(Tomado del muro de Facebook de Angel Santiesteban-Prats)

A partir de los vídeos extraídos de los archivos de la Seguridad del Estado cubana, sobre la retractación del gran escritor cubano Herberto Padilla, tengo la obligación moral de contar esta penosa experiencia con los sicarios de la policía política, en solidaridad del ser humano que fue el intelectual cubano.
Hubo un momento de mis 2 años y medio de encarcelamiento, donde me llevaban todos los meses a un lugar diferente. En cada viaje me obligaban a hacerlo esposado y con el rostro encajado en las rodillas. Al lado sendos sicarios que ponían sus brazos sobre mi espalda y las manos sosteniendo mi cuello, con la intención de que no levantara la cabeza y gritara a los transeúntes y no tuviera visibilidad y reconociera el lugar a donde era movido.
En aquellas sesiones me decían que «nunca podría pulsear con la «revolución», que había demostrado con creces que era invencible, hasta para los mismos americanos, entonces qué podríamos hacer con desafiarlos un pequeño puñado de infelices». Siempre me amenazaban con que no saldría ni en los 5 años que duraba mi condena.
Esto que narraré ocurrió en Villa Marista y fue solo una vez: me mantuvieron, entre interrogatorios, 4 días sin dormir. Yo estaba plantado, llevaba como 12 días sin comer, solo tomaba agua. Pero sentía que el agua comenzó a venir ácida, estaba extraña, pensé que podía ser el efecto de la inanición. Me dieron mareos, pero pensaba que era por las horas sin sueño o la cervical por tanta tensión. Me sacaban las 24 horas del día, siempre eran tipos diferentes vestidos de uniforme verde olivo. Mi defensa, pensaba yo, era cerrar los ojos y dormirme frente a ellos, pero precisamente ése era su trabajo, no permitir que conciliara el sueño, por lo que golpeaban la mesa o me gritaban.
Me preguntaban cómo estaba de salud. Siempre me quedaba en silencio y me extrañaba su preocupación constante al respecto. Pero desde que comenzaron a salirme protuberancias en el cuerpo, exactamente 3 bolas, comencé a decirles que estaba bien. Pero misteriosamente, ellos siempre insistían cada vez más en mi estado de salud. En una oportunidad, descaradamente, me preguntaron si me examinaba el cuerpo, si me lo palpaba, lo que me resultaba muy extraño. En otra ocasión me pedían que autorizara hacerme un examen médico en el hospital del Combinado del Este, a lo que siempre me negué. Un día se aparecieron con un médico, según me dijeron ellos, llamado Jesús Ortega, que recordé al músico y le pregunté si eran familia y me dijo que no. Tampoco dejé que me examinara. Yo había estado ingresado por dengue y quizá en los sueros me inocularon algo. Tampoco le dije a mi familia en las visitas lo que me ocurría.
Y en esos 4 días de impedirme el sueño, donde se ensañaban desde las 2 a.m. a las 12 m., y después ocurre como un desmayo, escuchaba sus voces lejanas y distorsionadas, me tocaron por el brazo para halarme y reaccioné con la fuerza que yo no sospechaba que aún poseía, fue como un resorte donde el primer sorprendido fui yo mismo. En ese momento un disparo en la nuca lo hubiese sentido como un bálsamo, y ellos pararon, ordenaron que me llevaran al calabozo. Yo regresé dando tumbos, los mareos me obligaban a buscar ayuda con la pared y cada vez que intentaba sostenerme, los dos guardias a cada lado, lo impedían con saña. Bromearon con que eso se me quitaría a los 9 meses. Pero en ese momento ya no era responsable de mis actos, tenía un por ciento muy pequeño de mí, mi personalidad y razonamiento apenas me permitían pensar y ser coherente con quien había sido hasta aquel momento.
Llegué a la celda y me dejé caer sobre la plancha de metal con cadenas que se sostenía de la pared, lo hice como un edificio que se derrumba. Pero un rato después ya estaban abriendo otra vez aquella puerta, que yo escuchaba de lejos, pero nada me importaba, lo único que me interesaba era dormir. Y sus pedidos de incorporarme, luego fueron gritos porque me levantara, pero ni aunque yo quisiera hacerlo podría lograrlo, y me tomaron por los pies y me dejaron caer al piso, y yo seguía intentando conciliar el sueño, nada me importaba, y me halaron por los brazos, me llevaron al cuarto de interrogatorio, tuvieron que impedirme que me acercara a recostar la cabeza sobre el buró, las sillas estaban atornilladas al suelo, pienso que se dieron cuenta que me encontraba en el límite. Entonces me hablaron de mi hijo, y fue como un golpe en todos mis sentidos que de inmediato se pusieron alerta, sabía que aquel momento llegaría y ya lo tenía delante, entonces comprendí que nunca se está preparado para lo que uno piensa que sí, y aunque no abrí los ojos, algo dentro de mí se activó para saltar como un felino. Y me decían desde lejos, como cuando se escucha por intervalos, era ininteligible, y me levantaron la cabeza para que viera 3 fotos de mi hijo de 15 años, en un calabozo al lado de evidentes delincuentes. Mientras me decían, mira el daño que le haces a tu hijo. Mira, me gritaban. Él es quien va a pagar tus culpas ya que a ti no te importa sufrir y estás preso porque así lo quisiste al enfrentarnos, pudiendo continuar viajando el mundo con tus libros contrarrevolucionarios como venías haciendo y te lo permitíamos, hasta que te metiste directamente a criticar a nuestros líderes.
Solo recuerdo que al ver a mi hijo en aquellas fotos, dos lágrimas me salieron. O quizá lo sentí pero no salieron. Estaba completamente drogado, quizá nunca sepa si era producto del sueño o de aquella agua ácida.
Luego mi hijo me dijo cómo fue su detención al salir de la casa y el Jefe de Sector lo esperara junto a una patrulla y lo llevaran para un calabozo de la unidad policial de Zapata y C.
A mi hija la citaban a unidades policiales y decidió dejar la universidad e irse del país.
Lo he contado muchas veces. Y cada vez que un militar vestido de civil me hablaba suave, aparentando ser mi amigo, tenía que luchar con mi interior porque me parecía que era buena persona, todos no podían ser malos, me decía, y lo recordé cuando escuché a Padilla decir que «esos jóvenes eran extraordinarios, mejor que él». En esas circunstancias, se es como un perro que luego de apalearlo, alguien se acerca y le pasa la mano y le parece muy bueno.
Creo que esto debía contarselos por Padilla, por el gran escritor que malograron en aquellos 56 días de prisión, 52 menos que la tortura bestial que me dedicaron.
Quizá, y está mal que lo diga, a mí siempre me interesó menos la vida, no la apreciaba tanto como Padilla. Quizá haya sido eso lo que me «salvo», de no volverme loco, o quizá ya lo estaba y no era brillante, coherente, profundo como ese gran intelectual que fue Padilla y lo que significa para la cultura cubana.
Lo cierto es que la misma brutalidad de la dictadura, filmó aquella reunión de flagelación, donde el único que tiene que sentirse avergonzado de que haya ocurrido es Fidel Castro, el gran sádico y todos sus secuaces.
Que estos vídeos resulten ser ese legado de denuncia de Padilla contra la dictadura. Ese fue su aporte. Y que descanse en Paz.
PD: Al salir de la prisión, a través de masones y en total silencio, me operaron los lipomas que crecían desmedidamente en mi cuerpo. Luego de narrarle a un médico de confianza me aseguró que en los días que me tuvieron ingresado por dengue, estando en prisión, pudieron inocularme lo que quisieran en los sueros, y el efecto por el agua ácida, era algún tipo de droga.

Check out our other content

Check out other tags:

Most Popular Articles

Verified by MonsterInsights