Por Iván Camejo ()
Miami.- Dos años atrás, una mañana de Mayo, mi padre y yo caminábamos por la arena de una playa del este de La Habana. Era muy temprano y no había nadie por todo aquello, lo cual provocaba un silencio inusual cuyo fondo era el tenue sonido de un mar sin olas.
-Es un plato.
-Sí.
Me sentía a gusto y a la vez incómodo en medio de esa nada donde sólo estábamos los dos. La vida nos ponía a ambos en un escenario en el que no había más presencia que la nuestra.
-Ya estoy viejo, y me he vuelto más comemierda que el cará.
Sonreí para asumir sus palabras como una broma. La sonrisa se convirtió en un abrazo.
-Hazme una foto diciendo adiós desde el mar.
-Papi, ¿tú sabes que yo te quiero mucho, verdad?
-Claro, mijo.
Y los dos aguantamos como pudimos las ganas de llorar.
En los dos años siguientes nos volvimos a ver un par de veces, pero tanto él como yo sabíamos que aquella mañana de Mayo fue nuestra despedida.