NO SIEMPRE HACERLO BIEN TE BENEFICIA

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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- «Boniatos» públicos, vergüenzas, cobardías, sinsabores, días (meses y años) difíciles, traiciones, peleas, disgustos… Nadie está exento de todo eso en la vida. Y si no los ha pasado, como diría el filósofo tunero de finales del siglo pasado y comienzos del presente: «¡no sabe lo que es la vida1».
Todas las he pasado (o paso). No me escondo ni escondo las causas: soy otra mosca en el universo, tan «falible» como cualquiera y tan tozudo y tan persona.
Cuando ya todos mis amigos exhibían una incipiente cola de jevitas «pasadas por la chágara», yo ni había comenzado a pagar la cuota del sindicato. Siempre fui payasito y simpático, de agudas y rápidas salidas, pero si había un grillo más descomío y raro en el monte, que me lo traigan para experimento.
Eso hizo que me esforzara, por supuesto, y mis demostraciones públicas de falta de amor propio y deseos de hacer reír fueron notorias.
Séptimo y parte de octavo grados los pasé becado. No me son ajenas las palabras «pasillo aéreo» (o su contraparte «pasillo central») ni ninguna otra que surgiera de aquellas escuelas. Ya luego la zona de San Antonio de los Baños (donde estaba mi secundaria) hizo insufrible mi asma y paré en una secundaria urbana en el barrio (donde seguí haciendo de las mias).
El director de la beca era un moreno alto, fuerte, de nariz aguileña pronunciada y ojos inquisitivos pero pequeños. Imponía. Era un cedro el tipo. Enoc Duliep. Un solo defecto: gageaba. De esos que dejan una vocal. Su preferida era la «y». » Yyyyyyyyyyy te voy yyyyyyyy a poner yyyyyyyyy un reporte»… ¡Pa qué! ¡Pero quién coño se reía cuando lo tenias delante con aquel aspecto tremendo!
La cosa fue que un sábado estábamos aterrillados en el patio de formación, con el audio puesto para amenizar. Las creo que tres guaguas de la escuela llevaban grupos de estudiantes para sus municipios de residencia, viraban para la escuela y recogían los siguientes en el turno.
Y se me ocurre (estábamos solo los estudiantes) agarrar el micrófono y ponerme a hacer chistes. La cosa se puso relajada y los que estaban a la sombra de los edificios se concentraron poco a poco ante el escenario. Para joder.
Fue entonces que, olvidadas todas las precauciones y llevado por el éxito circunstancial de los chistes, me pongo a imitar al Director de la escuela.
– Yyyyyyy tu, pelirroja -decía señalando a alguna chiquilla- yyyyy te vas yyyyyyy a lavar bien yyyyyyy la cara yyyyy no yyyyy le digas más a la gente que yyyyyyy son pecas.
Yo no sé en qué coño yo andaba que no me percaté que las risas subieron de nivel a un estado de paroxismo grupal. Algunos se apoyaban sofocados de reírse en las espaldas de otros, hubo quien echó a andar hacia el campo cagao de la risa… Y yo en el Olimpo de los comediantes.
Hasta que me dió por mirar atrás. Apoyado en una de las columnas del pasillo, Enoc Duliep me miraba que si hubiera estado más cerca me volatilizaba con la mirada.
Solo hizo ese gusanito que se hace con el dedo índice y la mano cerrada que quiere decir «ven». Y echó a andar hacia la dirección
Me cagué en lo que el «público» delirante aplaudía.

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