Por Enrique Sarmiento
La Habana.- En el año 1994, con solo seis años, estábamos jugando a los escondidos en medio de un apagón. Bajamos hacia un túnel oscuro, de esos que construyó Fidel Castro por si Estados Unidos nos agredía. No se veía nada. Delante de tanta oscuridad, Magdiel y yo nos abrazamos y nos prometimos ser amigos para siempre.
Nunca me separé de Magdiel, hasta el 2021. Hicimos la primaria juntos, estuvimos en la misma aula durante la secundaria; estudiamos en la Vocacional y nos fuimos a la Universidad de Oriente a hacernos periodistas. Fueron años lindos. Pasamos trabajo, pero ambos guardamos esas etapas como las más bonitas de nuestras vidas.
“Cuando me vaya para la yuma, te voy a mandar de todo y nunca te faltará nada”, siempre le decía en modo jodedera.
Magdiel significa mucho para mí. El día que falleció mi abuela -la persona más importante en mi vida- él fue el primero en darme la noticia. Me dijo: “Kiki, a partir de ahora yo quiero ser tu mano derecha y el mayor apoyo en tu vida”. Nunca olvidaré ese momento. Amistad pura donde las haya.
Tiempo después, por esas cuestiones del destino -dictadura mediante y sus culpas-, me fui de Cuba. Ahora vivo en Orlando, Florida, en un efficiency rentado perteneciente a un matrimonio de haitianos. Trabajo fregando platos en un restaurante, por un salario de 2 630 dólares.
Para conocer desde adentro la vida de un cubano recién llegado a Estados Unidos, tienes que estar aquí. Desde Cuba, la gente lo mira diferente. Si por mi familia fuera, tengo que mandarle 100 dólares cada 15 días y a mis amigos les debo recargar el móvil un día sí y el otro también.
Hay momentos en que me pongo a llorar solo. Sí, estoy mejor económicamente, salí de un régimen maldito, pero esto de emigrar duele como no imaginas. La vida se va trabajando para pagar arriendo, agua, gas, electricidad, teléfono, auto, Seguro y el copón divino. No me estoy quejando, por si acaso; pero aquí las cosas no son como se ve en las redes sociales.
Es por eso que nada más obtuve la residencia, saqué pasaje para ir a ver los míos por 15 días. De los pocos ahorros que tenía, traté de llevarle algún engañito a todas mis amistades, en especial a Magdiel, mi amigo de toda la vida.
Fui de sorpresa, nadie me esperaba. Cuando Magdiel me vio, empezó a llorar. “Asere, qué blanco y gordo estás. La yuma es la yuma”, enseguida bromeó. Qué felicidad más linda cuando llegas a tu país y estás con los tuyos. La isla es un desastre, pero nada de eso te interesa cuando estás rodeado de amor y cariño.
Llamé a Magdiel aparte y le di su regalito. Tres pullover Tommy, dos pantalones, un par de zapatillas Nike, dos gorras y 50 usd. Nadie sabe el sacrificio que uno hace para comprar esas cosas, hasta dejamos de darnos un lujito por quedar bien con la gente en Cuba.
A diferencia de esos cubanos infladores portadores del último Iphone y una vida de burbujas, yo me considero una persona organizada económicamente y trato de tener unos dólares ahorrados, aunque deba sacrificarme el doble.
A Magdiel no le gustó mi regalo. Me lo hizo saber cuando me mandó las cosas con su tía al otro día y un papel que decía: “no las necesito, pensé que merecía más de mi mejor amigo”.
Tragué en seco par de minutos sin decir una palabra. Me encerré en el cuarto y empecé a llorar como un bobo. La sociedad cubana está podrida. Nos convertimos en unos seres humanos sin conceptos. Si antes te peleabas de por vida con tu mejor amigo porque le dieron un televisor Panda y a ti no; ahora, en tiempos modernos, caes más bajo todavía porque sientes que te mereces medio Estados Unidos.
Me fui de Cuba con la maleta vacía, todo lo regalé. Mi alma también se fue vacía. No pienso ir en un buen tiempo, bastante sufrimiento tengo viviendo solo y trabajando como un caballo en un lugar donde todos hablan inglés y te miran como lo que eres: un fucking emigrante.
Fidel Castro, si tú supieras cómo me acuerdo de ti todos los días de este mundo. Mataste una generación completa. Echaste a andar un sistema educativo a tu manera, pero se te olvidó que el resultado final de todo proceso es la libertad, esa que el cubano la tiene a 90 millas de distancia, aunque sea un esclavo del trabajo.
Algún día Magdiel le pedirá perdón a su alma; y también lo harán millones y millones de cubanos que llegaron a este punto de calamidad y se convirtieron en unos seres indefensos, por culpa de un testarudo que liquidó una sociedad vestido de verde.