EL PAN EN LA SALSA

LECTURASEL PAN EN LA SALSA
Por Amanda Llanes ()
Los Palos (Cuba).- Nacer en los sesenta fue crecer en blanco y negro, fue domingo de olor a salsa desde temprano y voces en la radio en la cocina.
Ruido de ollas y madre de impecable delantal, olor a ropa limpia planchada entre rociador y un aroma a bencina.
Era el asombro descubriendo en el jardín un hormiguero, mirar en cuclillas su esfuerzo lento y seguro para alimentar su prole.
Era espiar lista con el pedazo de pan fresco en la mano, y apenas mamá se alejaba, destapar la olla y empapar el pan en la salsa bullendo, el vapor nos ardía en la cara, se escocian los dedos con la manija hirviendo, pero jamás saborearé algo tan sabroso como eso.
La mesa blanca de harina, la pasta extendida sobre ella, una canción entre los labios, el vermut de mi padre bajo la sombra del sauce.
Nacer en los sesenta significa que hoy me asombra y gozo de tecnología, descubriendo cosas impensadas, que mis pasos se ralentizan, que disfruto de ollas de salsas caseras, sin sentirme esclavizada o denigrada por hacerlo.
Dejen a un niño empapar el pan en la salsa, permítanle pararse en una silla y ver a mamá cocinando, dejen que huelan el olor a mami, que oigan su canto mientras raya el queso que nos sabe tan rico sobre la pasta.
Crecí en blanco y negro, con cosas buenas y malas como desde que el mundo es mundo, me hice dueña de derechos y obligaciones, de aceptar aún con cara de que no me gustaba, pero que luego entendía el porqué.
Soy del mundo maravilloso donde cada quién ocupaba su lugar, donde se abrían las ventanas y entraba la vida a borbotones, de mañanas frías con guardapolvos blancos y medias tres cuarto, de trenzas tirantes y prolijas, de bancos de a dos en las aulas.
Soy del llamado a clase con campanas repicando en las escuelas, de papel picado, guirnaldas hechas por nosotros, los alumnos, las cabezas juntas preparando todo para la caravana por el barrio, luego las maestras calentando ollas de chocolate en el día del niño, así, el día del niño para todos por igual.
Crecí con las nonas en casa y no en geriátricos, donde ellas eran majestades, y sentarnos a montones en mesas gigantes.
Jugar con tierra era casi obligatorio, usar la imaginación y crear mundos de fantasía, dormir en santa paz con una sonrisa entre los labios, porque mamá nos protegía.
Zapatitos de domingo, vestidos vaporosos, la corbata de papá, la cintura breve de mamá, sus aros y su colonia.
Que enorme regalo de la vida, hoy entre cómodos almohadones, en un mundo que ya casi no entra por las ventanas, yo me dispongo a destapar la olla de salsa hirviendo a fuego lento, cierro los ojos y hundo el pan crocante, ¿han probado ese placer incomparable?

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