Por Arturo Mesa
Atlanta.- El que crea que del lado de acá no hay políticas tontas también que siga leyendo esta crónica.
Jueves en la tarde, terminado de trabajar y con un frío que se las traía, me llego al mercado entusiasmado por tomarme una copita de vino en la noche. Tomo mi botella del estante y par de cervecitas que me estaban llamando y voy a pagar.
En la caja me piden identificación. Ya esto me había pasado y me habían advertido así que la única identificación que tengo es el permiso de trabajo y aunque no es muy aconsejable, la tengo en la billetera. Le enseño el documento a la mujer y no le gusta. Con ese mismo permiso he comprado en otros lugares, pero, al parecer, o ella es nueva o la identificación no le gustó.
-Lo siento, pero de empleo no puedo aceptar documentos.
-Pues yo soy extranjero y con el pasaporte no voy a salir a la calle. ¿Usted acepta foto del pasaporte?
-No.
-¿Y entonces qué hago?
-No puede comprar alcohol.
-Porque yo no soy mayor de edad, ¿ni las canas dicen nada? -la increpo.
La mujer me mira con cara de ni saber qué decir y asumo que dado que estamos en fechas de Halloween ella piensa que quien le habla es el disfraz rejuvenecido de un muerto. En fin, ¡para qué discutir! Me fui sin mi vinito ni mis cervecitas y la noche helada en Atlanta. Ya tú verás el domingo, le digo a Arturito.
Domingo en la mañana regreso al lugar a buscar el mismo vinito y mis cervecitas, que cuando termine de trabajar hoy, le meto. Esta vez voy armado: llevo pasaporte, permiso de trabajo, carnet de identidad de Cuba, licencia de conducción de Cuba, tarjeta de vacunación y hasta almanaque con detalles de mi ciclo lunar pa’ por si acaso. Me acerco a la mujer con todos aquellos documentos en la mano y la miro desafiante.
-¿Usted necesita ver alguna identificación? –le pregunto.
-No –me responde— porque el asunto es que hasta las doce y treinta no podemos vender alcohol.
