LOS 10 AÑOS EN EL RECUERDO

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELOS 10 AÑOS EN EL RECUERDO

Por Renay Chinea

Barcelona.- -¡Diez…! -Dijo…- Y siguió mascullando su bocado como si no hubiese dicho nada… ¡Un candado de siete llaves me cerrojó la garganta…! Se me agolparon las amígdalas. Se me cerró el paladar y el bisturí de una lágrima me surcó la mejilla… Sentí su quemadura, como una anestesia que se esfuma en medio de una operación quirúrgica.
Caí en la cuenta de que, a su edad, me fui para siempre del lado de mis padres y me asaltó la sospecha de que no había sido casual.
En casa, cuando no se me ocurre nada para comer, me hago un bistec de ternera con una cebolla salteada. Ningún manjar supera la perfección de unos aros de cebolla domeñados al fuego lento, con los jugos de la carne repochando sus azúcares.
La primera vez que estuve en Argentina me pasé 60 días. Me comí 59 bifes y una ensalada de radichetas con regianito que me preparó Elina, aunque no me hizo mucha gracia.
—¡Cuando era como tú, me fui de mi casa…! —Dije con una voz acampanada que al final se quedó en un estrecho hilo.
—Y no volví nunca más… — agregué, intentando dar con un pedazo de mi bistec sobre el plato blanco.
Recordé aquella estrofa del Fierro donde al malevo, después de mil fechorías, se le escapa un lagrimón.
—¡Pero no pasa nada!— alcancé a decir cabizbajo, intentando quitarle drama al asunto.
Tener un hijo es un hapening. El retrato vivo de alguien que mientras crece va ubicando tu pasado en el tiempo. Y te vas comparando con él: a su edad yo estaba aquí, me pasó esto, hice aquello. Pero ellos no lo saben, como en la historia del reloj de Cortázar, tú eres el regalado.
Y allí está Él arrimado a la mesa, masticando su bistec al punto y apartando meticulosamente cada aro de cebolla dorada al Pedro Ximénez.
Observo su cara … Tiene diez años… Y piel aceituna… y ojos pardos… y unas conjugaciones de gestos y facciones, que son al mismo tiempo un árbol genealógico… Una carta ancestral de hechos consumados; el mapa heráldico de la vida de gente que por increíbles circunstancias pudieron sobrevivir y entrecruzaron sus caminos y genes… Están en él, el rostro de mi padre, deductivas suposiciones de bisabuelas de colores varios y procedencias múltiples: Argentina, Canarias, Irlanda, Galicia… África… pero Él: en una hermosa casa familiar, en ese paraíso que es la Costa Brava acabándose un bistec frente a su padre, que lo observa de reojo ahora.
Con su edad me fui de casa y él no se lo puede creer.

Sus manitas serán anchas y sus brazos largos como remos. Con su porte escuálido, una tarde, con mi hermana melliza, decidimos cruzar el vado de un río crecido, al regresar de la escuela.
¡Estaba por oscurecer y llovía a cántaros…! Esas lluvias tropicales con más de ducha tibia que tormento. Estábamos en cuarto grado —como él ahora— y cuando llegamos a la orilla correntosa del riachuelo, más animado entonces que otros días, nos miramos y decidimos cruzarlo. Lo habíamos hecho tantas veces, que no nos preocupamos mucho. El río junto a casa, más arriba es estrecho y de cañón más fuerte.. y allí aprendimos a nadar con nuestros hermanos. La gente se ahoga en los ríos porque pierde las fuerzas. Lo sabíamos muy bien: no nadar contra corriente. No pelear con la corriente. El río solo te llevará a un lugar… aunque tú no sabes cuál, él sí. Ahora sé que se parece a la vida. Así que flota y déjate llevar.
Nos fuimos un poco más arriba para entrar a la deriva al remanso ancho que había más abajo.
—No me sueltes la mano por nada —le dije-. No nades, no patalees: solo flota.. y cuando estemos cerquita de la orilla, le damos duro… que para nosotros es nada.
Lo que para nosotros fue un divertimento: -nos fuimos entrando a la corriente, muertos de risa y tomados de la mano— para mi madre fue una auténtica catástrofe…Aún me parece que aprieto los deditos pequeños de mi hermana, entrelazados por mi mano de Pipo ahora, de diez años… La corriente turbia nos arrastra y nosotros tendidos bocarriba… acostados sobre el colchón de las aguas marrones y tibias con regusto a yerbas y olor a campo relavado. Un cielo gris exprime sobre nosotros un agua cristalina, caliente y perlada… casi bendita.
Mirábamos el cielo, suspendidos en la corriente mientras la adrenalina nos decía qué hacer: Cuando el curso se hizo fuerte… nos dejamos llevar en diagonal, flotando como nubes que lleva el viento… y efectivamente salimos felices unos 150 metros más abajo… Al otro lado…
¡Oscurecía y tronaba! Los relámpagos brillaban sobre las copas de los árboles y hacía que todo fuera fantasmagórico y bello, con algo de peligro. A campo abierto el ruido de la lluvia sobre los bosques es conmovedor. Sentimos frío y en el próximo fogonazo que retrató los cielos, echamos a correr junto al lindero.
Mi madre había estado inquieta como gallina con pollitos escarriados. En tardes como aquella, debíamos quedarnos en casa de algún vecino a la salida de la escuela, hasta que pasara la tormenta —ese era el plan— y así nos lo habían advertido. Cuando escampaba y bajaban las aguas de los ríos, mamá salía con mi padre a buscarnos a lomo de caballos. Había ocurrido muchas veces.
Así que cuando gritamos Mamáaaa, saltó como un resorte y fue a nuestro encuentro bajo la lluvia. Mis hermanos se asomaban atónitos. Debajo de los almácigos últimos, lloraba y nos abrazaba.. .y palpaba nuestras ropas cubiertas de agua y fango… y nos regañaba, nos gritaba, nos volvía a abrazar llorando. De susto, de enfado, de alegría…

Pipo no sabe por qué no puedo tragarme mi pedazo de bistec. Yo, me sé el nombre de los 169 municipios de cuba… sus 40 ríos más importantes… Ensenadas, valles, cayos… Pero él no sabe dónde queda Cuba… ni que es Cuba… ¡Y es por mi…! Yo se lo he negado. Si por alguna circunstancia me fui de Cuba, ya no soy Cuba. Ya no bebo de su subsuelo, ya no florecen para mi las campanillas en diciembre… A su edad, en el 77, me dieron las notas de la escuela, y había salido sobresaliente… La maestra me felicitó delante de todos, y un pálpito me estremeció por completo… ¡Sentí la timidez de ser ejemplo! Qué manía en Cuba con ser ejemplo, pionero destacado, vanguardista… Que criba perniciosa la de enfrentar unos niños a los otros y hacerlos competir. ¡Por primera vez le echaban en cara a los demás, que yo sacara mejores notas! Me sonrojé mirando el suelo, bajo un techo de uralita que no olvide nunca. En el fondo, era un ultraje… Eran mis amiguitos, y yo sentía vergüenza de que no supieran responder la pregunta: ¿Cuantas patas tiene una vaca? O ¿cuál es el tiempo de gestación de una cerda?
—¡Tres meses y 21 días, busca la puerca que está paría! Decían los guajiros cada vez que veían montar al verraco.. Muchas madrugadas, acompañe a mi padre a ordeñar la vaca..! Yo cargaba el banquito donde se sentaba, con sus malas pulgas y su poca condescendencia a sobar ubres. iba saltando sobre las espinosas dormideras de los porteros. Mi padre apretaba las ubres con precisión. Un chorro caliente salía de aquellas tetas y formaba una espuma como de capuchino.
Aquella noche cerrada. Bajo el cantar de la lluvia en el bohío, mientras mi madre nos hacía un bistec encebollado, se me acercó mi padre.
—¿Por dónde lo cruzaste, hijo?
—¡Por el vado, en el recodo!
—¡Haz hecho bien, pero no vuelvas a hacerlo…! Y su mano se posó finalmente en mi cabeza después de algún reparo.
A la semana siguiente mi madre nos había arrancado de esa escuela.
—¿A dónde vamos, Mamá?— preguntó mi hermana.
—Esta semana se irán a otra escuela… ya verán.
Toda aglomeración es una cárcel. Todo hacinamiento es una celda. Todo grupo humano en espacios delimitados, es prisión… Un hotel, un crucero, o un manicomio no dejan de ser cárceles habitualladas. La nueva escuela, con régimen de internamiento, estaba sobre una colina de piedras blancas. A lo lejos, se veía una carretera y más lejos aún un árbol muy frondoso que veía en la distancia desde el patio de mi casa.
Me temo, que a partir de ahora no diré cosas bonitas. Ninguna reclusión es agradable.
—¿Y adonde fuiste a parar, Papá?—me preguntó Pipo intrigado.
—Allí. Allí… a una escuelita que estaba por allí… e intento enseñarle dónde quedaba en el mapa.

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