¿WALÓN? TIENE QUE SER UNA BROMA…

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Por Héctor Miranda ()
Moscú.- Un día de principios de siglo caminábamos Walón y yo por el parque de Güines. Íbamos a ver a su padre, un viejecito de más de 90 años, con quien era un placer hablar, porque tenía un sentido del humor tremendo y se pasaba la conversación de broma en broma. Tal vez de él heredó Walón su carácter afable, bonachón, de guajiro bueno y noble. Tal vez solo el carácter, porque eso de Walón le vino del apellido de la madre, a quien su padre llamaba La Walona, y que había fallecido poco antes.
Mientras caminábamos, nos reíamos de algunas maldades que habíamos hecho juntos unos meses antes, por allá por San Pedro, donde murió Maceo, a donde nos llevaron un día a caminar con militares que imitarían el trayecto que hizo Juan Delgado con el cuerpo del Lugarteniente General, y luego hicimos el camino escondidos en la cama de un camión, porque estuvimos esperando más de 12 horas porque aquello comenzara.
Cada vez que iba a Güines e iba a ver al padre de Walón, ya fuera en su casa o en el parque, donde vendía flores, intentaba tomarle el pelo. Llegaba, cambiaba la voz y le preguntaba algo, pero siempre el viejo se las arreglaba para reconocerme. Hasta por teléfono lo hacía. Y Walón se prestaba para esas bromas, que todos disfrutábamos.
Aquel día, después de bromear un rato con el viejo, que se quedó en su venta de flores, Walón me acompañó a la terminal, a tomar algo para San José y por el camino me confesó que veía muy cerca el final del viejo, pero me dijo que se alegraba que fuera así, que la muerte lo sorprendiera de buen humor, que le llegara de pronto, sin avisos previos.
Siempre he pensado lo mismo: esos viajes es mejor emprenderlos sin avisos previos. Y entendí la preocupación de Walón por su padre. No le dije nada, porque hay veces que no es necesario, o porque si dices algo puedes emborronarlo todo. Solo sé que lo entendí.
Por ese tiempo nos veíamos casi todas las semanas, por cosas de trabajo, sobre todo. Luego yo cambié el rumbo y solo tropezábamos esporádicamente, pero siempre nos saludábamos con el mismo cariño y el afecto de siempre. Bromeábamos, rememorábamos alguna travesura, a los viejos amigos, esas cosas…
Y hoy, cuando abro el messenger, lo primero que me encuentro es un mensaje de Alina López, quien me dice que Walón había muerto. Le respondí que no sabía nada y pensé que era una más de sus bromas. Otra de esas a las que nos tenía habituados, pero entré al Facebook, ese sitio donde los cubanos encontramos todo lo que queremos saber, y me di cuenta de que no fue una broma: Walón murió.
Enseguida recordé una tarde, un trayecto de Menocal a San José con Alina y Walón. ïbamos los tres en algún vehículo y Alina estaba en la puerta. Para que yo saliera, ella se tenía que bajar, y cuando se levantó para hacerlo y se inclinó hacia adelante, Walón le pellizcó ‘las partes’. Lo hizo mientras yo estaba justo detrás y la pinareña se viró para mí a comerme. Me dijo de hijo de puta para alante y no sé cuántas cosas más. A duras penas le aguante una mano cuando iba a pegarme una galleta, y Walón se moría de la risa.
Al final, cansado de reírse, le dijo a Alina que había sido él.
Alina, que aún no se lo creía del todo, le dijo: «Qué clase de hombre tú eres, Albert, te echas la culpa para que no le diga más cosas al hijo de puta este».
Siempre recuerdo ese día y una historia que siempre me contaba de una mujer que enamoró en Angola de forma poco ortodoxa y que le costó, como castigo, pasar tres meses en el Sur. Esa historia no la puedo contar, pero siempre que la recuerdo, me río como si él estuviera narrándola.
Imagino cómo debe estar Yaribey, quien adoraba a su padre, tanto como él a ella.
Descansa en paz, amigo. Tú también te fuiste sin avisar y a mí, que siempre te he tomado a broma, me cuesta creérmelo.

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