MITIN DE REPUDIO

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(Tomado del muro de Facebook de pedro Luis Ferrer)
Por Pedro Luis Ferrer Montes
«Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar». (Antonio Machado)
Resulta obvia la tendencia a simplificar la experiencia, castrándola de aquellos aspectos que nos responsabiliza; a convertir arbitrariamente el efecto en causa; a comentar la historia desde el punto que más conviene. Pero si partimos de premisas ficticias, solo llegamos a conclusiones falsas.
Aunque se afirma que surgió en los años setenta, vine a tomar conciencia del «mitin de repudio» —como accionar político oficial en Cuba—, en el año 1980, a raíz de los sucesos de la embajada de Perú en La Habana. Entonces manifesté mi desconcierto, tristeza y miedo.

Anoto aquí una de mis experiencias más cercanas y palpables respecto al mitin de repudio institucionalizado:

A dos cuadras de mi casa, se hizo frecuente la presencia de grupos vestidos de estudiantes (niños incluidos) y trabajadores civiles, que gritaban improperios frente a la morada de un disidente. Había lanzamientos de huevos, piedras y trozos de ladrillos contra la cerca pirle y la puerta de su garaje. Ninguna autoridad frenó aquel exceso reiterado, repleto de la mayor vulgaridad concebible. Fueron frecuentes nuestros reclamos a la policía, con la consiguiente respuesta de que no podían hacer nada. En efecto, las fuerzas del orden nunca intervinieron. Con el tiempo, la policía apoyaría los desmanes civiles frente a la casa de los disidentes. Semejante paisaje trituró la fe de muchos revolucionarios en la dirección política del país.
No era difícil deducir que esa práctica abusiva y dotada de impunidad, cuya estrategia es la intimidación social (incluidos quienes participan); que, una vez incrustada en la mente ciudadana, convertida ya en cultura política de un segmento considerable del pueblo, constituiría un abismo insalvable en la convivencia armónica y en el desenvolvimiento democrático de nuestra nación. Pues, aunque se suele nominar «cultura» solo a la parte más constructiva del acontecer humano (materia y espíritu), lo cierto es que en ella cuenta también lo peor.

Si «todo lo que pasa queda» —tal y como les asegura el marxismo a quienes bajo su guía filosófica han dirigido el país—, era de suponer que la prolongada práctica oficial del «mitin de repudio» —porque de espontánea nunca tuvo ni un pelo—, quedaría sedimentada en la psiquis y costumbre de la sociedad.

A nadie debe asombrar, pues, que la confrontación ideológica entre cubanos, en la arena internacional, adquiera hoy —a manera de revancha y desahogo— la fisonomía del «acto de repudio», estrenado e instaurado en la isla por el extremismo y la intransigencia del poder político, cuyo propósito ha sido mostrar al mundo que cuenta con el apoyo incondicional y mayoritario del pueblo, y no dar brecha a la expresión legítima del descontento. ¿Se han preguntado las autoridades isleñas cuántos emigrados fueron víctimas de ese desmadre indecoroso? ¿Se han preguntado cuánto dolor e impotencia hay acumulados? ¿Acaso ignoran el daño síquico ocasionado a la comunidad? ¿Tienen conciencia de que el trauma, lejos de olvidarse, continúa incrementándose con cada mitin y exceso policial que hoy se implementa en el país?
Aunque dudo que las autoridades compartan mi parecer (supongo que habrá hasta quien se ría de mi razonamiento, llevado por el ensimismamiento invidente y el deseo triunfalista que le traza la inmediatez), expreso que la única manera de trabajar positivamente en la cultura política y el alma afectiva de los cubanos (de adentro y de afuera), es prohibir terminantemente ese accionar fascistoide en todo nuestro archipiélago; erradicarlo por completo como un grave atentado a la dignidad humana y un groso error estratégico para la salud del Estado Nación («Con todos y para el bien de todos»). Sí, porque ningún cubano puede, sin autodegradarse, pisotear la dignidad de otro cubano.

No puede ser que olvidemos el texto martiano que, luego de mostrarse en la Constitución, llena las pancartas que presiden nuestras instituciones y actos políticos: «Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre».

Todo remedio es poco cuando se ha maltratado y herido la dignidad humana. Reconciliación e impunidad son dos intenciones distantes. El menor accionar —el menor— para disminuir la impunidad, es el humilde y honesto arrepentimiento, un paso imprescindible para comenzar a revertir lo mal hecho. No olvidemos que en este planeta hay pueblos que jamás se reconcilian, sumidos en una espiral ancestral de antagonismo indetenible. ¿Acaso queremos ese destino para Cuba?
¡El mitin de repudio fue, es y será siempre una fábrica de odio!

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