CRÓNICA DE UN METEORITO

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Por Alina Bárbara López Hernández

Matanzas, Cuba.-El 2002 aportó aires patrióticos renovados. Un año antes había comenzado la campaña en favor de la liberación de los cinco cubanos prisioneros en EE.UU. Hacía poco más de tres que en Venezuela un gobierno popular llegara al poder, y con él una prédica mesiánica en favor del socialismo que fue bautizado “del siglo XXI”. La región se inclinaría poco a poco hacia la izquierda.

Nuestro gobierno lo apostó todo a la nueva situación, que se aventuraba prometedora por la alianza económica, energética e ideológica con un país como Venezuela. Allí, un líder carismático recordaba al Fidel de los primeros años. Poco después de la toma de posesión de Chávez, se fueron abandonando aquí ciertas políticas de flexibilidad en la economía que volvió por sus fueros centralizadores. La iniciativa privada, que se abrió paso en los críticos noventa, sería frenada aunque no desapareció. La Isla se alejaba con rapidez del relativo pragmatismo que emergió, por poco tiempo, en el último lustro del XX y que generara incipientes índices de reactivación económica, confianza en encontrar una salida propia y diversificación de sus socios comerciales para no depender más de un solo país.

Los gobernantes norteamericanos no daban crédito a sus ojos. América Latina se “les iba de las manos” y Cuba parecía hallar un respaldo seguro, esta vez en la orilla izquierda del Atlántico. El gobierno de George W. Bush, arbitrario en su política exterior, encontraba ante los atentados a las torres gemelas y el Pentágono, ocurridos en septiembre del 2001, una justificación al consuetudinario belicismo norteño.

El 8 de enero del 2002 Estados Unidos comunicó a Cuba que utilizaría la Base Naval en Guantánamo como centro de detención de prisioneros de guerra de Afganistán. El 11 de enero llegaron los primeros detenidos. El mismo día, una declaración del gobierno cubano aseveraba que no habríamos de obstaculizar el traslado de prisioneros, a la vez que mostraba disposición a cooperar con los servicios de asistencia médica. La atmósfera política, no obstante, era tensa. Bush anunciaba que todo aquel que no lo apoyara era su enemigo.

A principios de mayo, un grupo de opositores encabezados por Oswaldo Payá entregó a las puertas de la Asamblea Nacional una petición suscrita por más de 11.000 personas, denominada Proyecto Varela. Esta se centraba en cinco puntos: 1) plenas garantías a la libertad de expresión; 2) total libertad de asociación; 3) amnistía para los presos políticos; 4) derecho de los cubanos a formar empresas y 5) una nueva ley electoral.

Entre el 12 y el 17 de mayo, el ex presidente norteamericano James Carter viajó a Cuba con la intención de mejorar las relaciones entre ambos países. En una conferencia celebrada en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, proclamó su apoyo al Proyecto Varela. Mesurado y respetuoso, no dejaba por ello de resultar inconveniente. El recuerdo de la Enmienda Platt y de una historia de relaciones desiguales entre las dos naciones, era un punto que muchos no estaban dispuestos a pasar por alto.

Tres días después, el 20 de mayo del 2002, se cumplía el centenario de la proclamación de la República en Cuba. El presidente de EE.UU. dedicó un discurso a la fecha, desde Miami, en el que exigía elecciones libres. Con su habitual retórica intrusiva, Bush sugirió hasta el momento propicio para dichas elecciones, que podrían tener lugar a principios del 2003, cuando correspondía renovar la Asamblea Nacional del Poder Popular. A cambio, ofrecía su disposición al diálogo.

El 25 de mayo, desde Sancti Spíritus, Fidel expresaba: “Algunos ciudadanos han preguntado si yo voy a responder personalmente a Bush. Al señor Bush le vamos a responder todos. Sus afirmaciones y argumentos serán analizados uno por uno. Ya se viene haciendo concienzudamente. Nadie se impaciente. Es una tarea que lleva tiempo. Apenas estamos comenzando”.

En cambio, la respuesta vino rauda en forma de una convocatoria a reformar la constitución. Los dirigentes de las organizaciones de masas de aquellos años solicitaron sus firmas a los cubanos y cubanas para que apoyaran una iniciativa de modificación constitucional, encaminada a la inclusión de un artículo en la ya remendada Constitución del 76 con el propósito de declarar irrevocable al socialismo.

El día 12 se efectuó una gran marcha en todo el país. Entre los días 15 y 18 fueron habilitados 129 mil 523 puntos de firma. Más de 106 mil puntos se situaron en viviendas, casi siempre las de los presidentes de los CDR. Casa por casa, las personas eran invitadas a firmar en grandes cuadernos colocados sobre sencillas mesas. La bandera y el escudo de la nación simbólicamente presentes.

Todavía no se exigía, como ahora, que las firmas para encaminar una iniciativa de modificación constitucional fueran registradas ante notario. No hubo debates ni explicaciones de juristas y especialistas en derecho constitucional que advirtieran a la ciudadanía qué repercusiones futuras tendría el hecho de incluir contenidos pétreos en la Ley de leyes. Ni siquiera se habló de contenidos pétreos. Fue una convocatoria política. La gente entendía que se le pedía apoyar al socialismo como sistema y firmó. En 74 horas, 8 millones 188 198 personas mayores de 16 años, según cifras oficiales, firmaron en respaldo a la iniciativa de modificación constitucional.

El 20 de junio se realizó un acto solemne, donde los dirigentes de las organizaciones de masas entregaron los libros de firmas al entonces presidente de la ANPP Ricardo Alarcón. La ANPP discutió la propuesta durante tres días y la aprobó unánimemente el 26 de junio de 2002.

Como resultado de un proceso que duró apenas un mes, a la Constitución se le adicionó un párrafo en el artículo 3 del Capítulo I que declara irrevocables el carácter socialista y el sistema político y social contenido en ella.

El artículo 137 del capítulo XV esclarecía que la Constitución podía ser reformada “excepto en lo que se refiere al sistema político, económico y social, cuyo carácter irrevocable lo establece el artículo 3 del Capítulo I, y la prohibición de negociar acuerdos bajo agresión, amenaza o coerción de una potencia extranjera”.

Diecisiete años más tarde, en medio de un proceso de reforma total de la Constitución, constatamos que nuestras firmas no obstruyeron tanto la vía al capitalismo —a cuyos capitales internacionales se quiere atraer en detrimento de los nacionales—, como sí a una verdadera reforma del modelo de socialismo burocrático que, ya agotado, se ampara en los contenidos pétreos de la Constitución para eternizarse.

Los representantes de ese modelo no aceptaron numerosas propuestas generadas en la consulta popular que abogaban por un socialismo verdaderamente participativo, con mayor control sobre los cargos públicos. Los que así opinaron no rechazan la inclusión de la propiedad privada y cooperativa, pero necesitan mayor comprometimiento con el cambio y palpables resultados económicos, reforma general de salarios y unificación monetaria.

Dado que es imposible conseguir transformaciones reales en la esfera económica y social sin formular asimismo cambios políticos, la lección es harto elocuente, y dramática: a quienes clausuramos en verdad el camino fue a nuestros hijos y nietos. Muchos de ellos no habían nacido en el 2002 o no tenían edad para firmar, pero ahora tienen que acatar una decisión que los afecta.

Otras preguntas pueden ser esenciales: ¿Cuántos de los firmantes ya no viven?, ¿cuántos viven fuera de Cuba?, ¿cuántos desean residir en otro país?, ¿cuántos, de haber sabido la implicación futura, estarían dispuestos a retirar su firma? Ahora, en tiempos de la red de redes, son indagaciones que se pueden realizar.

Lo peor de todo es que los que firmaron en el 2002 presenciaban un contexto mucho mejor que el que hoy vivimos. Ya Venezuela no es el país que parecía capitanear los cambios en América Latina, la izquierda ha sufrido un golpe tras otro y Cuba no logra que su economía se encarrile. Pero ahí está la cláusula de intangibilidad, más que como una piedra, cual un inmenso meteorito en la Constitución. Y ya se sabe que el choque con un meteorito puede resultar demoledor.

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