Por Carlos Carballido ()
Dallas.- Aquella frase que circula en redes sociales de que ‘mientras más conozco a las personas más quiero a mi perro’, realmente no se sabe quien la acuñó primero.
Se le atribuye a Platón, Carlomagno, Diógenes y hasta a Hitler, pero no existen evidencias de que así fuera. Tampoco que la haya dicho el expresidente francés Charles de Gaulle o el pensador y poeta inglés Lord Byron, aunque este último bien pudo hacerlo por su profunda desilusión con los humanos (Childe Harold’s Pilgrimage es un ejemplo).
Todos la pudieron haber dicho porque es una verdad objetiva que se repite en millones de seres humanos.
Siempre fui escéptico con las mascotas. En Cuba no existe esa cultura del mundo occidental de adoptar un perro como si fuera parte de la familia. Pero mi hija me convenció de hacerlo, con la condición de que fuera un perrito abandonado en los shelters de mi ciudad.
Emmie, un híbrido de Beagle muy maltratada, fue por la que nos decidimos y aún no se por qué.
Científicamente está demostrado que los perros solo obedecen a su instinto gregario y desarrollan apego con quién los alimenta y les da un techo seguro y armonioso y esa supuesta conexión espiritual, más allá de esas circunstancias, es más bien un espejismo. Pero… ¿acaso los humanos son tan diferentes en esta modernidad?
Al menos los perros pagan con lealtad. Pagan incluso creyendo que nos protegen junto con nuestras casas. Te ven irte y esperan solo que regreses, aunque está demostrado que no pueden saber cuánto tiempo pasa entre una cosa y otra.
Un perro no es una persona. No pierde el tiempo dándote consejos baratos no solicitados cuando las cosas van mal. Menos… justificando por qué te rompió algo valioso o no tanto como el control de la tele. Ellos rompen cosas pero no rompen el alma como los humanos hacen.
Un perro termina siendo el único que no te paga mal. Sabe que lo alimentas y no muerde tu mano. Sabe que aunque todos se vayan se quedará porque el plato de comida que arraigó como hábito siempre es más agradable que cualquier otro.
Y sí, son instintivos. Pero, por alguna razón, esos instintos son benditamente buenos y más transparentes que esos que se hacen llamar Homo Sapiens.