Por Edmundo Dantés Junior ()
Ahora es que puedo ver, después de 90 horas sin corriente ni conexión todas las mentiras que dijeron por televisión y por internet los medios «oficiales»…
En mi provincia, en oriente, no nos enteramos que se había caído el sistema eléctrico nacional hasta ocho horas después, pues nunca tenemos corriente aún con el sistema funcionando.
Cuando no venía nos empezamos a preguntar: ¿pasaría algo?… Tampoco hay nunca conexión cuando quitan la corriente, pero eran ya muchas horas, muchas más de las 15 horas de apagón diario.
Al caminar y caminar, logras coger algo de cobertura. Te empiezan a entrar cientos de mensajes que, además de decir que el sistema eléctrico había colapsado, decían que entraría un huracán por tu zona, categoría 1, en horas… ¡HORAS!
Aquí no se compra comida, aquí se subsiste. Y esa pequeña subsistencia que puede ser un paquete de salchichas, o un paquete de pollo, que se logra comprar de maneras que ni sé, el día a día, vendiendo algo, luchándolo… Sabes se echará a perder por las horas sin refrigeración. Horas sin gas, sin agua.
Y lo que es peor, no hay combustible, ni nadie pudo cargar los vehículos eléctricos para traer o mover la comida para donde está la gente, osea no hay nada de nada. En ningún lugar.
Las Mipymes que visité decidieron «guardar la comida»…
No pasó un panadero, un vendedor de fongo, plátano o boniato. Nadie pasó… No pasaron altavoces diciendo la noticia del inminente huracán… Pasaron patrullas con hambre también.
Ese día, el primero, ese, en el que te enteras que no habrá corriente hasta no se sabe cuándo… y que además viene un huracán, que caminas y caminas, logras comprar un pequeño paquete de galletas de sal a 180 pesos con 12 galleticas para tu abuela que no entiende qué pasa y que cada día para ella «se fue la luz» como si fuera la primera vez…
Ese día en que tu familia afuera o en otra provincia sabe que no sabrá más de ti, que no podrá hacer nada por ti, que en la prisión en que vivimos literalmente todo puede pasar…
Ese día, donde el hábito se extendió, la cobardía se sentó a la mesa vacía contigo, y en cada casa las sombras recordaban la manifestación de lo cierto que es «todo puede ser peor».
Ese día que mirabas el cielo como tus antepasados intentando descifrar en las estrellas y en las nubes porqué un país completo tiene que sufrir innecesariamente porque alguien llama a mantenerse en el poder «resistir»…
¿Por qué tengo yo que resistir si tú no haces nada por mí?
La revolución no hace nada por mí.
No hace nada, porque los hechos históricos son sucesos que pasan en su tiempo y no tengo que «hacer nada» para que se mantenga, ya que además de innecesario es imposible.
¿Por qué tengo yo, que estudié, pedir dinero a mi familia afuera?
Ese día, donde todos trancados en las casas esperábamos el huracán sin información ninguna, oscuro, sin comida, sin esperanzas.
Ese día, sé, que todos se dieron cuenta que ya vivimos en un huracán.
A veces (por las migajas) nos parece que todo se calma, pero es el ojo del huracán, ese huracán está desde 1959.
Ese huracán se llama dictadura.
Ese huracán con su hectopascal de permanencia autoproclamada, lanza con sus poderosos vientos afuera a quien no quiere, y calla cercando a los de adentro con su lluvia subsidiada por ti mismo. Pide obediencia a tu hambre…
Simula que nos domina, recuerda que con él todo y sin él nada. Hay sol, pero es enemigo, quiere confundirte. Hay sol para los extranjeros para recaudar para ti, para que tengas sol, pero nunca lo tendrás porque lo gastan en vientos más fuertes contra los que se rebelan.
Dicen que no existe eso llamado «clima perfecto», te engañan todos esos, dicen… resiste, resiste.
Te recalca que «te permite» vivir en el ojo en supuesta paz y tranquilidad olvidando que no tiene que permitir o dejar de permitir nada. Nadie lo eligió para dirigir nuestras vidas.
Ese huracán no se irá. Ese huracán fue fundado por alguien que «adoran» algunos como a un dios, alguien que hizo cosas en su campamento de guerra que ninguno de ellos parece creía posible. Y de ahí en adelante lo que decía era secundado como si pensara mejor que ellos, que yo, que tú… para siempre.
Y luego, de que ese ser abandonara ese campamento de guerra, dirigió un país de la misma forma. Durante generaciones.
No sé irá. Sus sucesores ya no piensan como él y mucho menos son dioses adorados, solo repiten y repiten lo que dijo ese «dios» casi 70 años después. Años, donde no queda ni un logro ni una promesa. Piden que creamos, ruegan que adoremos.
No, las estrellas y las nubes no me hicieron descifrar nada. Yo lo sé, tú lo sabes, todos lo sabemos. Porque viste o participaste de la entrega de ramas y palos en una que otra esquina por falta de carbón. Viste cómo empezaron a cobrar por cargar los teléfonos y lámparas.
Porque te dijeron (los que lograron tener conexión) cómo el gobierno decía que «estaba contigo», y «nadie quedará desamparado», que el pueblo está preparado, que el pueblo está «con la Revolución». Pero tú no estabas con ella, y ella no estaba contigo.
Porque viste esa noche niños y madres echarle aire a fogatas en las aceras para hacer una caldosa con agua y resignación. Porque sabes que en las prisiones no se vive realmente por alguna pequeña cosa que «mejoren» o prometan mejorar. Las prisiones son para alejar la libertad de ti. La libertad es lo que te falta.
La libertad es eso que te duele aunque estés sentado con cinco amigos, gastando la poca batería que tienes en poner música en la esquina y olvidar que tu mamá te llamó tres veces para comerte un boniato frío.
Es eso que duele cuando tu hijo no tiene leche. O no puedes explicarle a tu mascota que no hay nada de comer. Es eso que duele en la noche, ahí en la oscuridad cuando piensas como será vivir en otro país.
Es eso que duele cuando quieres hablar o solo ver a alguien que no está porque se fue buscando esa libertad.
Estamos todos flotando en una roca gigante en el espacio, dentro de un país, uno de muchos, con nubes, unas de muchas.
Pero ese día, ese, el primero de cuatro días, 90 horas corridas sin corriente, supiste lo que sabías… Vas a desvivir aquí. Tus hijos van a desvivir así… ¿Por qué?