Por Miguel Hernández ()
Atlanta.- Este miércoles 30 de octubre coincidirán dos efemérides de leyendas mundiales: 50 años del triunfo de Muhammad Alí sobre George Foreman en un histórico combate en Africa que pasó a la historia como «The Rumble in the Jungle» (La pelea en la selva), y Diego Maradona cumpliría 64 años.
La profesión me dio la oportunidad memorable de compartir momentos, en más de una ocasión, con estos dos míticos deportistas. Hace 50 años también me estrenaba oficialmente como periodista del deporte . En ese entonces en la redacción deportiva del Granma lo que sucedió en Kinshasa, Zaire – hoy República Democrática del Congo- entre Ali y Foreman,lo seguimos por lo que entraba por los «cables», pero para el lector de la página «ni un tantito así». Nada de profesionalismo, a no ser que por los puñetazos en el ring algún púgil desafortunado hubiera muerto en alguna sociedad capitalista preferentemente en la Unión Americana.
Ahora que vuelve a ser bendecido el boxeo rentado con un diputado al Parlamento a la cabeza del ranking, la televisión estatal, podría exhibir este miércoles a la audiencia el documental Cuando éramos reyes, que ganó un Premio Oscar, sobre el célebre combate por la faja profesional de estos dos pesos pesados estadounidenses,uno, Alí (en ese momento Cassius Clay), campeón olímpico en 81 kg en Roma 60, y otro, Foreman, en +81 en México 68.
No sé, confieso,si en algún momento el filme ya habrá sido proyectado en algún espacio. O pasa como otras , como A Hard Day’s Night , la primera película de Los Beatles, de 1964, y que debí esperar creo 30 o 40 años por su estreno en la TV nacional. Qué problema podría haber con esta crónica fílmica boxística cuando además el principal protagonista, Alí, viajó dos veces a La Habana con millonarias donaciones sanitarias en 1996 y 1998 por medio de la Cruz Roja Internacional.
Aparte de estas dos ocasiones, la vez que más cerca lo había visto fue en el verano en 1987 , cuando en las afueras del Centro de Prensa de los Juegos Panamericanos de Indianápolis, firmaba autógrafos mientras promocionaba unas galletas con la marca The Champ. Aquella «batalla de la jungla» en Kinshasa cautivó al mundo.El presidente dictatorial de Zaire, Mobutu Sese Seko, aceptó pagar a cada boxeador una suma sin precedentes de 5 millones de dólares.
Para el escritor neoyorquino Thomas Hauser, que entre sus libros dedicó uno a la vida de Alí, era el oriundo de Kentucky » la máquina de pelear más hermosa de todos los tiempos». Fue más que un boxeador.
» Cuando se negó a incorporarse al ejército de los Estados Unidos durante el apogeo de la guerra de Vietnam, defendió el principio de que, a menos que haya una muy buena razón para matar gente, la guerra está mal.Es difícil comprender las ondas de choque que Alí envió a la sociedad en la década de 1960 a menos que uno haya vivido esos años y los haya experimentado día a día», citó Hauser .
Por negarse a incorporarse al ejército , fue despojado de su título y se le prohibió boxear por más de tres años.Contra el pronóstico, Alí noqueó en el octavo round a Foreman, campeón mundial invicto entonces, para así agenciarse los títulos mundiales del Consejo Mundial de Boxeo y de la Asociación Mundial de Boxeo, en una de las primeras peleas del promotor Don King.
Sesenta mil aficionados colmaron el Estadio 20 de Mayo. Diez años después de vencer a Sonny Liston, siete años después de haber sido despojado de su título, Ali había recuperado el campeonato mundial de peso pesado.
“Nunca sabrás lo que esto significa para mí”, dijo Ali después. “Ahora que recuperé mi campeonato, cada día es algo especial. Me despierto por la mañana y, sin importar el clima, todos los días son un día soleado”.
“Hay un proceso de duelo después de una pérdida como esa”, reconoció Foreman años después. “Cuando eres el campeón mundial de peso pesado, no es como si hubieras perdido una pelea. Has perdido una parte de ti mismo. Un día, estás pasando por el aeropuerto, camino a África, y todo el mundo te tiene miedo. Luego, cuando regresas de África, te dan palmaditas en la espalda. ‘Está bien. Todo irá bien’. Del elogio a la compasión. Nunca me he sentido tan devastado en mi vida”.
Después de que Ali muriera, Foreman recordó las conversaciones telefónicas que él y Muhammad habían tenido cuando eran hombres ya mayores. Muchas de esas conversaciones se centraban en la religión, según Hauser.
«Cuando escuchaba su voz, siempre me hacía feliz. Parecía que entre nosotros había algo más grande que la religión: un anhelo de amarnos y pertenecernos el uno al otro, un agradecimiento por tenernos el uno al otro. Creo que Muhammad necesitaba esa victoria en ese entonces mucho más de lo que yo la necesitaba”.