Tomado de El Cubaneo ()
Miami.- En la Cuba de finales del siglo XIX, la figura de Manuel García, conocido como «El Rey de los Campos de Cuba», emerge como un ícono del bandolerismo con un giro heroico. Nacido en 1850 en Alacranes, Matanzas, su vida se entrelaza con la violencia desde su bautizo, marcado por un altercado a machetazos. Analfabeto hasta los diez años, García se sumergió en un mundo de juego y peleas de gallos, iniciando su carrera criminal, por necesidad y circunstancia.
Su primer acto de rebeldía fue defender a una joven en una fiesta, acción que lo llevó a prisión. En la cárcel, García aprendió el oficio del delito. Tras su liberación, se unió a Carlos García, un reconocido asaltante de caminos, pero pronto lideró su propia banda, manteniendo una fachada de trabajador honrado.
Intentando salvar a una joven y a su familia de un incendio, fue acusado falsamente de iniciar el fuego y terminó hiriendo al padre de la joven en una disputa, esto lo llevaría a la cárcel. Al salir, gracias a un abogado corrupto, se vio obligado a robar una yunta de bueyes para pagar su deuda, lo que resultó en el asesinato de un guardia y su transformación en un fugitivo.
A medida que su leyenda crecía, García se unió a la lucha por la independencia de Cuba. Viajó a Cayo Hueso para reunirse con separatistas cubanos y, al regresar, su fama de bandido se convirtió en la de un líder mambí. Sus seguidores lo admiraban por su disciplina, respeto por las mujeres, y desprecio hacia las autoridades coloniales. Su grito de «¡Viva Cuba libre!» resonaba en la isla.
García fue considerado un patriota por los emigrados cubanos en Estados Unidos, un bandolero convertido en comandante del Ejército Libertador. Traicionado y asesinado en Ceiba Mocha, Matanzas, su muerte coincidió con el inicio de la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, cerrando su vida en un acto de lucha por la libertad de su país.
