Por Renay Chinea ()
Barcelona.- Había una famosa cuarteta: “Este es mi hijo menor/ es flaco como una aguja/ es la última rabuja/ del boniatal de mi amor”.
Este es Lucas. Cuando fuimos a Madrid, se compró un trompo en un kiosquito de Cuatro Caminos. En realidad no tenía idea de qué cosa era, pero el kiosquero lo vio indeciso y se lo endilgó. Ante la diversidad del mundo yo lo pongo muy fácil: le enrollé un billetico de cinco pesos en la mano y le dije: compra lo que quieras.
Y allá volvió intrigado, con Pipo de asesor, bajándole tutoriales de YouTube. La verdad es que es un trompo bello. De aluminio reforzado, comba perfecta y punta redondeada.
A mí me gusta más la palabra cubana: trompo. En España le dicen peonza y en Cataluña: baldufa. En mi niñez, los trompos se hacían en casa y a mano… Aunque yo no fui nunca el campeón en nada, me encantaba ver como lo bailaban mis hermanos. Wilfredo, lo soltaba por el aire y ya como sonaba el currican sabíamos que había impulso para rato.
Lucas, finalmente, después de una noche de desvelo, y dos mínimo-técnicos que le di… más algunos youtubers vía Pipo, logró hacerlo bailar: en uno de los pasillos de madera de la casa de Tino, lo vio trastabillar como una criatura: dos lucecitas brillantes le daban un aire de vuelo de cocuyo.
Al otro día, vino otra vez a mi:
Llevaba el currican en una mano, y en la otra, el lomo adormecido del trompo de aluminio:
—Papá, ¿cómo es que este hilo, puede echar a andar esto…? Y me miraba con curiosidad. Yo me tomaba un café en una terracita que tiene mi amigo Tino, cerca de Bravo Murillo. Sentí, que Lucas esperaba una respuesta.
—Hijo, le dije, la magia existe. Hay cosas que están muertas, pero ante cierta música están vivas. Hay objetos que no se mueven, pero ante ciertas fuerzas invisibles, se mueven y bailan… Y se quedó mirándome a mí. Mirando el trompo… mirando los coches que pasaban por la calle de abajo.
Hoy es su cumpleaños… Cumple 9… ¡y no sé si pueda superar a aquel kiosquero con mi regalo…!
