Ahora el régimen va a priorizar los campos

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Por Anette Espinosa

La Habana.- Los que gobiernan en Cuba ya no saben qué cuento hacer para ganar tiempo, para continuar con el engaño al pueblo y estirar cada vez más su presencia en el poder, algo de lo cual no quieren desprenderse, por lo buena que ha sido su vida desde que llegaron a las escalas sociales en las cuales no tienes que preocuparte por nada, porque lo tienes todo.
Ahora, en una reunión correspondiente al mes de enero, y reseñada por el diario Granma, el presidente impuesto del país, insistió en que «hay que recuperar todo lo que la Revolución ha desarrollado con relación al campo», una frase que se presta para un sinfín de interrogantes, y que no tiene nada que ver con aquello del guarapo o la limonada.
La primera que me viene a la mente: ¿Eso de recuperar el campo incluye a la industria azucarera? La respuesta no hay que buscarla en ninguna parte, y no se necesita ser experto en temas cañeros, ni agrícolas o industriales, porque está claro que Cuba, con este gobierno, no recuperará jamás la industria azucarera. Desde hace años el otrora gran productor y exportador de azúcar, no ha tenido otra opción que comprarla en alguna de las islas de Caribe o traerla de Brasil.
Entonces, ¿a qué se refiere el casi siempre sonriente e incoherente mandatario? Pues, según la nota, se trata de rescatar «escuelitas, consultorios médicos, círculos sociales, bodegas y otros espacios para el beneficio de la población» que vive, o pueda vivir en esos lugares, olvidando que ya nadie quiere trabajar en el campo, porque la llamada revolución acabó con el campesinado.
Primero, intentó reorganizar la tierra. Le dio pequeñas parcelas a cada familia, y luego se las quitó, o les vendió las supuestas bondades de la cooperativización, que algunos aceptaron a las buenas y otros a la malas, lo cual terminó por darle vía libre al marabú, al extremo de que en lugares donde antes se recogían los frutos para alimentar a miles de familias, hoy no pueden vivir ni las liebres.
También se refiere Díaz Canel, según Granma, a que en esas zonas rurales están enclavados los politécnicos agropecuarios que existen en el país, e instituciones especializadas en calificar la mano de obra que se necesita, como si mañana los jóvenes le dieran marcha atrás a sus planes de irse de Cuba y fueran a pasar cursos para convertirse en obreros agrícolas cuyos salarios no alcanzarán ni para comprarse un par de botas de agua al mes.
O el presidente cubano es muy iluso, o no tiene conocimiento de la verdadera situación que vive el que trabaja en el campo en Cuba, salvo algunos que tienen sus tierras en los municipios de las provincias de Mayabeque y Artemisa, y que, como producen para la capital, cuentan con un poco más de recursos.
La gente de campo la pasa mal. Pueden tener vacas, pero son esclavos de su ganado, al que tienen que cuidar de día y de noche, porque si le roban alguna res, además de perderla, tienen que pagarla. No tienen tractores, y si alguien ha logrado conservar alguno, no encuentra gomas ni piezas de repuesto, y mucho menos baterías. Y encima de eso, lo que producen tienen que venderlo al precio que les impone el gobierno, que compra y muchas veces demora meses y hasta años en pagar.
Y eso no lo digo yo. Lo ha dicho la propia prensa oficialista, que alguna vez ha querido poner en evidencia a las empresas de acopio de leche y productos del agro y ha hablado de las demoras en los pagos, de los productos que se pierden en los campos, o de la cacería contra el campesino que vende un quintal de frijoles o unas libras de tomate, sin hacerlo por los canales que los gobernantes le impusieron.
En la mayor parte del mundo la agricultura es subsidiada, incluyendo a Estados Unidos, pero en Cuba, que tiene el gobierno más ineficaz del mundo, y donde menos alimentos se producen -entre otras cosas porque el propio gobierno no facilita la producción- quieren que la gente del campo sostenga a los que vamos quedando dentro, a cambio de nada. O sí, de un poco de caridad.
Ahora mismo, Cuba es un campo. Salvo en La Habana y en dos o tres ciudades más, las personas no encuentran donde trabajar, porque las industrias cerraron todas, porque no hay transporte para moverse a sitios donde pudiera necesitarse fuerza de trabajo, y solo trabajando un pedacito de tierra una familia puede garantizarse lo elemental para vivir, pero ni eso puede asegurar el gobierno.
Mientras, los gordos dirigentes se sientan alrededor de una mesa y dedican horas a hablar de resolver los problemas del campo. Claro, esos tuvieron desayunos copiosos, no sufren el cálido abrazo del sol, y todos los problemas propios, incluso los de su familia hasta cualquiera sabe dónde, están resueltos.
Con reuniones y sermones no van a resolver jamás los problemas del campo, y nunca habrá en los mercados lo que la gente necesita para alimentarse más o menos bien. ¿Por qué no venden tractores al precio que tienen en el mundo? ¿Por qué no entregan tierras a quienes quieran ir al campo? ¿Por qué no subsidian a los campesinos para que puedan realizar buenas cosechas? ¿Por qué no liberan de verdad -y no a medias- la matanza de ganador mayor? ¿Por qué no le ponen fin de una vez a la burocracia que ha matado al hombre de campo?
Son tantas las interrogantes a las cuales la reunión que reseña Granma nunca le dará respuesta que no vale la pena ni leerla, porque al final el campo seguirá igual, o irá a peor, y cada vez el cubano común tendrá que pagar más por los frutos que da la tierra, y el que los produce tendrá que pasar mucho más trabajo para conseguirlo. Es así.

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