Por Esteban Fernandez Roig Jr ()
Miami.- Decía Eulalia la comadrona que: “El día en que nací no lloré, simplemente miré a Esteban y Ana María y me sonreí”…
Siempre les doy muchísimo mérito a mis padres en mi crianza, sin embargo, modestia aparte, yo hacía mi parte siendo muy amoroso con ellos.
Cuando entendí que las perretas iniciales no me conducían a nada beneficioso, cambié de proceder y comencé a repartir -y reciprocar- abrazos y besos.
Me di cuenta de que todos los consejos de mis padres (aunque pudieran estar equivocados a veces) estaban cargados de buenas intenciones.
Y entonces decidí obedecerlos ciegamente. Sin chistar, sin rezongar, sin discutir, sin refunfuñar y sin formar discusiones ni broncas estériles.
Desde muy pequeño aprendí a no exigir nada, a no intentar justificar nada, a pedir indulgencia para todo y jamás faltarles el respeto a mis padres…
Simplemente hice de “la coba” mi mejor arma para salir airoso de todo error cometido.
A mi padre le gustaban las peleas de gallos, a mi no, pero él nunca se enteró y lo acompañaba a la Valla de gallos “La Guajira” de Vila, situada en la calle Soparda entre Tacón y Beneficencia.
Mi padre era Almenarista y yo también, era Auténtico y yo decía simpatizar con Carlos Prío, no le gustaba Eddy Chibás y yo aseguraba que “lo detestaba”. Y en el anticastrismo lo emulé y hasta lo superé.
Constantemente respondía: “Lo que tú digas, papi”, “Tienes toda la razón, mami”.
Diariamente yo decía: “Voy al parque” (en la foto). Mi padre me respondía: “Está bien, recuerda que te quiero aquí en la casa a las 10 de la noche”. Y yo, obediente, invariablemente contestaba: “Claro, viejo, voy a regresar antes de las nueve”. Y no había tormento.
En realidad era inquieto, majadero, muy rebelde, y súper bruto para las matemáticas, pero todos los defectos los suplía con mi derroche de miel para Esteban y Ana María.
Así fue que logré hacer mi niñez muy agradable a base de cariño, obediencia y extrema cortesía con mis progenitores.
