Por Laritza Camacho ()
La Habana.- Mi mamá trabajaba como maestra en una escuela privada. Era su primer curso y lo hizo sustituyendo la licencia de maternidad de una colega.
Atendía un grupo de niños muy pequeños pero de diversas edades que iban de tres años y medio a casi cinco, y el aprendizaje era diverso también.
Mi mamá acostumbraba a hacer una lista de lo que cada cual iba a comerse en la merienda y ella lo compraba en la cafetería y lo repartía a discreción, cuidando que los niños con más no avergonzaran a los niños con menos y siempre atenta por si tenía que poner algo de su propio bolsillo.
El caso es que el niño más pequeño que tenía en el aula, le pidió ese día una mona y una mana para merendar.
Mi mamá no lo entendía y él se fue enfureciendo poco a poco y llegó a gritar con perreta y todo.
-¡Yo quiero una mona y una mana!
No había quien pudiera calmarlo y mi madre, entoces, lo llevó a la cafetería para que el propio niño señalara lo que pedía.
Todo resultó ser tan sencillo como una chambelona (mona) y una africana (mana).