Irán Capote ()
Pinar del Río.- El domingo es el día que cojo para ir «de compras». Suena tan lindo decirlo así: «IR DE COMPRAS». En realidad es solo un viaje al agromercado. Mientras caminaba hacia el lugar del crimen, iba sacando cuentas en mi cabeza. Porque, ustedes me ven así, tan peludito y tan risueño , pero cuando ando por la calle, de diente para dentro, voy tirando lista de necesidades contra bolsillo.
Pues iba yo, risueño de diente pa´ fuera antes de entrar al agro, cuando sale de su casa una muchacha muy amable y pone, en la misma acera, una latica de otrora leche condensada y devenida en unidad de medida para frijoles. Pone, en su mostrador-acera la lata de frijoles negros. Justo ahí, frente a mis pies. Su vecino ya estaba exhibiendo en su pedazo de mostrador- acera un otrora pote de Helado Nestlé, devenido en unidad de medida para ají cachucha. Me detuve, pregunté. Una pregunta para ambos a la vez: «¿Cuánto?».
A coro respondieron: ¡»250″! ¡»80″!. Y como si lo tuvieran ensayado volvieron a decir a coro: «¡Es la última que me queda!».
Hice silencio. Miré a cada uno por separado y volví a preguntar, señalando a cada producto con el índice. «¿Frijoles, cuánto?» . Ella deletreó: «dos-cien-tos-cin-cuen-ta.»
Luego el otro, el del ají cachucha: «O-CHEN-TA».
E hicimos silencio los tres. Los productos en la acera. Nosotros en firme, mirándonos. Pupilas adentro. Un minuto, seguramente.
Y me fui, no sin antes sonreír de diente para fuera y decirles: ¡Dios los bendiga!.
En sus miradas los entendí. Y sé que ellos me entendieron en mi mirada. No dijimos nada, diciendo mucho.
Seguí la ruta. En otro portal, los santos estaban al sol. Solo un perro los custodiaba. Inquietaba el teléfono público casi a la altura de sus cabezas. Como tenían un plato para que les dejaran caer algo, saqué un billete de cincuenta pesos y lo puse entre los dos. Soné la maraca y la campana. Y antes de irme, les dije bien deletreado: «Veinticinco para cada uno».
