Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Las enfermedades no me molestaban en lo absoluto, al contrario, eran absolutamente tolerables. Con la excepción de las penicilinas que cariñosamente me ponía la gloriosa enfermera Olga Marrero, todo lo demás era pasable…
Desde que decía estas palabras mágicas: “¡Mami, siento una extraña carraspera en la garganta!”, ipso facto toda la atención se concentraba en mi.
Lo segunda victoria era decir con cara compungida: “Creo que mañana no voy a poder ir a la escuela”. La respuesta me encantaba: “No, no te preocupes por eso, lo importante es que te mejores“.
Inmediatamente me ponían el termómetro, y tremenda alegría recibía cuando escucho a la gran Ana María diciéndole a mi padre: “Lo sabía, Esteban, el niño tiene 37 de fiebre, tiene destemplanza”…
Mi padre decía: “Carlos Enrique, corre hasta la consulta del doctor Miguelito y dile que venga para acá a darle un vistazo a tu hermano que está volando en fiebre”…
Me embadurnaban el pecho con “Vicks Vaporub”, mi madre me hacía una sopita de pollo con mucha sustancia, me ponían tres colchas por encima para que sudara y me bajara la fiebre, una cucharada de Yodotánico, un Mejoral, y una limonada caliente con una cucharadita de miel. Y me ponía a ver en la televisión a los payasos Gaby, Fofó y Milike.
Miguel Fernández Tosco, el médico, aparecía en escena, se sonreía y decía: “A ver ¿qué le pasa al niño ahora? ya he venido varias veces aquí durante las últimas semanas”…
Me pone el estetoscopio en el pecho y la espalda, me dice: “abre la boca”, me coloca una paletica para bajar mi lengua, me mira con una linternita y dice : “Efectivamente, tiene una infección en la garganta”…
Al despedirse, mete la mano y saca unas muestras de medicinas de su maletín, se las entrega a mi madre y dice: “Esteban, son dos pesos, como siempre” y papi responde: “Te pago la próxima vez que vengas, ahora estoy corto de dinero”…
