Cuba, no por mucho madrugar

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Por Anette Espinosa
La Habana.- Justo se levantó de madrugada. Tenía muchas cosas en su cabeza. Tantas que prefirió anotarlas en una pequeña hoja de papel para que no se le olvidara ninguna. Después de escribir la lista de ocho tareas que le había dado la familia, se puso a hacer un poco de café, mientras su esposa remoloneaba en la cama, también lista para levantarse. Eran apenas las cuatro.
Primero debía ir a la oficina de trámites de carné de identidad, pasaportes y licencias de conducir, a marcarle en la cola a la nieta, para que pudiera dormir ella un poco más, después de estudiar hasta tarde, a hacerse su primer pasaporte. Era lo más lejos que le quedaba y comenzaría por allí. Luego iría a llevar un análisis de heces fecales al laboratorio del policlínico, y de ahí aprovecharía y se llegaría al banco, a ver si estaba funcionando el cajero automático, el único del pueblo, para sacar el dinero que le quedaba de la jubilación.
Solo eran 800 pesos, lo que dejaba para los últimos 10 días del mes. Tenía que comprar dos cabezas de ajo, dos cebollas, medio pozuelito de ají cachucha y ver si conseguía algunos cuadritos de pollo para hilvanar las sopas que le quedaban hasta el 31, porque no daba para más. Esa era su cuarta tarea.
Luego pasaría por la casa de Mayo, el zapatero remendón que tenía un par de botas suyas, desde hacía muchos días, para ponerle una zuela. Seguiría después a la tienda en MLC, a comprarle a la vecina un pomo de detergente líquido, un encargo que hacía con placer, porque la vecina de vez en cuando lo invitaba a él y a su esposa Celia a comer. Sobre todo los fines de semana, cuando ellos freían carne de cerdo y el olor le entraba por las tablas de la casa y se le metía en el cuerpo y la vida.
Su jornada terminaría en la panadería, donde recogería el pan y, de paso, se daba una vuelta por casa del Tery, un viejo amigo, a buscar unos cartones que tenía por allá, y que él necesitaba para ver si completaba dos quintales y los llevaba a Materia Prima, donde le podían dar hasta 400 pesos por ellos.
No lo pensó más y arrancó. La madrugada estaba fresca y de vez en cuando, camino a las oficinas del carné de identidad, se encontró con trasnochados o madrugadores. Unos lo saludaron, pero no los conoció, sin espejuelos no conocía a nadie desde hacía mucho tiempo. Tenía que operarse la vista, pero cada vez que sacaba un turno para el médico, este no estaba, o no había corriente. Y ya desistió.
A dos cuadras de la oficina del carné de identidad pisó una piedra que le sacó una palabrota.
-Cojoneeesss! Ya estos tenis no sirven. Cuando pisas algo es como si estuvieras descalzo.
Y cuando se agachó y revisó, era verdad que no hubo nada que frenara a la piedra, porque el hueco de la zuela por el calcañar hizo que pisara directo el guijarro. Pero siguió. En el carnet de identidad había más de 40 personas, que hablaban alto unas, fumaban otras o se recostaban a las paredes. Las observó por un instante.
-El último para pasaportes -dijo en voz alta.
-¿Qué, Justo, conseguiste patrocinador? -le dijo un hombre mayor desde una esquina, donde apenas daba la luz de una lámpara amarillenta y sucia, colocada sobre el techo de fibrocen, y que alumbraba solo hacia el patio, donde estaban parqueadas bicicletas, bicitaxis y motorinas.
A Justo la voz le resultó familiar y se encaminó a la esquina.
-No. Es para Clarita, la nieta, que casi termina la carrera y se quiere ir de este país. Aaaaah, pero eres tú, Ignacio… Qué haces acá?
-Quiero sacar un pasaporte para mí y la vieja porque el hijo mayor quiere llevarnos para Miami, pero yo no sé si me vaya o no. ¿Que voy a hacer allá con 67 años?
-Más que acá. A nosotros nos queda una afeitada en este país. Imagina que yo no tengo ni medicinas para la presión. -y se volteó y habló un poco más alto.
-¿Quién es el último?
-Mi viejo esta cola es de ayer, que no hubo corriente y la corrieron para hoy. Hay más de 200 personas apuntadas. Acá está la lista. Aaah, y en días buenos no pasan más de 35 o 40 los que atienden, porque el sistema se cae a cada minuto. Y si quiere, yo tengo los sellos de timbre que necesita, porque en el correo no hay. Solo que los de cinco valen 25 pesos. Usted sabe, verdad…?
Justo se volvió hasta Ignacio:
-Creo que me voy. Si acaso vuelvo mañana. Aún hay tiempo, porque a mi nieta la reclama un novio que tuvo y que aún no ha conseguido el dinero. Ahora voy al policlínico a dejar unos análisis en el laboratorio. Deja ver si tengo suerte y salgo temprano.
Entonces caminó por toda la avenida. Pasó frente a una cafetería privada y sintió unos deseos enormes de comerse algo de lo que preparaban de desayuno, porque el olor le llegó crudo, trepidante, pero siguió. Solo tenía 200 pesos en el bolsillo y no podía cogerlos para eso. Caminó con incomodidad porque le molestaban la arenilla de la calle y las piedrecitas en el mismo lugar donde tenía el hueco el tenis, pero 25 minutos después llegó al policlínico.
-Buenos días. ¿Quién es el último para dejar muestras de excremento?
-Yo soy la última -le dijo una morena calurosa, que llevaba una blusa de rosado claro que dejaba ver toda la parte alta de los senos- pero hace días no hay reactivo y no ha entrado, porque yo hablé con la laboratorista anoche y me lo dijo. Para exámenes de orina sí hay.
-No, yo no necesito de orina. Gracias -dijo Justo y volvió sobre sus pasos.
Al salir, dejó caer el pomito en una esquina, sobre la hierba, y luego pensó que podrían identificarlo algún día por una prueba de ADN y multarlo, pero 20 metros más adelante se tranquilizó y se dijo para sí: ‘Si no tienen reactivo para una prueba de caca, cómo van a tener para un ADN. Mira que uno cuando se pone viejo come mierda’.
‘Ahora voy al banco y como no hay nadie, saco mi dinero y me pongo para todo lo otro que me falta. Tal vez llegue a la casa al mediodía para tomarme una infusión de hojas de naranja con la vieja. Acá todo es un problema de suerte, hasta para encontrar las hojas de naranja. Por cierto, la vieja me dijo ayer que para hoy no había azúcar, y que nadie estaba vendiendo, ni el bodeguero de la esquina’.
En el banco no había nadie, y tampoco corriente. Toda la cuadra estaba apagada. Se quedó parado en el portal unos minutos, tomando un aire y esperando a ver qué iba a hacer, pero el guardia del establecimiento, un moreno flaco y medio jorobado, abrió la puerta de pronto y le salió al paso.
-Ahí no puede estar a esta hora, mi viejo.
-Buenos días, hijo. Solo esperaré a que amanezca para sacar un dinero del cajero automático, que me hace mucha falta.
-Eso no podrá ser hoy, ni mañana. Tendrá que esperar al lunes, porque ayer pasó algo, hubo un corte y nos quedamos sin corriente, y el cajero sufrió afectaciones -dijo y cerro la puerta, mientras Justo se quedó como anonadado, sin saber de pronto qué hacer.
‘Si no tengo dinero, no puedo comprar ajos ni cebollas, porque lo que tengo en el bolsillos solo me alcanza para el pan. Voy a la panadería y regreso a la tienda MLC para ser el número uno cuando abra’, pensó.
Volvió a caminar hasta la panadería. A mitad de la segunda cuadra se detuvo y se sentó en el muro de una casa unos minutos. Sacó un pomito azul, medio arrugado, de esos plásticos en los que venden agua, y bebió. Y después lo volvió a meter en la jabita que llevaba en la mano. Y entonces, siguió hasta la panadería, que estaba cerrada aún, aunque sintió voces dentro.
Tocó y esperó unos segundos.
-Mi viejo, el pan no estará hasta la tarde, dos o tres por lo menos, porque la harina no entró hasta hace media hora y empezamos hace unos minutos -le dijo el joven que abrió la puerta, y ni lo dejó responder, porque acto seguido la cerró y le comentó algo al otro, que Justo escuchó.
-¿Así que los viejos nos estamos muriendo de hambre? Si fuéramos los viejos nada más no pasaría nada. Yo creo que me voy a la casa, me lavo los pies y me acuesto un rato para ir más tarde a la tienda MLC.
Caminó hasta su casa, abrió la puerta, dejó la jabita sobre una silla y entró al baño.
-¿Viejo, qué haces en el baño? -le preguntó Celia desde la cocina, donde se secaba las manos.
-Voy a lavarme los pies para acostarme un rato antes de ir a la tienda MLC, porque no pude resolver nada.
-Se acaba de ir el agua, Justo. Y, además, no hay jabón.

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