LOS SÚBITAMENTE ENCUMBRADOS Y LUEGO DESECHABLES…

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(Tomado del Facebook de Joel Fonte)
La Habana.- El 20 de julioo de 1969, uno de los tripulantes de la nave estadounidense Apolo 11 -Neil Armstrong- puso sus pies en la Luna.
Fue el primer ser humano en la historia conocida de la humanidad en lograrlo.
El hombre confirmaba así -una vez más- que es capaz de los hechos más sublimes, inimaginables por su grandeza, así como también ha sido protagonista de actitudes bárbaras, de un salvajismo y crueldad atroces.
Ahora mismo, por ejemplo  -desde hace cerca de año y medio en realidad- se está cometiendo en Ucrania un nuevo genocidio, una matanza humana tan bestial como lo fue el mismo holocausto judío, o la muerte de más de 50 millones de seres humanos  en la segunda guerra mundial.
Es comparable el crimen de hoy  con aquella barbarie porque la humanidad del siglo XXI -con herramientas incontables para ser más consciente-  no debería tolerar el asesinato de un solo ser humano.
Pero no son solo los grandes asesinos, los que lanzan bombas y misiles que en unos segundos acaban con la vida de cientos o hasta miles de personas, que mutilan, que siembran la tragedia por generaciones, los que averguenzan a nuestra especie.
No.
Están también los pequeños y silenciosos criminales que seducen a sociedades enteras, que las amarran a una ideología que luego se traduce en una forma cruel de esclavitud.
Bajo regímenes dictatoriales que matan gradual y lentamente a los pueblos, han muertos más millones de seres que en las dos guerras mundiales. Y los regímenes comunistas, con la URSS a la cabeza, dan fe de esa verdad.
Imponer una tirania, una dictadura que solo favorece a un puñado de hombres a la vez que condena al hambre y al exterminio a millones, es un innegable hecho de genocidio.
Cuba sufre esa tragedia hace más de seis décadas.
Entonces, los perpetradores del crimen utilizan instrumentos para sus fines; marionetas de alquiler que les sirven a cambio de migajas y que luego desechan por inservibles tan prontamente como las han elevado antes a un reconocimiento público que jamás habrían alcanzado por méritos propios.
En el pueblo, sin embargo, yace oculto y vibrante un sensor para definir el bien del mal.
Y los mercenarios y títeres así serán recordados…
No más temor.
No más dictadura en Cuba.

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