Por Jorge Sotero
La Habana.- Hubo un Consejo de Ministros. Otra reunión más, de la cual se hacen eco los medios de prensa, y en la que presuntamente no estaba Ricardo Cabrisas, quien anda por Moscú negociando con el gobierno ruso para que acabe de tomar posesión de algo en Cuba, y ver si los desesperanzados cubanos recuperan un poco las ilusiones perdidas tras promesas y más promesas.
El más bisoño de nuestro staff, Oscar Durán, se asombra de que, en las imágenes que se hicieron públicas, aparezca el inefable Salvador Valdés Mesa anotando en una agenda todo lo que dice el Hombre de la Limonada, algo que a mí no me sorprendería jamás, porque el vicepresidente cubano es de esos que no aporta, y está en el gobierno por lo mismo que Esteban Lazo al frente de la Asamblea Nacional: porque son negros y hacen falta para dar la imagen de que somos un país integrado racialmente.
No tengo ideas de la hora en que se celebró el referido Consejo de Ministros. Pero imaginemos que fue en la mañana, temprano, y que todos ahí desayunaron bien, y salieron de sus respectivas casas en autos confortables, con sus estómagos satisfechos, condiciones que a ciertas edades -y muchos de ellos son bastante mayores- provocan desidia, deseos de no hacer mucho, y menos de enrolarse en alguna discusión por algo que ellos tienen resuelto.
Esos vídeos de los Consejos de Ministros, desde hace mucho, llevan un proceso de edición al detalle. Y luego otro proceso más profundo de revisión. Una vez que los trabajan los que saben de televisión, siempre con la supervisión de Arleen Rodríguez, y Leticia Martínez, la asesora y la jefa de prensa de Díaz-Canel, por ese orden, van a donde Alejandro Castro, quien le tira una última revisión, porque no quiere que pase cono cuando aquella frase célebre de que «la limonada es la base de todo».
Consejos como esos hay todo el tiempo. Reuniones en las que no se resuelve nada. Cónclaves en los cuales alguno, inspirado, lanza una larga perorata, como el vice primer ministro Jorge Luis Tapia, a quien tienen que mandarlo a parar de vez en vez, porque se le va la mano en sus ideas poco terrenales. Incluso, en más de una ocasión le han tenido que decir que esas cosas que dice en el Consejo, no puede enarbolarlas fuera. Porque estos tipos que dirigen Cuba son tan entusiastas que hasta se creen esas cosas que les pasan por la cabeza.
Eso sí, si la reunión es en la mañana, no puede demorar mucho, porque Ramiro va a almorzar a casa, a dormir una siesta a la brisa -si no hay mucho calor- y luego a tirar unos anzuelos al agua, que es una de sus diversiones preferidas, según me contó recientemente alguien que fue su escolta por muchos años.
Por eso, mientras el impuesto presidente habla, Salvador Valdés Mesa escribe en una agenda, Esteban Lazo da cabezazos y el segundo secretario del Comité Central del Partido, Roberto Morales Ojeda, se rasca una y otra vez las entrepiernas, porque, según fuentes confidenciales, agarró ladillas en casa de una concubina en su último viaje a Cienfuegos, y los ácaros le hicieron un daño en los escrotos que no ha podido curar, tal vez porque está tan cuidado y su piel es demasiado sensible.
No voy a hablar mucho de esto, porque sé que esas reuniones no van a resolver el problema del pan, de los uniformes de los estudiantes, de la escasez de alimentos, y mucho menos del transporte, porque, al final, para ellos todo está bien, y solo es necesario resistir un poco más. Como si ese poquito que piden ahora no fuera parte de un todo enorme que viene aguantando el cubano desde que los barbudos bajaron de la Sierra Maestra hace mucho más de medio siglo.
¿Esperar por qué, por quién y para qué? ¿Para que otra cohorte de ineptos vuelva a decirnos en cinco años que seguimos bien, que la culpa es del bloqueo y que si resistimos un poco más vamos a llevar a buen puerto la más exitosa de todas las obras humanas: la revolución?
¡No, hombre nooo! Ese cuento se lo meten a otro. Yo seguiré siendo un incrédulo y abogaré porque el que me lea y los de mi entorno lo sean también.
ESFUERZO PROPIO (II)
