UN TRAUMA SINGULAR (DE LA SERIE LOS ATLANTIANOS)

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Por Arturo Mesa

La Habana.- Había una vez, una isla lejana en donde, en algún pasado no muy remoto, los niños compraban juguetes solamente una vez al año. Eran niños iguales a otros que recibían sus juguetes todo el año, pero estos, solamente los recibían en Agosto, y, tales juguetes, se dividían en Básicos, no Básicos y Dirigidos.

En tal isla, había también un niño que llegó a tener un enorme trauma. A él le encantaba jugar con soldaditos; los colocaba en su mesa y pasaba horas imaginando todo tipo de historias y aventuras y manipulaba aquellos juguetes con una destreza inusual.

Pero quisiera hablar de su trauma.

Este niño vio un día en la casa de algún amiguito, un juguete que se llamaba el Castillo del Rey Arturo. ¡Vaya nombre! Cientos de soldaditos medievales con lanzas, espadas, hachas y ballestas que se armaban y desarmaban a conveniencia del jugador. Les quitabas las lanzas y les ponías una bandera. O les quitabas el escudo y le colocabas un hacha. Los montabas a caballo o les ponías una armadura completa.

El juguete en cuestión clasificaba como Básico y el niño estuvo como cinco años esperando alcanzar su Castillo. Todos los años venían unos treinta Castillos, pero se acababan al primer día y la suerte nunca estuvo del lado del niño de nuestra historia. Sin embargo, en su último año de juguetes, el niño alcanzó a ser el número siete del primer día. No había manera de que el Castillo se le escapara, pensó. Empero, ese año, no viajó el Castillo del Rey Arturo a la isla de nuestra historia.

Cuarenta años después -por aquello de que la mayoría de las historias de Hollywood tienen un final feliz-, el niño, ya adulto, entró en una tienda de juguetes en una ciudad, no menos lejana, llamada Atlanta y salió de allí con un singular entretenimiento. Cuentan que el dueño de la tienda ya había avisado a la seguridad del Centro Comercial por si acaso aquel señor que miraba juguetes resultaba agresivo.

El narrador de esta historia dice que no sabe si el niño, hoy en la noche, va a jugar con los soldados (aunque no lo descarta), lo que sí asegura es que, en algún lugar muy visible de su espacio, los colocará como eterno adorno y como colofón a su trauma de cincuenta años.

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