Por Fernando Clavero
LA Habana.- Osvaldo Lara fue uno de los grandes velocistas de Cuba. Junto a Silvio Leonard y Alejandro Casañas formaron aquel grupo de virtuosos corredores de distancias cortas que le dio glorias a Cuba desde finales de los años 70, hasta mediados de los 80.
No incluyo a Alberto Juantorena, porque el llamado Elegante de las Pistas se enroló en aquella locura de alternar -o compaginar- pruebas de velocidad (400 metros) con semifondo (800), además de ser el llamado niño lindo y símbolo del sistema.
Leonard y Casañas fueron medallistas olímpicos. Lara no. Pero no por eso fue menos importante, y su presencia le daba glamour a varios torneos, entre ellos el Memorial Barrientos, que se celebró por décadas en La Habana, con la presencia de ases del campo y pista mundial, incluido medallistas olímpicos soviéticos y alemanes.
Las tribunas del estadio Pedro Marrero se llenaban en esos tiempos para ver a los ases foráneos, pero también a los cubanos, entre los que estaba Lara, quien había nacido el 13 de julio de 1955 en La Habana, y que murió el primer día de 2024, producto de un infarto del miocardio, con 68 años de edad.
Lara corrió las finales olímpicas de 100 y 200 metros planos en los Juegos Olímpicos de Moscú 80. En la primera ocupó la quinta plaza, lejos del campeón, el británico Allan Wells, quien asistió pese al bloqueo de su país. En 200 llegó octavo, más lejos aún del bólido italiano Pietro Menea, ganador, en similar situación, porque Italia tampoco acudió, pese a que se lucieron sus atletas, entre ellos el propio Menea, Sara Simeoni en salto alto y Mauricio Damilano en la marcha.
Por cierto, de Moscú 80 recuerdo la medalla de oro que ganó el después actor y comentarista deportivo italiano Patrizioi Olivas, quien se impuso en la final welter al soviético Serik Konakbayev, de quien decían en Cuba que era el mejor exponente del boxeo en la URSS.
Esas pruebas no fueron duras para Lara. Por entonces era un mozalbete que se quería comer al mundo y aunque sabía que la vida de deportista no duraba para siempre, pensó que aquella revolución a la que él le entregó todo desde que era casi un niño, siempre lo tendría en cuenta, pero se equivocó.
El día que sus tiempos no dieron para ganar medallas o animar finales en las pistas, lo pusieron a un lado, y sufrió lo mismo que otras estrellas del deporte, a las cuales el sistema ha mandado a morir en el ostracismo más atroz.
La lista es interminable, pero, por suerte, el colega Daniel Martínez, desde las páginas de Trabajadores, ha sacado algunas historias a la luz: el pesista Alberto Blanco, el baloncestista Félix Morales, los astros del voleibol Abel Sarmientos y Yosenqui García, y Lara, entre muchos otros, en una labor encomiable.
La lista de los que viven en la más absoluta miseria es enorme. Su situación dista mucho de otros que fueron más inteligentes y tomaron el camino del exilio, se convirtieron en profesionales o entrenadores, y viven una vida digna en cualquier otro lugar, fuera de la tierra donde nacieron.
A Lara, porque el atletismo no pagaba nada cuando él corría y porque se creyó el cuento del castrismo de que la revolución no se olvidaría de sus hijos, le tocó jugar con la más fea, y la pasó mal, tanto que murió en la más absoluta pobreza. En las redes hay una foto suya que cada vez que la veo me provoca dolor: el hombre llora cuando hace balance de su vida.
La revolución no solo olvidó a Lara, sino que se lo comió, como hizo Cronos con sus vástagos, según esas historias mitológicas griegas, solo que el castrismo no lo hizo cuando Lara nació, sino después de exprimirlo, de usarlo.
El hombre al fin descansó, pero su historia, su dolor, los momentos duros que vivió, quedarán en la memoria de todos los que un día lo admiramos y lo seguimos, lo mismo desde la frialdad de las páginas de los diarios, que desde las cálidas gradas del Pedro Marrero.
¡Descansa en Paz, campeón! Siempre habrá alguien que se acuerde de ti.
