Por Rafael Muñoz
Elmau, Austria.- Lo importante no es a qué vine, sino por qué vine a donde vine. Esto tuvo su proceso, la idea no surgió de pronto.
Imaginen un pueblo cualquiera de la Cuba profunda, digamos «Media Luna». Apuesto que la mayoría tendría que googlear dónde está eso. Existe, claro que sí. Es un lugar con casas cubiertas de tierra colorá hasta el techo, con guajiros dedicados a la tierra y leñadores viviendo solos en sus «vara en tierra» en medio de la montaña. Con guajiras que estrenan vestiditos domingueros en el guateque y jóvenes locos por irse a donde haya un poco de vida.
De pronto, nadie sabe cómo, pasa por allí un director de Hollywood, se enamora de la luz de la montaña y tiene la idea de realizar una serie allí en aquel pueblo en el culo del mundo. Y lo que hasta ayer fue «Media luna» se convierte de la noche a la mañana en «Luna llena» .
Es lo que ha pasado, salvando las enormes distancias, en Elmau en Austria.
Llevaba varios meses viendo «Der Bergdoktor», una serie de la televisión alemana, que mezcla anécdotas de la vida privada y profesional de un médico que tiene su consulta en medio de los Alpes. La historia no es nada del otro mundo, ¡ah!, pero otra cosa son las locaciones! Tanto que un día me dije que si existe un lugar así en este mundo no quería morir sin verlo. Desde que se estrenó la serie hace ya más de una década, una marejada de visitantes ha convertido el lugar en centro, o destino, de su peregrinaje.
Y aquí estoy yo. Otro más en Elmau, el pueblito que hasta Google tardaba en encontrar antes de que aquel buen médico la pusiera en el mapa. Supongo que hoy es uno de los pueblos más visitados del país, con decenas de hoteles y pensiones que se venden con meses de antelación, restaurantes, tiendas, campos de golf y guajiros reconvertidos en guías de alpinismo, parapente, senderismo o lo que plazca al cluente. Y para los inviernos, en temporada alta, cuando la nieve llega al pecho, varios funiculares apuntan a lo más alto de la montaña.
Cualquier defensor de lo indefendible podría tratar de aguarnos la fiesta con el fantasma de la gentrification, pero aún en medio de toda esta modernidad el aire sigue oliendo a vaquería, los cafés se niegan a servir capuchinos con leche vegetal y el Wiener Schnitzel (bistec de ternera empanizado) sigue siendo el plato típico de la región. Por su parte, los tractores siguen su ir y venir en los cultivos como si nada hubiera pasado y las vacas rechonchas siguen rumiando sin molestarse en mirar a la cámara de los turistas.