DÍAZ-CANEL, DE BUEN MOZO AL HOMBRE MÁS FEO DE CUBA

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Por Pablo Alfonso (Especial para El Vigía de Cuba)
Santiago.-Miguel Díaz-Canel era un tipo guapo. Siempre tuvo una pronunciada nariz, pero a decir verdad, lucía bastante bien. A pesar de que no tenía fijador, las mujeres se fijaban en él, tal vez porque siempre fue dirigente, con carros a su disposición.
La ausencia de fijador vino un poco después. Cuando ya era bastante conocido. Por entonces, era un secreto a voces que su exesposa lo traicionaba. Dicen las malas lenguas, que le daba la lengua, y mucho más, al propio chófer del Hombre de la Limonada.
Como corresponsal de la televisión en la otrora provincia de La Habana, asistí a varios encuentros que se realizaron por toda Cuba. Uno de ellos tuvo lugar en Holguín, cuando Miguel Mario Díaz-Canel era el primer secretario del partido en aquella provincia. Recuerdo cómo mis colegas periodistas hacían lo imposible por quedar en una instantánea al lado de limonardo. Yo, en jarana, les decía: «Conmigo, prefieran mi imagen, tírense la foto conmigo». Ellas solo reían, pero se la tiraron con él. Hoy, estoy seguro, que preferirían la foto conmigo y no con Díaz-Canel, a pesar de seguir siendo, casi todas ellas, periodistas oficialistas, y Díaz-Canel, el impuesto presidente.
No es porque en la actualidad yo luzca más guapo que este señor. Algo, más que cierto (perdón la inmodestia) sino porque el hombre ha defraudado a Cuba y de qué manera. Ellas, aunque no lo digan en sus reportes, también lo saben.
Muchos cifraron alguna esperanza en él. Algunos pensaron que, como era un tipo joven, iba a hacer cambios, que no tenía compromiso alguno con aquellos octogenarios que seguían viviendo en la gloria. Esos, que le han sacado el jugo a la historia. Incluso, la han tergiversado.

Hasta el poderoso alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, lo recibió en su primera visita como mandatario a aquella urbe, allá por 2018. Claro, De Blasio es un demócrata que pasó su luna de miel en 1994 en Cuba y soñaba con una mejor relación entre ambas naciones.
Por esos días de 2018, la estrella de Hollywood, Robert de Niro, lo invitó a una recepción con artistas, filántropos y promotores culturales. El reconocido protagonista de «Toro Salvaje», cinta ganadora de dos premios Óscar, dijo a Díaz-Canel que «los buenos vecinos no levantan muros, que la cultura sirva para construir puentes». Se trataba del primer presidente cubano, en casi 60 años, que no llevaba el apellido Castro. No pocos pensaron en una señal, en la luz al final del túnel.
Pero la señal nunca llegó, el túnel siguió apagado. El puente del que hablaba De Niro, se desmoronó. La opacidad fue in crescendo. El hombre demostró todo lo contrario. Ha sido para los nacidos en la isla ‘tronco de ratón’. No tuvo lo que le sobró a Maceo. Nunca se le enfrentó a Raúl Castro y, para colmo, proclamó aquello de la continuidad. Continuidad de la misma mierda abonada por toda Cuba desde 1959, y no conforme, el 11 de julio de 2021, lanzó un grito de combate al más puro estilo de esbirro y cobarde: hombres armados contra otros indefensos.
Por sus acciones y sus frases, se asemeja a Nicolás Maduro, tal vez el más bruto de todos los presidentes del planeta, excepción hecha del ‘genial’ Daniel Ortega. El garrafal error del 11 de julio hizo que cientos de miles de cubanos, hasta aquellos que creían todavía un poquito en el horrendo sistema, cambiaran su forma de pensar y actuar.

Díaz-Canel, lo sabe. Sabe que se equivocó y con creces. El miedo se le veía en su muy maquillada cara, y espoleado por Raúl Castro trató de dar un escarmiento: llegaron entonces los juicios amañados, las condenas más que excesivas, hasta de 25 años de prisión en algunos casos. Entre los condenados hay jóvenes de solo 16 años de edad y menos. Todo por exigir cambios, por pedir libertad.
Si los jueces que condenaron a los muchachos del 11-J, llegan a ser los mismos que juzgaron a la llamada Generación del Centenario tras el asalto al Moncada, la inmensa mayoría lo hubiera pagado con la pena de muerte, y los sobrevivientes con una -o varias- cadenas perpetuas. No podemos olvidar que el ejército de Batista, el constitucional en aquel momento, tuvo 18 muertos y 28 heridos.
Los asaltantes del Moncada tiraron todo cuánto se les permitió. Incluso, hasta los historiadores del hoy museo de Santiago de Cuba, hablan con orgullo sobre los agujeros de balas que dejaron en sus murallas los revoltosos de entonces.
Sin embargo, esos jueces, leales a su profesión, no se congraciaron con Fulguencio Batista, no fueron severos en sus sentencias. Y para colmo, el propio jefe de Estado los amnistió en mayo de 1955. Fidel Castro y sus cómplices sólo estuvieron en prisión 22 meses.
En cambio, los sucesos del 11 de julio arrojaron un muerto y decenas de heridos, todos entre los manifestantes. Pero esos, que ahora son presos políticos, no mataron a nadie, no hicieron agujeros en las sedes del partido, ni del gobierno, de ninguna localidad del país y siguen tras las rejas. Ya pasaron más de 22 meses y el cuartico sigue igualito. ¿Habrá una amnistía? ¿Hasta cuándo será el injusto castigo?
Cuba pasa hambre, penurias. Mientras, el impuesto presidente luce una barriga cada vez más grande, lo cual no debe parecerle agradable a ninguna mujer, incluyendo a la maltrecha Machi, como llaman a la (no) primera dama.
Por todas estas cosas y mucha más, Miguel Díaz-Canel, pasó de ser un buen mozo al tipo más feo de Cuba. Al más odiado, por mucho.

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