Cuba paga la eterna cruzada contra el mercader

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Desde que se asentó en el poder, en el lejano enero de 1959, el castrismo le cortó las alas al comerció e intentó convertirse en monopolizador de las ventas y del tráfico de las mercancías desde el productor al vendedor. Solo terminó por arruinar al país, sin conseguir acabar con unos ni otros, a pesar de constantes decretos y sanciones.
Cuando Borges dice en su excelso poema Himno que «La lenta mano de Virgilio acaricia/ la seda que trajeron/ del reino del Emperador Amarillo/las caravanas y las naves» hace alusión a los hombre que, a caballo, camellos o en barcos, se iban al oriente a buscar seda, a una profesión noble, la de mercader, o la de intermediario, como lo han querido llamar en Cuba para intentar denigrarla.

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El de mercader, o intermediario si quieres, es uno de los oficios más antiguos del mundo. Mucha gente ha vivido siempre de mover entre pueblos, entre ciudades o entre países los que otros producen. De hecho, naciones enteras fueron celebres por dedicarse al comercio, sin que eso significara que su actividad era denigrante, ni que fuera en contra de las más rancias costumbres de las épocas respectivas.
Normalmente el que produce, ya sea en el campo o en una industria, prefiere que sean otros los que vendan sus producciones. Su razón de ser es producir melones, zapatos o cervezas, y la tarea de mover esos productos hasta los mercados corresponde a otros. Y luego, terceros los venden. Así funciona el mundo desde tiempos inmemoriales, posiblemente desde que las tribus antiguas dejaron de cazar grandes animales y se asentaron en algún sitio y sembraron trigo o centeno, que luego cambiaban con otra tribu que criaba ovejas o vendía pieles.
En Cuba, sin embargo, el castrocomunismo creo sus propias empresas para comerciar cualquier tipo de productos, unas redes ineficientes en las que solo proliferó el robo y la estafa al productor, comenzando por aquella llamada Acopio, que impuso desde su creación precios y condiciones, incluso las formas de pago.
Acopio esquilmó al campesino cubano, le robó. No le dio opción de ponerle precio al fruto de su trabajo. Solo la empresa determinaba cuánto y cómo pagar, y en qué momento lo hacía, y eso, entre otras cosas, fue provocando poco a poco un desaliento generalizado, que terminó con la casi extinción del hombre de campo. Y esas consecuencias se pagan en la Cuba de hoy, un país que no produce nada, y en el cual la policía -militar o política- aún persigue al que se dedica a revender lo que otro produce.
La culpa de los altos precios no es de los revendedores. La culpa es de un gobierno inútil e ineficiente, de un sistema estancado, incapaz de encontrar fórmulas -porque no existen- para sacar adelante al país. La culpa es de los Castro y de sus peones de turno, a los que no les falta nada, mientras el pueblo padece todas las necesidades del mundo.
Y aún así, en esas situaciones, el gobierno lanza constantemente cruzadas contra el que vende pizza, porque dice que la harina es robada, o le fija los precios al que vende yuca, o le decomisa las producciones a uno que cosechó 200 toneladas de cebolla, incluso al que cría vacas y hace quesos como no los puede hacer la industria láctea, porque esta no tiene leche.
En ese afán por culpar a otros de las carencias y la ineficacia gubernamental, el gobierno, con el respaldo del Estado, que en Cuba es lo mismo y lo forman las mismas personas, ha apelado a los edictos, a los decretos, olvidando que mientras más leyes, más corrupción.
Al final, el mercader, tratante, comerciante o intermediario sigue en su lucha por no desaparecer, por sobrevivir pese a la cacería que le impone el intermediario mayor, que son el gobierno y su enorme aparato burocrático, que chupa la sangre del pueblo como una sanguijuela enorme.
En lugar de perseguir al que acarrea productos de un lugar a otro, al hombre que no tiene profesión pero se dedica a ir a casa del campesino a comprarle la yuca y venderla, o la cebolla, el queso o el plátano en las carreteras, los Castro, los Díaz Canel, Marrero y Alejandro Gil deberían de abdicar y permitir que personas con mejores ideas se hagan cargo de revertir la situación del país.
Cuba se acaba como país y como nación. Los cubanos se van a cualquier lugar y allí salen adelante. Incluso, envían dinero a sus familiares en Cuba, una de las prioridades del Castrismo. Mientras, en la isla las ciudades fenecen, los campos se pierden por las malas hierbas y las equivocadas estrategias del sistema. Y aún así, el gobierno insiste en los impuestos al que produce y en la persecución de los mercaderes.

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