Por Gretell Lobelle ()
Mantilla.- Me han sacado un muela-cordal. El último de los cuatro inservibles. Los misterios de la evolución: si total hace más años que uno no se come un mamut. Qué digo mamut, ni una vaca.
El muchacho al que le he cancelado dos veces la cita es un puro prontón. Se suponía que iría a consulta de revisión. Ese cordal, según mi doctora emigrante, llevaba placa y quedó pendiente. Este chico, más feliz con sacar que con meter cualquier cosa, pues era toda actitud.
Decidido a dejarme sin nada que me dañara para el 2024, me soltó a boca e jarro: «eso hoy va pa fuera. Tú te vas de aquí sin él, porque te puede traer problemas y es lo que más me preocupa». Me quise morir.
Unas manos duras, fuertes y seguras -no sé qué tengo con el volumen pero esos titanes me dan seguridad-. Me gustan estomatólogos y ginecólogos, esas dos especialidades puntuales, hombres de los que parecen que si te tocan te vuelven una llave turca. No me pregunten por qué, y si hay masoquismo implícito. ¡Si, lo hay!
Sus palabras en un tono bajo y justo:
-Mami, estás muy tensa… Relájate, confía. ¿Te duele? Me alzas las mano y paramos. Mami, estoy pendiente de ti y de tus reacciones.
Yo ni tuve que alzar la mano.
-¡Ya!
-¿Pero ya? ¿No le dió trabajo?
-No, mami. Te dije que eso no tenía problemas. Eras tú que te pusiste muy tensa. No bajes la cabeza, recuéstate en ángulo de 45 grados, no hagas buches, no cojas sol, no hagas fuerzas, ponte compresas frías por si se inflama y hoy no puedes tener sexo.
-Tranquilo doctor, que esa extracción cierra sin yo tener sexo.
Le ronca el mango que una encuentre tanta rudeza, paciencia, mimos y querer en un dentista. ¡Asco de vida!
