LA TRISTEZA DE LOS DE ABAJO

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELA TRISTEZA DE LOS DE ABAJO

Por Jorge Sotero

La Habana.- Mi mejor amigo me cuenta que se enroló en una discusión en Facebook sobre la tristeza de Cuba al finalizar el año y tras dar sus consideraciones y decir que nunca antes vio más afligidos a los cubanos, tropezó con la opinión de algunos que salieron a criticarlo.

Esos le decían, un poco entre líneas, que ellos no veían la aflicción por ninguna parte. Mi amigo los conoce bien y cuando me contaba, me decía que uno de ellos, otrora dirigente del Partido Comunista, trabaja ahora en una tienda, de esas que venden en MLC, de las que alteran precios, donde se roba y donde se esconden cosas para sacarlas después, vía mercado negro.

Mi amigo, como un caballero, no quiso decirle en público lo que merecían. Y tampoco lo hizo en privado. “¿Para qué les iba a decir?”, me comentó. Pero la conversación sirvió para que analizáramos algunas de las aristas de la situación que vive Cuba, con una mayoría inmensa de la población en la pobreza absoluta, ansiosa porque el castrismo se acabe de una vez, y otro grupo más pequeño, el de los acomodados, que prefieren alargar la historia hasta donde sea posible.

El que salió a contradecir a mi amigo con aquello de que los cubanos son felices, fue un exdirigente de poca monta. Uno de esos a los cuales los de arriba lo mandaban siempre a darle la cara a las reclamaciones, de los que andaba a pie, o en el asiento de atrás de un jefe, como fiel pulguiento y que, después de defenestrado, le dieron un puesto en una tienda.

Allí hizo carrera. Incapaz de hacer más, pero hábil para ciertas cosas, aprendió temprano que, teniendo a los dirigentes contentos, su tiempo en el nuevo puesto se eternizaría. También aprendió que, enviando una caja de cervezas a la semana a la gobernadora, o a la secretaria del Partido Comunista y al intendente, nadie lo iba a quitar jamás.

Supo cómo hacerlo sin afectar las cuentas de la tienda: subió precios a su antojo, vendió a mercaderes clandestinos para que estos revendieran más adelante y, cada viernes y sobre todo en fechas señaladas, enviaba por debajo del telón, un regalito a los de arriba.

Dos décadas después sigue en la misma tienda, en el mismo puesto. Ha despedido a decenas de jóvenes por cualquier violación, pero su vida sigue siendo sosegada, o al menos no le falta la comida, la botella de ron para tomar cada tarde mientras juega dominó con los amigos más cercanos. Cree él que eso es la vida, y que en ninguna parte del mundo viven las personas como en Cuba, porque para él, el medidor es su situación y no los dos viejitos jubilados que sobreviven a duras penas en el edificio del fondo y que no tienen ni para hacer una comida al día.

Estos son los que sostienen al castrismo. Tipos así, papanatas de toda la vida, a los que el castrismo utilizó durante años y que después cuasi acomodó para que les siguieran siendo fieles. Estos, los oficiales de alta graduación de las Fuerzas Armadas, la represión policial y, sobre todo, un aparato de seguridad del Estado, formado por más de 30 mil personas, si contamos solo a los que reciben salarios y prebendas.

A estos borricos son lo que el Partido Comunista, mediante su aparato ideológico, les dice que hay que ir a las redes a “combatir las corrientes de opinión contrarias a la revolución”, y ellos, cual obedientes corderos, no tienen remilgo al hacerlo. Lo de ellos es quedar bien con sus jefes.

Por eso le salieron al paso a mi amigo, cuando hizo referencia a la tristeza del pueblo cubano, que no es melancolía ocasional, ni abatimiento circunstancial. Sino una amargura provocada, por la imposibilidad de festejar lo que todo el mundo celebra.

Con hambre y sin la posibilidad de encontrar lo necesario para superarlo, amigo mío, ningún pueblo es feliz. Y esos que salieron a ‘enfrentarte’ son los canes del castrismo y ya sabemos como los amos suelen tratar a esos tusos: un día le darán una patada en el trasero para entregarle el puesto de ellos a otros. Entonces se darán cuenta de que fueron engañados y pasarán a formar parte de la enorme legión de tristes.

Solo es necesario vivir para ver. Entonces les tocará a ellos ser los de abajo, como pasa en aquella novela bestial de Mariano Azuela, el escritor mexicano.

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