SENIOR SUITE

Por Jaime Lara
Santiago de Chile.- Mi presencia en este lugar no fue de casualidad. La enfermera me lo dejó saber: “si eres cubano y vienes por Guillermo, prepárate para hablar largo y tendido”.
Estoy en Santiago de Chile, en la comuna Providencia, específicamente en Eliecer Parada 1222. La calle es de doble sentido, en la esquina hay una bicicleta pintada de blanco descansando sobre un árbol. Ahí mataron a una joven y su familia decidió hacerle una animita. Al lado está el Senior Suite, residencia especializada en el cuidado del adulto mayor.
Llevo nueve días pasando por el mismo lugar, en diferente horario. Siempre veo a un señor sentado en el balcón viendo los autos pasar. No se mete con nadie, pero conmigo se para de su silla y hace un gesto con la mano, como diciendo: sube, ven, quiero hablar contigo.
Es por eso que ahora estoy entrando al lobby del Senior Suite. Enseguida la carpetera sabe que soy un extraño.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?
-Hay un señor en el tercer piso que, al parecer, quiere hablar conmigo. No lo conozco, pero insiste en decirme algo desde hace unos días.
La carpetera se ríe y hace un gesto un poco extraño con la boca como diciendo: este no sabe dónde se metió.
-¿En serio quieres hablar con él?
-Sí, por supuesto.
-Bueno, mira, lo voy a llamar por el citófono a ver si quiere recibirlo. Puede tomar asiento.
-Ok, espero
Como a los cinco minutos, viene una enfermera y me invita a subir al cuarto de Guillermo Echenique.
-Venga, venga, Don Guillermo lo está esperando. Debo aclararle que tiene Alzheimer.
Subí por un elevador muy limpio, nuevo, vistoso. A los diez segundos ya estaba tocando la puerta 345. Me recibió un señor canoso, de barba desordenada, en pijama y descalzo. El cuarto parece el de un hotel, bien recogido, con una cama de ensueño y alfombrado.
– Déjenos solo, le dijo el señor a la enfermera.
Es 24 de diciembre de 2023 y yo mismo me pregunto qué rayos hago aquí. El protagonista de esta historia por poco me jode la Navidad. Siento que estoy rozando el morbo a gran velocidad. Ahora mismo quiero huir de aquí. Guillermo abre el refrigerador, me brinda una Coca Cola Zero y empieza a hablar con una coherencia impresionante.
“El auto tuyo tiene la bandera cubana en el parabrisas de atrás y por eso te hacía señas cuando pasabas. Yo odio a los marxistas. No los puedo ver. Tu país está como está por culpa de esos comunistas mal paridos. Mi último viaje a Cuba fue en 1957 y quedé muy impresionado con La Habana. Tenía más desarrollo que Santiago de Chile. Cuando entraron los Castros al poder, más nunca fui. Ahora mismo debe ser un desastre de ciudad, cayéndose a pedazos.
“Ya tengo 87 años, me falla mucho la memoria. Sin embargo, puedo contarte el por qué odio tanto esa ideología. En 1971, durante el gobierno de Allende, yo formaba parte de la guardia militar en La Moneda, cuando Fidel Castro vino al país. Mi general Augusto Pinochet era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y fue el encargado de hacerle un recibimiento en el Palacio Presidencial
“Pinochet siempre ninguneó a Fidel. Durante la ceremonia de bienvenida, el General puso a Castro en el medio y todos los honores del ejército fueron para Pinochet y Salvador Allende. En otro momento de su estadía, también lo mandó a pararse correctamente frente a nuestro glorioso Ejército».
-Al final no me queda claro el por qué odia tanto a los comunistas.
“Son una plaga. Todo lo quieren gratis. No tienen capacidad para hacer andar un país. Si Augusto Pinochet Ugarte no llega al poder, estuviéramos comprando los alimentos básicos por una tarjeta y haciendo colas para el pan. Aquí no hubo un Golpe de Estado. Más bien Chile cambió de golpe.
“Durante el gobierno militar, yo formé parte del Ejército y no podíamos ver a un comunista. Los montábamos en un helicóptero y los tirábamos en el medio del mar. El mismo golpe de agua, los mataba. También les metíamos ratones por el culo y a muchos les cortábamos los dedos. Son gente mala, muy mala. Y Castro los apoyaba. Mandaba a los hermanos la Guardia a entrar cualquier cantidad de armamento por el norte, con el objetivo de eliminar al General. Nunca lo lograron».
-Con todo respeto, Don Guillermo, yo no estoy de acuerdo con esos sistemas de represión. Ustedes eran unos fascistas.
«¿Fascistas nosotros? El país estaba en guerra. En una guerra hay dos opciones: o matas, o te matan. Fidel Castro asesinó miles de personas, secuestró y actualmente hay unos cuantos presos políticos en la isla. ¿Me vas a decir que no fue un dictador cobarde? A ver, dime, por qué los Castro no llaman a un plebiscito como hizo mi General. Son unos pendejos».
El hombre que tengo frente a mí, coge un sándwich y le da una mordida. Me habla con la boca llena sobre Oswaldo Payá. Ahí sí había huevos, me dice. Si cada cubano llevara un Payá adentro, hace rato Cuba fuera el país más próspero de Latinoamérica. Tienen una situación geográfica muy buena. A ustedes hay que tocarles los cojones el día que sean libre. Posiblemente yo no esté vivo, pero te acordarás de mí.
-¿Por qué tanto odio a la dictadura cubana?
“Porque aquí en Chile vamos camino a eso y Cuba es como la cepa. Tenemos a un merluzo de presidente, fanático a los Castro. ¿No lo leíste cuando murió Fidel? Cacha lo que se soltó: ‘Yo me muero como viví… mis respetos, Comandante’.
“Recuerdo mucho a Galeano en Los hijos de los días. En la Nochebuena de 1991, murió la Unión Soviética y en su pesebre nació el capitalismo ruso. La nueva fe hizo el milagro: por ella iluminados, los funcionarios se hicieron empresarios, los dirigentes del Partido Comunista cambiaron de religión y pasaron a ser ostentosos nuevos ricos, que pusieron bandera de remate al Estado y compraron a precio de banana todo lo comprable en su país y en el mundo. Ni los clubes de fútbol se salvaron”.
-Su memoria anda al cien, Don Guillermo. Tiene mucha claridad. Muy rica la Coca Cola, por cierto.
“En tu país, ni Coca Cola hay. Llévale una a tu mamá cuando vayas. Que sea Zero, es más saludable».
-Así lo haré, Don Guillermo. Me acerco a su cara, lo abrazo y le digo al oído: feliz Navidad, asere.
“Gracias por subir a verme», me dice mientras se come el último pedazo de sándwich.

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