¿HABRÁ UNA NUEVA PANDEMIA?

CURIOSIDADES¿HABRÁ UNA NUEVA PANDEMIA?

Tomado de MUY Interesante

Hay dos cosas seguras en la vida: que todos moriremos, en algún momento, y que vendrán más epidemias. ¿Podremos prevenirla y evitarla?

Madrid.- Nada ha moldeado tanto la historia de la humanidad como los letales seres del mundo microscópico. Sus efectos, en forma de enfermedades y muertes, han afectado tanto a emperadores, presidentes y reyes como hasta al más humilde de los ciudadanos y han influido más en el rumbo de la historia que todo el conjunto de protagonistas humanos y conflictos bélicos. Las pandemias son el fenómeno más extremo del poder destructivo que pueden tener los agentes infecciosos, cuando son capaces de extenderse por el planeta y transmitirse entre los habitantes de cada país. La guerra biológica que libramos contra virusbacterias y otros microorganismos va irremediablemente unida a nuestra existencia y, por tanto, nuestro futuro depende en gran medida de estar preparados frente a ellos. La pandemia de COVID-19 se ha convertido en un triste recordatorio de este hecho.

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Vacuna contra el COVID-19

Tras las grandes epidemias y pandemias que han afectado al ser humano a lo largo de su existencia no hay malvados gérmenes que buscan causar daño y sufrimiento, sino simplemente puro azar y selección natural. Se trata de una larga historia llamada evolución que comenzó a escribirse hace aproximadamente 3 500 millones de años, cuando surgió la vida en la Tierra. Un relato biológico en el que no hay ni buenos ni malos y que está compuesto por sucesos fortuitos encadenados que han llevado a la supervivencia de unas especies y a la extinción de muchas otras. Parafraseando la célebre frase del genetista Theodosius Dobzhansky: «Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución», tampoco las pandemias.

La evolución prosigue su marcha

En la absoluta mayoría de los casos, es difícil apreciar los efectos inmediatos de la evolución a lo largo de nuestra vida porque esta suele ser un proceso extremadamente lento y, a menudo, invisible. No solo es necesario que aparezcan mutaciones genéticas que favorezcan la adaptación al entorno, estas deben transmitirse a un gran número de individuos y permanecer en una determinada especie. Ambos pasos requieren mucho tiempo (sin intervención humana) en las especies que forman el reino vegetal o animal.

Sin embargo, la situación cambia de forma radical en microorganismos como las bacterias y los virus. Por un lado, estos son proclives a mutar al azar con rapidez (por fallos en los mecanismos de reparación y replicación de su material genético), lo que les permite adaptarse con facilidad a circunstancias adversas. Así, los individuos que sufren mutaciones dañinas para su supervivencia o para dejar descendencia tienden a desaparecer, mientras que aquellos que sufren mutaciones beneficiosas, como una mayor capacidad para infectar a humanos al unirse a los receptores de células específicas, tienen más probabilidades de reproducirse y extenderse. Por otro lado, estos cambios genéticos pueden pasar a infinidad de miembros de la misma especie en poco tiempo por su gran capacidad para reproducirse o para transferir genes directamente a otros individuos.

Los virus y bacterias son proclives a mutar al azar con rapidez. Créditos: Mario Tama

Los virus y bacterias son proclives a mutar al azar con rapidez. Créditos: Mario TamaMario Tama

Si prestamos atención al mundo que nos rodea podremos percibir que la evolución sigue siendo la canción de fondo que suena y nosotros no vivimos ajenos a ello, por mucho que hayamos elegido unas pocas notas de la melodía en los últimos miles de años. Las temibles y crecientes resistencias a los antibióticos, que dan lugar a las superbacterias, son buena prueba de ello. El epidemiólogo y experto en enfermedades infecciosas Stephen Morse ya nos advirtió en 1987: «La Madre Naturaleza es la bioterrorista más peligrosa».

«Receta» para una pandemia

Hay dos cosas seguras en la vida: que todos moriremos, en algún momento, y que vendrán más epidemias. Es cuestión de tiempo. Así, el punto clave no es si vendrá una próxima epidemia, si no cuándo lo hará y si estaremos preparados para hacerle frente y limitar su impacto global. La grave crisis provocada por la COVID-19 fue una clara demostración de que la humanidad no estaba todavía preparada. Aun contando con punteros avances científicos y médicos y mayores recursos socioeconómicos que las pandemias pasadas, no fuimos capaces de evitar la expansión del SARS-CoV-2.

Hasta la llegada del nuevo coronavirus, los científicos especializados en enfermedades infecciosas pensaban que la pandemia más próxima que sufríamos estaría causada probablemente por el virus de la gripe o influenza. Este agente infeccioso es un sospechoso habitual al que seguir de cerca porque muta con rapidez, puede transmitirse con facilidad entre organismos y, de vez en cuando, salta de especies animales al ser humano. Además, el virus influenza es un especialista en causar epidemias y pandemias. Cada varias décadas aparece una nueva cepa que pone en vilo al mundo (gripe asiática a finales de los 50, gripe de Hong Kong en los años 70…) o directamente lo pone patas arriba (gripe española de 1918).

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Debemos estar atentos a las mutaciones de la gripe.

Son muchos los potenciales microorganismos que podrían provocar la próxima pandemia, pero, al final, son pocos los elegidos que llegan finalmente a causar dicho desastre. Esto no solo depende de las características del patógeno, sino también de si cuenta con circunstancias a su favor (movimientos de infectados entre países, detección tardía del agente infeccioso por parte de las autoridades sanitarias, medidas epidemiológicas inadecuadas…).

En cualquier caso, nunca faltan candidatos microscópicos con el potencial para causar una pandemia. Si solo consideramos a los virus, se estima que hay ahora mismo ahí fuera más de 500 000 tipos de virus, desconocidos hasta ahora, que podrían ser peligrosos para las personas. Estos agentes infecciosos, agazapados en la naturaleza y fuera del radar del ser humano, podrían saltar a nosotros en cualquier momento.

Solo en las últimas cuatro décadas, más de 50 nuevos microorganismos han conseguido infectar a las personas, causando gran sufrimiento a su paso. Entre estas nuevas especies patógenas encontramos al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), al SARS-CoV-2, al virus Nipah, al virus chikunguña, al virus MERS… Tres de cada cuatro nuevas enfermedades infecciosas que se han registrado recientemente tienen su origen en microorganismos que infectan a otros animales y terminan pasando a humanos (un fenómeno denominado zoonosis). Estos animales pueden ser murciélagos, cerdos, pollos, camellos, civetas…

¿Cómo surgen las pandemias?

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Más allá de las probabilidades de que un determinado microorganismo termine causando una pandemia, hay un factor a tener en cuenta: su gravedad. Esto depende de tres indicadores: la gravedad de la enfermedad y la cantidad de muertes que puede provocar, el impacto sobre la población y la transmisibilidad del agente infeccioso circulante.

En ese sentido, aunque el sufrimiento humano que ha provocado la pandemia de COVID-19 ha sido grande (se estima que entre 5,5 y 22 millones de personas han fallecido por el nuevo coronavirus), este podría haber sido peor. Tan solo hay que fijarse en las muertes que provocó la peste negra (que mató al 50 % de la población de la época) o la gripe española (40-50 millones de muertos). Si en lugar de un patógeno como el SARS-CoV-2, que afecta principalmente a personas ancianas o con ciertos factores de riesgo, se hubiera extendido otro ligeramente más letal o que afectase a personas jóvenes o sanas, el caos y el daño provocados hubieran sido mucho mayores.

Un mundo global más vulnerable a las pandemias

Nunca la movilidad de las personas por el planeta Tierra había sido tan grande como hasta ahora. Millones y millones de personas cruzan cada día continentes y fronteras por turismo, trabajo u otras razones. Esta globalización del ser humano ha sido un importante motor económico para multitud de países, pero también es una oportunidad de oro para infinidad de agentes infecciosos. Los microorganismos que afectan a humanos, como virus y bacterias, no viajan solos, necesitan un hospedador que los traslade a otros lugares y así puedan infectar a más personas. En una época en la que muchos ciudadanos pueden viajar a casi cualquier rincón del mundo, los patógenos que afectan a humanos se convierten en pasajeros privilegiados, con muchas más opciones para causar una pandemia.

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Los patógenos que afectan a humanos se convierten en pasajeros privilegiados, con muchas más opciones para causar una pandemia

Otro factor que incrementa el riesgo de sufrir una pandemia es la progresiva pérdida de ecosistemas, de áreas protegidas y de biodiversidad en diferentes regiones del mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva muchos años destacando la conexión entre los cambios de los ecosistemas, el clima y las epidemias. La biodiversidad es una barrera de protección frente a los saltos zoonóticos de microorganismos infecciosos. De esta forma, la dramática alteración humana de los ecosistemas está conduciendo a una sustitución gradual de especies, encogiendo los ecosistemas y reduciendo la diversidad de especies. Según un estudio publicado en la prestigiosa revista científica Nature, precisamente los hábitats degradados albergan más virus que pueden infectar a los humanos.

La destrucción de entornos naturales por parte de la humanidad rompe varios equilibrios protectores frente a agentes patógenos: lleva al desplazamiento de animales salvajes a otras zonas, que pueden estar habitadas por personas, animales domésticos y de granja. Esto aumenta las posibilidades de contactos entre todos ellos. Así, un agente patógeno de una especie salvaje tendría más opciones para infectar a humanos de forma directa o indirecta (a través de animales domésticos o de granja).

Advertencia de la OMS

Los murciélagos entran dentro de los animales exóticos especialmente peligrosos, por ser reservorios de muchos microorganismos que podrían saltar en algún momento a humanos. Esto es, de hecho, lo que ha ocurrido con el SARS-CoV-2, un virus originado en estos mamíferos alados que saltó a otra especie animal aún desconocido y, de ahí, a humanos.

Por desgracia, el calentamiento global complica aún más nuestra lucha contra las pandemias. Se sabe desde tiempos remotos que las condiciones climáticas influyen en las epide- mias de enfermedades infecciosas, incluso antes siquiera de saber que los microorganismos existían. Por ejemplo, los aristócratas romanos se desplazaban a residencias en colinas cada verano para evitar la malaria.

En ese sentido, la OMS ha advertido en numerosas ocasiones sobre los riesgos del cambio climático que, junto con otros factores como la globalización y los cambios demográficos o sociales, aumentan el riesgo de aparición de enfermedades infecciosas. El calentamiento global, junto con cambios de temperatura bruscos y fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, huracanes o sequías más frecuentes, son el caldo de cultivo perfecto para la alteración del comportamiento de agentes patógenos y la aparición de nuevas enfermedades infecciosas.

Hay numerosas evidencias científicas sobre cómo las condiciones climáticas influyen en las enfermedades infecciosas. Aunque algunas especies exóticas e invasoras podrían sucumbir bajo los efectos del cambio climático, otras podrán volverse capaces de sobrevivir y colonizar zonas donde actualmente no están presentes debido al clima.

La malaria, como gran amenaza para la salud pública, es una de las enfermedades infecciosas más sensibles al cambio climático a largo plazo, y más peligrosas. Su incidencia varía estacionalmente en zonas endémicas y aumenta ante eventos climáticos extremos. Los grandes monzones y la elevada humedad favorecen la rápida reproducción y la supervivencia del mosquito que transmite las especies de protozoo que causan la enfermedad. Según análisis recientes, el riesgo de epidemia de malaria aumenta en cinco veces un año después de que aparezca el fenómeno de El Niño.

¿Influye el cambio climático?

¿Influye el cambio climático?Midjourney/Sarah Romero

En guardia frente a futuras pandemias

Desde el año 2015, la OMS publica cada año una lista de enfermedades infecciosas emergentes que suponen un gran riesgo para la salud de los humanos por su potencial para provocar epidemias. Las enfermedades infecciosas emergentes son aquellas que se han descubierto en los últimos años o que ya se conocían anteriormente y estaban controladas o casi desaparecidas y han vuelto a resurgir. Allí encontramos enfermedades como la fiebre de Lassa, el virus Nipah o la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo.

Fue a partir del año 2018, cuando la OMS decidió incorporar a un nuevo protagonista: la «enfermedad X», una dolencia provocada por un microorganismo desconocido hasta ahora con el potencial para causar una grave epidemia internacional en el futuro. Como todos sabemos, en 2020 la temida enfermedad X apareció, fue la COVID-19.

¿Estaremos a la altura para la próxima enfermedad X? Sabemos que es solo cuestión de tiempo y es, por tanto, imperativo que la humanidad aprenda de lo ocurrido y destine una mayor cantidad de recursos para este fin. No se trata de permanecer relajados o alarmados frente a una potencial epidemia, sino de estar atentos y preparados. Es imposible evitar la aparición de nuevas epidemias, pero sí es realista disminuir la frecuencia con la que ocurren y limitar su impacto. Para ello, existen diferentes estrategias que deben potenciarse aún más en el presente y en el futuro para incrementar nuestro control sobre los agentes infecciosos.

En ese sentido, reforzar la vigilancia epidemiológica coordinada a nivel mundial y los sistemas de Salud Pública es clave. Instituciones sanitarias como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y la OMS realizan una inspección constante para detectar nuevos agentes patógenos de forma temprana, aunque las limitaciones en sus presupuestos restringen su alcance. Además, multitud de países (entre ellos España) tienen servicios de Salud Pública precarios, por contar con poco personal y fondos raquíticos. Es vital contar con un gran equipo de centinelas (especialistas en epidemiología y enfermedades infecciosas) en diversas partes del mundo, que puedan dar una temprana voz de alarma ante nuevas amenazas biológicas. Esto nos permitirá tomar medidas más veloces.

Otra estrategia para disminuir el riesgo de aparición de nuevos agentes patógenos es actuar sobre su origen: erradicar la caza y comercialización de animales exóticos, luchar contra la destrucción de ecosistemas y actuar de forma más contundente contra la crisis climática.

Anticiparnos a las pandemias

La investigación científica también es esencial para atajar futuras pandemias. Es importante contar con científicos con el conocimiento y los recursos para desarrollar tests diagnósticos, terapias efectivas para aliviar o curar las nuevas y potenciales enfermedades infecciosas que puedan surgir, así como también vacunas contra ellas.

Por otra parte, los grupos de investigación especializados en agentes infecciosos pueden ser decisivos frente a una nueva epidemia, al estudiar diversas características de estos como sus vías y capacidad de transmisión o sus puntos débiles. Un ejemplo de la utilidad de este enfoque reside en el Proyecto Viroma Global, una iniciativa científica que comenzó en 2018 y que pretende en una década analizar el genoma de virus que podrían saltar de animales a humanos, para así detectarlos de forma temprana y evitar potenciales pandemias.

Por último, no podemos olvidar el carácter decisivo que tienen el conjunto de los ciudadanos para limitar los contagios gracias a diferentes medidas: uso de mascarillas, distancia de seguridad, cuarentenas de los contactos estrechos de infectados, lavado de manos con agua y jabón o gel hidroalcohólico, aislamiento en casa al tener síntomas de una enfermedad infecciosa… Potenciar la responsabilidad colectiva y considerar las condiciones socioeconómicas (especialmente la pobreza) de los habitantes es también clave para dar respuestas políticas efectivas.

Al final, la vida de miles de millones de humanos dependerá de que podamos anticiparnos a las epidemias a partir de múltiples estrategias interrelacionadas entre sí, en lugar de reaccionar tarde ante ellas. Aún no es tarde para prepararnos para la próxima. Como explica el antropólogo David Harvey: «Los virus mutan todo el tiempo, pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en un problema mortal dependen de acciones humanas».

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