WALÓN ERA MUCHO WALÓN

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Pablo Alfonso (Especial para El Vigía de Cuba)
México DF.- No me canso de pensar en Walón, no me canso de llorarlo. Imagino cómo estarán Yari, su hija; Xamir, su nieto; Elia, la esposa; Danae, su hijastra; sus yernos, Jorgito y Fernando y Adián Jesús, a quien desde pequeño asumió como nieto. La familia toda está destrozada.
Sobre las 10.20 de la noche, del fatídico 12 de diciembre, su corazón dejó de latir. Estaba acostado en su cama, allá en el central azucarero Héctor Molina. En ese terruño donde fue tan feliz entre los olores a alcohol y melaza, y el cariño que siempre le profesó la familia que lo arropó por más de 35 años. Justo ahí, se acabaron sus bromas. Las últimas las hizo ese mismo día en el homenaje de la UPEC. Fue a despedirse del gremio. Lo hizo a lo grande, a lo Walón.
Nos dejó miles de enseñanzas, quizás sin proponérselo: Señor, camine por la vida como Walón. No lo imite. No lo copie, porque no era perfecto. Tenía sus defectos, como todos los mortales. Perfecto, solo, Dios.
Pero a todos Walón nos sacaba siempre la risa. Bueno, a Elia a veces no. Recuerdo una vez que discutió con ella y no quiso ni comer. Se acostó con hambre. Al otro día ni desayunó. Salió en el auto, me recogió y nos fuimos a darle cobertura a un torneo de la pesca de la aguja en Santa Cruz del Norte.
Nos adentramos a la mar. El vaivén de las olas, iba haciendo sus estragos. A Walón más. Seguía en ayuna y no dejaba de fumar. Para colmo aparecieron algunas cervezas. Por suerte, aquellos hombres curtidos por el salitre hacían gala del oficio y, de vez en vez, algún pescado caía en la sartén.
Como no escuchaba los acostumbrados chistes de Walón, supuse que algo no estaba bien. Tratamos de que fuera él quien más comiera pescado. Ese día, el Walo me dio la delantera con la jama (eso me dolió y mucho). Pero el daño era irreversible: el mareo no había quién se lo quitara. Se arrodilló y soltó todo al mar, hasta el tabaco se fue. Nunca lo vi tan mal, no era él. Casi desfallecido nos contó la disputa con su amada esposa. Se lo dije bien claro: «Fájate con Elia, pero con la comida no».
El capitán de la embarcación dijo: «Este hombre lo que está loco es por ver un poco de tierra». Y eso hizo: puso proa hacia el puerto. El camarógrafo Orlando Herrera, «El Amezaga», exclamó: «entre Elia y Walón me jodieron el vacilón».
Cierta vez, Jorge Félix Lazo Mesa, el funcionario que en aquel entonces estaba a cargo de los medios de prensa en la otrora provincia de La Habana, recogió a Walón y a Héctor Miranda (otro que bien baila) y se los llevó para San Pedro, para el tributo que cada 7 de diciembre se le rinde al Lugarteniente General Antonio Maceo y su capitán Panchito Gómez Toro, por la caída en combate de ambos.
Jorge Félix, exagerado como siempre, los recogió a las cuatro de la tarde de ese domingo para algo que sería el lunes a las cinco de la mañana. Eso a mis colegas, y grandes amigos, no les hizo mucha gracia. Como era de esperar, no había nadie en aquel descampado. Cuando oscureció, Jorge Félix se acostó en su auto, y ambos personajes empezaron a empujar el carro hasta estacionarlo detrás de un palmar y dejaron las ventanillas abiertas.
Los mosquitos no solo acribillaron a Jorge Félix, lo despertaron. El hombre se levantó medio dormido aún, vio que estaba en otro lugar y lo que le armó a Héctor y a Walón no fue de amigos. Lazo Mesa volvió a acostarse y cerró las ventanillas. Pero Walón dijo: «Sí nosotros no dormimos, él tampoco». Viró su tabaco y como buen hijo del barrio de Leguina, lo sopló como hacen los babalawos y por una rendija de la ventanilla le echó todo el humo del mundo. La tos de Jorge Félix se sintió hasta en El Cacahual.
Walón no creía en nadie. El chiste se lo soltaba al que fuera. Salvador Valdés Mesa, por entonces secretario general de la CTC, andaba por Caimito, y se interesó por los campos citrícolas. En algún lugar vimos unas inmensas guayabas resultados de unos injertos. El ahora vicepresidente contemplaba el fruto, con deseos de comerse una, pero Walón no pudo más: «Dale, tigre, arranca una. Recuerda tus viejos tiempos en los campos de Camagüey, donde seguro tú acababas».
Aquello se fue abajo. Si lo hubiera dicho yo, nunca más hubiera hecho periodismo en Cuba. Pero el chiste lo hizo él, inigualable.
En un homenaje que nos hicieron, Walón no se sentía bien del estómago, y apenas comió. Su almuerzo casi completo lo guardó para su papá. Aprovechó y recogió los huesos que los colegas dejaban para llevárselo a su perro. Al llegar a su casa le dijo a Eduardo: «Mira, te traje comida», y sin darse cuenta le dio la bolsa de los huesos. Enseguida fue al patio y la otra bolsa se la dio al perro. Desde la sala sintió a Eduardo que le decía: «Albertico, esto es hueso nada más, esto no tiene carne». Walón corrió a fajarse con el perro y logró arrebatarle la bolsa. Aún quedaba carne. Eduardo pudo comer algo. A los pocos días su mascota amaneció muerta. Walón sufrió su partida, pero no dejaba de joder, decía: «el perro se ahorcó por problemas personales».
En una reunión de preparación para enfrentar los huracanes, Juan Miguel González, en aquel entonces primer secretario del Partido en Mayabeque, puso un vídeo sobre un terremoto ocurrido en Japón. Se veía cómo los autos iban cayendo al mar. Walón rompió aquel enorme silencio: «Viste Pablo Alfonso, esos autos que cayeron al mar fueron los que nos prometieron a ti y a mí, nos jodimos». Hasta Juan Miguel se tuvo que reír.
En una ocasión regresábamos de La Habana junto a Oscar, un gran amigo que fue camarógrafo en Güines TV. Su esposa estaba cumpliendo misión en Venezuela y a Oscar se le ocurre preguntarle a Walón por una amiga que tenían en común.
-Walón, vi que fulana vino de Venezuela. ¿Por qué se separó del marido?
-Tú sabes, Oscarito, como son esas misiones. No es fácil tanto tiempo separada del marido, la carne es débil.
Yo iba en el asiento de atrás de Walón, y lo empecé a tocar a escondidas, para recordarle que Oscar tenía su mujer también en Venezuela. Pero él no se daba cuenta y seguía:
-Allá no es fácil Oscarito… tú sabes, allá todo el mundo traiciona, todas…
Hasta que se percata que había metido la pata y dijo: «Menos la tuya, Oscar, menos la tuya». El buen camarógrafo no hacía más que reírse.
Así te vamos a recordar, como el bonachón que siempre fuiste. Como el cubano de pura cepa. Así te tienen que recordar Yari, Elia, tus nietos y todos. No puede haber espacio para el llanto. Yari, Elia, ¿han visto ustedes como han llovido las muestras de cariño y dolor por este hombre? ¡Qué clase de Padre te tocó Yary! ¡Qué clase de abuelo tuvo tu hijo! ¡Tremendo tipo te acompañó buena parte de tu vida, Elia María! Ahora toca reírse de sus ocurrencias, como se estará riendo él donde quiera que esté.

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