casa de la niña Lázara y que teníamos que defenderla. Mi papá me dijo con una voz que no voy a olvidar nunca: Tania, tienes que aprender que no podemos hacer siempre lo que queremos, pero podemos no hacer lo que no queremos porque no es correcto.
Y yo sentí frío otra vez. Mucho frío.
Nunca más he vuelto a saber nada de la niña Lázara.
La niña que sabía el nombre de todas las flores.

Check out our other content

Check out other tags:

Most Popular Articles

Verified by MonsterInsights